martes, 17 de marzo de 2015

Teresa y Romero


Teresa y Romero

Raúl Pariamachi ss.cc.



Estamos conmemorando el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Ávila (España, 1515-1582); al mismo tiempo, celebramos la beatificación de monseñor Óscar Romero (El Salvador, 1917-1980). Como en tantos otros casos, mi vida cristiana se ha nutrido de Teresa y Romero. Con toda modestia comparto estas reflexiones sobre ¿qué tienen que decirnos una monja y un obispo puestos en diálogo?

El filósofo Richard Rorty solía decir que desde niño quiso reconciliar lo privado y lo público: su atracción por las orquídeas de las montañas de New Jersey y el impacto que le produjo la figura de León Trotsky como luchador social; de modo que buscaba el camino para ser al mismo tiempo “un intelectual esnob y un amigo de la humanidad, un ermitaño solitario y un luchador por la justicia” (Rorty 1998, 32). Siendo estudiante en Chicago comprendió que no era posible lograr una síntesis teórica entre sus orquídeas y Trotsky. Con los años admitiría que la coincidencia de lo privado y lo público era viable en algunos cristianos para los que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables (en su caso hubiera sido el autoengaño de un ateo).

Sintonizando en cierto sentido con Rorty, podríamos decir que Teresa y Romero representan una síntesis vital entre mística y profecía en la Iglesia. La monja y el obispo provienen de laderas distintas, pero por cualquiera de ellas se baja al corazón del valle. En ambos casos sabemos que para aprender de su santidad no debemos prescindir de la experiencia configuradora de cada uno, sea la mística o la profecía.

1.         La mística y la profecía

Qué duda cabe de que santa Teresa de Jesús es una maestra extraordinaria de la Iglesia, no solo por la hondura de su sabiduría mística y talante humanista, sino también por su aporte a la transformación de la Iglesia y la sociedad de su época, que ha dejado una estela en el tiempo. Tal vez lo primero que subyuga es su camino de unión con Dios a través de la oración, que se despliega como un itinerario para el hombre o la mujer que decide seguir a Jesús. Quién no se siente identificado cuando dice que oración mental es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8, 5). Cómo no encandilarse con su metáfora del castillo interior, al que se entra por la puerta de la oración.

“Pues consideremos que este castillo tiene –como he dicho– muchas moradas, unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M 1, 3).

Siempre he mirado a santa Teresa como a una mujer convertida al amor de Dios desde sus entrañas. Me gusta cuando una teleserie la muestra confesando que al entrar al convento hizo un “matrimonio de conveniencia”, porque no se veía atada a un hombre. Algunos años después entregará su corazón a Jesús para siempre. En adelante abrazará una vida de monja, con largas horas de silencio, oración y trabajo. Dejará de lamentarse por no poder ir de misión a las Indias y se transformará en una infatigable fundadora de conventos. Su testimonio ilumina ahora el camino de la Iglesia.

Cuatro siglos después, con monseñor Óscar Romero Dios pasó por El Salvador. Quien se aproxime a la vida de Óscar Romero se sentirá conmovido por el modo en que el obispo se transformó en un profeta de Dios, siempre hasta las últimas consecuencias. La conversión a los pobres de su pueblo trajo consigo cambios espirituales, eclesiales y políticos en Romero: “me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente, de saber cómo se atropellan los derechos de la imagen de Dios” (Romero 2002, 31). Sus sentidas homilías están atravesadas por una opción teocéntrica que sustenta su servicio, al comprobar día a día que desde el gobierno se amenazaba, perseguía y asesinaba a los más indefensos de su país.

“La Iglesia, encargada de la gloria de la tierra, siente que en cada hombre hay una imagen de su Creador, y que todo aquel que la atropella ofende a Dios. Y tiene que clamar: Iglesia santa defensora de los derechos y las imágenes de Dios… El que tortura a un hombre, el que ha ofendido a un hombre, atropellado a un hombre, ha ofendido la imagen de Dios, y la Iglesia siente que es suya esa cruz, ese martirio” (Romero 2002, 42).

