Teología y
ecología
Raúl Pariamachi ss.cc.
El papa Francisco ha publicado la
carta encíclica Laudato si’ sobre el
cuidado de la casa común, en la que escribe que “si de verdad queremos construir
una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces
ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de
lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje” (LS 63). En este artículo me
propongo mostrar las relaciones entre la teología y la ecología, como una
aplicación del diálogo entre fe cristiana y cultura ecológica, con referencias
a algunos puntos de la encíclica ecológica del Papa.
Ecología
La palabra ecología viene de los términos griegos: oikos (casa) y logos
(estudio). Etimológicamente se trata del estudio de la casa. Sin embargo, se
debe aclarar que oikos se refiere no
solo a la estructura física de una casa, sino también a las relaciones que se
establecen dentro de ella. El biólogo Ernst Haeckel usó la palabra ecología para referirse al estudio de
las relaciones entre un organismo vivo y su ambiente natural. Desde entonces el
significado de la palabra ecología se
ha ampliado al punto que actualmente se refiere a las relaciones de todos los
seres vivos en esta casa común que es el planeta Tierra. Se entiende que el
papa Francisco hable –en el capítulo cuarto de su encíclica– de ecología
integral: ambiental, económica, social, cultural y de la vida cotidiana.
Teología
La palabra teología viene de los términos griegos: theos (dios) y logos
(estudio). Etimológicamente se trata del estudio de Dios. No obstante, la
teología no se limita a los asuntos de Dios, sino que incluye otras realidades
desde la perspectiva de la fe cristiana. Frente a la pregunta de si la teología
solo debería ocuparse de Dios, el teólogo Tomás de Aquino respondía: “En la
teología se trata de todas las cosas a la luz de Dios, ya por ser tales cosas
el mismo Dios, ya por tener relación con Dios como principio y fin” (Suma teológica I, q.1, a.7). Esto
significa que es posible hacer teología a partir de la ecología, en tanto que
las relaciones interdependientes que establecen los seres vivos en el planeta
están orientadas a Dios como a su principio y a su fin.
La crisis ecológica
La crisis ecológica actual (capítulo
primero de la encíclica) plantea desafíos a la teología, en cuanto que la fe
cristiana tiene algo que decir a propósito de la destrucción que sufre la Tierra , con sus
consecuencias para todos los seres vivos, especialmente para los más pobres [1].
Las respuestas teológicas a los desafíos ecológicos tienen que superar tanto
una visión idealizada de la creación como una visión instrumental de la
naturaleza; tienen que incorporar aspectos científicos, económicos, políticos,
culturales, religiosos. Considero
que un diálogo entre teología y ecología debe tomar en serio que la ecología va
dejando de ser solo una disciplina para convertirse en todo un paradigma: un
modelo sobre las relaciones entre los humanos y con la naturaleza.
Hacia una ecoteología
La ecoteología es una reflexión
sobre Dios en interrelación con toda su creación, a la luz de la fe cristiana;
es una teología que remite a las relaciones de Dios con la casa planetaria
común y que se preocupa por la convivencia dentro de ella [2].
En este sentido, voy a tratar ahora algunas cuestiones sobre Dios y su creación
estableciendo nexos con la problemática ecológica [3].
Al respecto, la Laudato si’ es un
excelente ejemplo de cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos
grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos más
frágiles (cf. LS 64).
El Creador y su creación
El papa Francisco titula el capítulo
segundo de su encíclica “El Evangelio de la creación”, donde se refiere a la
teología de la creación, desde los relatos de la creación en el libro del
Génesis hasta la mirada de Jesús en los evangelios; a continuación, sigo solo
en parte el esquema y el contenido de este capítulo, aunque tomando los aportes
de los teólogos citados en la respectiva nota.
Respecto a la creación quiero
subrayar dos enseñanzas cuya mala interpretación suele contribuir a la crisis
ecológica [4].