Me impresiona mucho cómo la solidaridad con las víctimas supuso para Romero un giro radical en su camino de seguimiento de Jesús, su forma de organizar el servicio de la Iglesia en el contexto de la violencia política y su manera de situarse como obispo en el centro de los conflictos sociales de El Salvador. Romero sabía que estaba llamado a ser “la voz de los sin voz” arriesgando la propia vida. Levantó su voz profética contra la violencia que se apoderaba del país, hasta que un disparo acabó con su vida mientras celebraba la eucaristía en la tarde del 24 de marzo de 1980.

2.         La oración y la acción

Conforme se avanza en la biografía y los escritos de Teresa vamos descubriendo la raigambre de su itinerario, al punto que la raíz cristológica se desvela como la médula del camino hacia Dios por el amor. Nunca renuncia a representarse a Jesús delante de sí, ni siquiera cuando ha alcanzado los estados místicos más altos; aconseja a sus hijas del Carmelo que se enamoren mucho de la humanidad de Cristo.

“Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad” (V 12, 2).

Su sutileza psicológica hace a Teresa consciente de los desafíos del monasterio. Las advertencias a las monjas son agudas: a las que cuidan mucho su salud, que parece que han venido al monasterio para no morirse nunca; a las que se ocupan demasiado en su cuerpo, que cuanto más se engríe al cuerpo más gustos quiere; a las que se preocupan excesivamente de sí mismas, que lo menos que pueden hacer es ofrecer su vida a Dios. En fin, a las monjas que exigen buenos argumentos para aceptar la cruz les dice que no los tendrán ni dentro ni fuera del monasterio: “La que no quisiere llevar cruz sino la que le dieren muy puesta en razón, no sé para qué está en el monasterio; tórnese al mundo, adonde aun no le aguardarán esas razones” (C 13, 1).

En el caso de santa Teresa de Jesús casi espontáneamente recorremos el camino de la oración a la acción. En principio es oportuno aludir al conocido axioma teresiano, en el que indica a sus hermanas que para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced” (4M 1, 7). Teresa quiere evitar que las monjas queden engañadas en la autocomplacencia de una pseudo-mística y que más bien sepan que en la oración o en el trabajo están atendiendo a Jesús.

“Pues si contemplar y tener oración mental y vocal y curar enfermos y servir en las cosas de la casa y trabajar –sea en lo más bajo–, todo es servir al Huésped que se viene con nosotras a estar y a comer y recrear, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?” (C 17, 6).

Teresa recuerda que la perfección radica en el amor a Dios y el amor al prójimo; sin embargo, aclara que la señal más cierta que existe de que guardamos estas dos cosas es practicando bien el amor al prójimo, “porque si amamos a Dios no se puede saber… mas el amor del prójimo sí” (5M 3, 8). Enseguida explica que no llegaremos a vivir con perfección el amor al prójimo, “si no es naciendo de raíz del amor de Dios” (5M 3, 9). Estamos ante una sugerente relación entre ambos amores: el amor a Dios se hace visible en el amor al prójimo y este hunde sus raíces en aquel.

En el último capítulo de Meditaciones sobre los Cantares, ubicamos un texto en el que Teresa está comentando los versos que la amada dirige a su amado: “sostenedme con flores y acompañadme de manzanas, porque desfallezco de mal de amores” (2, 5). ¿Qué flores son estas? La santa entiende que aquí se pide que hagamos grandes obras en servicio de Dios y del prójimo. Como escribe para mujeres contemplativas, comprende que es necesario aclarar que estas obras no significarán una pérdida para ellas, si es que están unidas a Dios y desasidas del propio interés.

“Cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y María; porque en lo activo y que parece exterior, obra lo interior, y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores; porque proceden de este árbol de amor de Dios y por sólo Él, sin ningún interés propio, y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a muchos, y es olor que dura, no pasa presto, sino que hace gran operación” (MC 7, 3).

Se comprenderá que Teresa insista en que lo interior y lo exterior –alegorizados en las figuras bíblicas de María y Marta– nunca estarán contrapuestos si van orientados por el amor de Dios; advierte a sus hijas que no sientan desconsuelo si la obediencia las trajere ocupadas en cosas exteriores: “entended que si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor ayudándoos en lo interior y exterior” (F 5, 8).

Por otra parte, el testimonio de Óscar Romero permite recorrer el camino desde el compromiso visible hacia las fuentes espirituales. Vemos a Romero levantarse como el defensor de los pobres; sin embargo, el significado de su opción por los pobres no se reduce a verlos como meros destinatarios de su misión, sino que entiende que ellos son un criterio de la cercanía a Dios y una garantía de la oración; más todavía, llega a decir que “los pobres han marcado el verdadero caminar de la Iglesia” (Romero 2002, 197). Cuando recibió el doctorado honoris causa en Lovaina señaló:

“De ese mundo de los pobres decimos que es la clave para comprender la fe cristiana, la actuación de la Iglesia y la dimensión política de esa fe y de esa actuación eclesial. Los pobres son los que nos dicen qué es el mundo y cuál es el servicio que la Iglesia debe prestar al mundo” (Romero 2002, 197).

En la medida en que Romero siente en carne propia los atropellos contra la gente de su país, se amplía su identificación con Cristo en los pequeños. Sabemos que sufrió mucho la persecución del gobierno y sus aliados, también la incomprensión de parte de la jerarquía eclesial y la izquierda armada. Las amenazas de muerte se hacían cada vez más seguidas y creíbles. El propio Romero cuenta que cuando un periodista le preguntó dónde hallaba la inspiración para su trabajo y predicación, le respondió que justamente venía de hacer sus ejercicios espirituales: “Si no fuera por esta oración y esta reflexión que trato de mantener –unido con Dios– no sería yo más que lo que dice San Pablo: una lata que suena” (Romero 2002, 205).

Los recursos espirituales de Romero vienen desde sus años de formación inicial, cuando meditaba en los maestros y las maestras de la vida espiritual, entre estas a santa Teresa de Jesús. En una de sus homilías se lee:

“Orar es platicar con Dios. Hay una comparación preciosa del Concilio Vaticano II que dice que Dios le ha dado al hombre el santuario íntimo de su conciencia, para que el hombre entre en esta celda privada y allí hable a solas con Dios para decidir su propio destino. Todos tenemos una Iglesia dentro de nosotros: nuestra propia conciencia” (Romero 2002, 82).

Romero vivió su solidaridad con las víctimas como hombre de Dios y de Iglesia. Provoca ternura descubrir en su biografía y sus escritos cómo este sacerdote piadoso se transforma en un profeta apasionado que lucha por el respeto a la vida de toda persona, por la paz, la libertad y la justicia en El Salvador. Emociona releer en su diario espiritual las palabras que escribió pocos días antes de morir asesinado. Romero teme por su vida, debido a las serias amenazas que recibía; no obstante, hace su oblación delante de Jesús, la Virgen y los santos, en un acto de confianza en Dios:

“Así consiento mi consagración al Corazón de Jesús, que fue siempre la inspiración y alegría cristiana de mi vida. Así también pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en él mi muerte, por más difícil que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia… porque el Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera. Me basta estar feliz y confiado, saber con seguridad que en él está mi vida y mi muerte, que, a pesar de mis pecados, en él he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la patria” (Morozzo 2003, 120s.).

El domingo previo a su muerte Romero suplicó, rogó, ordenó en nombre de Dios que cesara la represión contra su pueblo. Muchos sintieron que esta homilía provocaría su sentencia de muerte. Al día siguiente, en la misa celebrada por la madre de un amigo, dijo: “que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimenten también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí sino para dar cosechas de justicia y de paz a nuestro pueblo…” (Grabación). Unos segundos después caía desplomado al costado del altar.