Cuando hablamos de la “creación” para referirnos al mundo natural y al ser
humano estamos aplicando una categoría teológica… estamos calificando a la
naturaleza y a la humanidad como obras de Dios. Esto supone una doble
consecuencia. Por una parte, se está indicando que esta creación posee una
dignidad por haber salido de las manos del Creador. Por otra parte, se está diciendo
que esta creación es distinta de su Creador. Esto último produjo la llamada
desacralización del mundo por parte de la tradición judeo-cristiana: el mundo
no es Dios [5].
En contra de las culturas que trataban a los elementos de la naturaleza como si
fueran dioses, se defendió que solo el único Dios verdadero –creador,
espiritual y personal– debe ser adorado. Se entiende que algunos juzguen que
esta desacralización ha llevado a perder el respeto por la naturaleza (solución
a la crisis ecológica pasaría por volver a sacralizar el mundo).
A esta primera enseñanza de que la
naturaleza y la humanidad son obras divinas, tiene que sumarse una segunda que
afirma que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. Esto
también supone una doble consecuencia. Por una parte, se está señalando que el
ser humano es la cumbre de la obra de Dios. Por otra parte, se está diciendo
que establece una relación de inferioridad con respecto a Dios, de igualdad con
respecto a los otros humanos y de superioridad con respecto al resto de lo
creado: el ser humano ha sido destinado por Dios a dominar sobre la tierra y
los animales. No resulta extraño que se acuse a la tradición judeo-cristiana de
estar detrás del antropocentrismo, que terminaría perjudicando a todos los
seres vivos del planeta.
En el trasfondo de la crisis
ecológica se percibe la distorsión de la doctrina de la creación: si se enseña
que la naturaleza no es Dios y que el ser humano debe dominarla, alguien podría
deducir que la naturaleza tiene que ser utilizada como mero instrumento al
servicio del ser humano que la somete, maltrata y devasta. De ahí que la
ecoteología construya un sentido teológico amplio para las relaciones entre el
Creador y su creación. La pregunta consiste así en cómo redescubrir la dignidad
de la creación en su conjunto, recuperando la dimensión sagrada de la
naturaleza sin recaer en el animismo. Me parece que la respuesta pasa por
establecer vínculos entre la tradición cristiana y el paradigma ecológico. Esta
tarea teológica supone revisar nuestros imaginarios religiosos sobre las
relaciones entre Dios, el mundo natural y el ser humano.
La sacramentalidad de la creación (una
caracterización simbólica) radica en que el Dios trascendente es el Dios
inmanente: está presente en su creación. Esta creación es símbolo de Dios, de
su gloria, su bondad, sabiduría y belleza. De esta sacramentalidad se desprende
que todo ser creado posee una bondad propia que se deriva de su Creador y que
no depende de la utilidad que pudiera tener para los seres humanos. Esta verdad
no puede limitarse a una visión romántica de la naturaleza, sino que debe
ampliarse con el asombro de contemplar la Tierra desde fuera de la Tierra –desde el punto de
vista del astronauta– como nuestra casa común y nuestra patria cósmica: un
superorganismo vivo donde cohabitan en interdependencia todos los seres vivos,
sabiendo que el ser humano no simplemente está en la Tierra sino que es de la
Tierra.
Esta sacramentalidad está vinculada
con el deseo de la ecoteología de recuperar la dimensión sagrada del universo.
Lo “sagrado” se entiende aquí como aquella cualidad de las cosas que nos
fascina, nos estremece, nos conduce a una experiencia de asombro, veneración y
respeto. Esta experiencia se expresa en las relaciones de los humanos con la Tierra como su casa,
hermana y madre (esta última vista en los pueblos originarios). El
redescubrimiento de la dignidad de la creación pasa entonces por la
recuperación de la sacralidad de la naturaleza.
Es necesario replantear el sentido del
lugar único que ocupa el ser humano en la creación. El ser humano es
naturaleza, no está fuera de ella. La genética permite mirar al ser humano
vinculado con una cadena evolutiva, y emparentado con todas las formas de vida.
En contraposición vemos que en la base del antropocentrismo subyace una visión
atomizada del ser humano como desgajado de los otros seres vivos. El
antropocentrismo pretende que la historia del universo tiene su razón de ser
únicamente en el ser humano: toda la creación estaría a su disposición en orden
a realizar sus deseos (nada tendría un valor por sí mismo) [6].