3.         La andariega y el luchador

Es evidente que Teresa y Romero representan modos distintos de seguir a Jesús. Teresa es una monja que ama el silencio y la oración, que no podría vivir si no estuviera a solas con su Señor y Amigo; es cierto que la veremos lanzada a la fundación de casas en toda España con una precaria salud, pero su propósito será siempre habilitar espacios donde sea posible una vida del Carmelo reformado para mujeres y hombres. Romero es un obispo volcado al pastoreo del pueblo que se le ha confiado; es un hombre espiritual, que encontrará el sentido de su ministerio en los pobres que son torturados y asesinados en su país. De esta manera, Teresa y Romero se convierten en estímulo permanente para quienes transitamos el siglo XXI entre lágrimas y cantares.

Escribía que para aprender mejor de la santidad de Teresa y Romero no debemos prescindir de sus experiencias configuradoras, que convencionalmente podemos llamar “mística” y “profecía”. En efecto, si bien todos los cristianos vivimos nuestra vocación en el seguimiento de Cristo, vamos descubriendo un eje articulador o un hilo conductor que ha configurado nuestra manera de seguir a Cristo. No se trata meramente de lo que una persona hace, sino de aquello que emerge como motivación constante de una vida, sean actividades de una monja andariega o un obispo luchador.

Teresa de Jesús muestra que el seguimiento de Cristo puede configurarse desde la experiencia mística refleja a través de los sucesivos grados de la oración; no obstante, advierte que el progreso en la oración va de la mano con el cambio de la persona que ha decidido caminar en sencillez y desapego. Rechaza que la vida en el monasterio termine en una vida muelle que se olvida que el amor a Dios se visibiliza en el amor al prójimo. No es casual que el papa Francisco diga que la vida espiritual se confunde con algunas experiencias que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás y el compromiso en el mundo (cf. Evangelii gaudium, n. 78). En esta época post-secular Teresa nos descubre el sentido de la mística de la fe cristiana.

Por su parte, Romero muestra cómo el seguimiento de Cristo puede configurarse también desde la experiencia profética con connotaciones eclesiales y políticas, a partir de la conversión evangélica a los pobres; sin embargo, enseña que el profetismo hunde sus raíces en la vida de oración, discernimiento y consagración a Dios, que ciertamente sostiene en las pruebas y libera de la vanagloria. Como afirma Francisco, “no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (Evangelii gaudium, n. 262). Romero nos recuerda que siempre es posible amar hasta el extremo, cuando sabemos en quién hemos puesto la confianza definitiva.

En alguna ocasión dijo Rorty que se le había elogiado como original, cuando en realidad era un ecléctico que metía en un mismo saco a figuras aparentemente disímiles, buscando héroes nuevos sin dejar de mantenerse razonablemente fiel a los viejos (Rorty 2000, 22). En otra parte escribiría que “necesitamos imaginar a Aristóteles estudiando a Galileo o a Quine y cambiando de opinión, a Santo Tomás leyendo a Newton o a Hume y cambiando la suya” (Rorty 1990, 71). Me imagino que algo así sucede en la teología, cuando releemos a los clásicos y los modernos desde la época que nos ha tocado vivir. En nuestro caso, Teresa y Romero hacen parte de la nube de testigos que acompañan la peregrinación hacia la ciudad donde habita la justicia de Dios.

Siglas de las obras de santa Teresa

V         Libro de la Vida
C        Camino de perfección
M        Moradas
F         Fundaciones
MC      Meditaciones sobre los Cantares

Citas textuales de Óscar Romero

Romero, O. (2002). La violencia del amor. Santander: Sal Terrae. Editado por James R. Brockman.
Morozzo, R. (Ed.). (2003). Óscar Romero. Madrid: San Pablo.

Bibliografía

Rorty, R.
(1990). La filosofía en la historia. Barcelona: Paidós.
(1998). Pragmatismo y política. Barcelona: Paidós.
(2000). Verdad y progreso. Escritos filosóficos 3. Barcelona: Paidós.