La ecoteología prefiere trabajar con el principio andrópico, según el cual el
ser humano ocupa un lugar singular en el conjunto de las especies, al punto de
alcanzar un alto nivel de conciencia refleja sobre el mundo [7].
Las cuestiones sobre la creación
remiten a las cuestiones sobre el Creador. Solo voy a mostrar algunos acentos
que pone la ecoteología al hablar de los modelos de Dios en relación con la
ecología.
La presencia de Dios en su creación
abre la posibilidad de que el Creador pueda ser pensado en relación con el
proceso global de evolución y de expansión del universo, en favor de una íntima
comunión entre el Creador y la creación (que respeta la identidad y la distinción).
La ecoteología habla de Dios como trinidad de personas sin limitarse al ámbito
humano. En efecto, esta comunión trinitaria es puesta en relación con la unidad
y la diversidad de la vida, del planeta y del cosmos. Desde esta perspectiva,
el Padre es principio, fuente y origen del que proceden todas las cosas. El
Espíritu –por su parte– es el dador de vida, es la energía vivificante en el
devenir de la creación, que está presente en todas las criaturas, en la
naturaleza, las plantas, los animales y los ecosistemas de la Tierra. Finalmente ,
el Hijo extiende su obra salvadora a todos los ámbitos de la historia de la
humanidad y la naturaleza. El Jesús histórico es confesado como el Cristo de la
fe, un Cristo cósmico en quien se recapitulan todas las cosas.
Quiero concluir diciendo que soy
consciente de que lo expuesto requiere de más precisión; en cualquier caso, mi
intención ha sido despertar el interés por la ecoteología como el campo de
trabajo donde la teología, en diálogo con la ecología, se ha propuesto revisar
las imágenes, los conceptos y los modelos que tenemos de Dios, del ser humano y
del mundo natural con vistas a construir una civilización ecológica.
[1] La íntima vinculación entre la Tierra
y los pobres atraviesa toda la encíclica: “tanto
el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49; cf. 2, 10, 13,
16, 20, 25, 27, 28, 29, 30, 48, 50, 52, 53, 66, 71, 93, 94, 109, 110, 123, 134,
139, 142, 148, 149, 152, 158, 162, 175, 190, 198, 201, 214, 227, 232, 237, 241
y 243). Cf. Leonardo Boff, Ecología.
Grito de la Tierra ,
grito de los pobres, Madrid, Trotta, 1996.
[2] Cf. Concilium 331 (Junio 2009), Ecoteología: nuevas cuestiones y debates.
[3] En las siguientes reflexiones
sigo básicamente a Jürgen Moltmann, Dios
en la creación. Doctrina ecológica de la creación, Salamanca, Sígueme,
1987. Ian C. Bradley, Dios es verde.
Cristianismo y medio ambiente, Santander, Sal Terrae, 1993. Sallie McFague,
Modelos de Dios. Teología para una era
ecológica y nuclear, Santander, Sal Terrae, 1994. Denis Edwards, El Dios de la evolución. Una teología
trinitaria, Santander, Sal Terrae, 2006. Ilia Delio, Cristo en evolución, Santander, Sal Terrae, 2014.
[4] En su conocido
artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”, Lynn White (1967)
escribía que la visión judeo-cristiana –que subyace en el mundo occidental– es
la culpable de la crisis ecológica actual (enunciado ciertamente discutible).
[5] En realidad
prefiero hablar de una “des-divinización” del mundo, porque más adelante
hablaré de recuperar el carácter “sagrado” del mundo natural, sin que signifique
que volvamos a tratar a los elementos naturales como dioses.
[6] Se tendría que
recordar que el fin de la creación es la gloria de Dios, en el sentido de que
el fin de la creación es la comunicación de la bondad divina, de tal manera que
se realice su designio amoroso en todas sus criaturas.
[7] Esto guarda
relación con el Catecismo: “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser
humano tiene la dignidad de “persona”; no es solamente algo, sino alguien. Es
capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con
otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a
ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su
lugar” (357).