Un Papa samaritano en los Estados Unidos
Raúl Pariamachi ss.cc.
“Una Nación es considerada grande cuando defiende la
libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a
sus hombres “soñar” con plenitud de derechos para su hermanos y hermanas, como
intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de
los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de
una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.”
(Papa Francisco, Discurso al Congreso)
Mi tiempo
sabático en Nueva York coincidió con la visita del papa Francisco a los Estados
Unidos. He tenido la oportunidad de seguir atentamente esta visita tomando el
pulso al sentir de la gente; también para mí ha sido la ocasión de apreciar la
persona y el mensaje de Francisco en el país de las controversias. Me parece
que con su presencia el Papa ha mostrado el rostro de una Iglesia samaritana.
¿Qué
destaco de esta visita?
Mi primera
impresión es que el Papa ha sabido llegar al pueblo estadounidense. En su
discurso al Congreso comenzó agradeciendo por estar en “la tierra de los libres
y la patria de los valientes” –citando el himno–; precisó que a través de los
congresistas se dirigía a todo el pueblo, a los trabajadores, los abuelos y los
jóvenes. El Papa supo tejer magistralmente los valores recibidos de Abraham
Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton, con los desafíos de
esta nación en la época global. Sin duda, ha sido el discurso más citado en los
medios. Si me permiten una preferencia, diría que ha sido el mejor de todos,
quizá porque en este tiempo he conocido mejor a los personajes citados, además
porque se trata de valores universales.
Se ha
destacado la preocupación del Papa por los inmigrantes. En su primer acto se
presentó como “hijo de una familia de inmigrantes” (discurso en la Casa
Blanca). En la catedral de Washington animó a todos los obispos a seguir
sosteniendo la causa de los inmigrantes. En el Congreso dijo que los habitantes
de este continente no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de
nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Se suma su encuentro con la comunidad
hispana en Filadelfia, donde saludó a representantes de inmigrantes recién
llegados a los Estados Unidos, a quienes pidió que no se desanimen por las
dificultades y no se olviden de sus tradiciones. Viene al caso mencionar que
más de once millones viven como indocumentados en este país.
Una buena
muestra del movimiento de la Iglesia hacia las periferias existenciales ha sido
la voluntad del papa Francisco de escoger un lugar significativo en cada
ciudad: en Washington su encuentro con los sintecho en el centro caritativo de
una parroquia; en Nueva York su reunión con las familias de inmigrantes en una
escuela en el Harlem; en Filadelfia su visita a los presos de un instituto
correccional. Cabe decir que su presencia en el encuentro interreligioso en la
zona del atentado a las torres gemelas ha sido una de las más apreciadas por su
significado para este pueblo.
Francisco
ha hablado también al corazón de la Iglesia de los Estados Unidos. En sus
encuentros ha tenido siempre una palabra para todo el pueblo de Dios,
comunicando un mensaje de gratitud, compasión y esperanza. Me gustaría
enfatizar sus palabras a los obispos en la catedral de Washington, donde señaló
que es importante que la Iglesia en los Estados Unidos sea “un hogar humilde
que atraiga por el encanto de la luz y el calor del amor”. En esta línea, se
ubicó su presencia en el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, donde
el Papa confirmó los valores permanentes de la familia; en la misa de clausura
–ante más de un millón de fieles– dijo que nuestras familias son verdaderas
iglesias domésticas, donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe.
Un último
punto a destacar –entre tantos otros– es la visita del papa Francisco a la sede
de la Organización de las Naciones Unidas, donde se dirigió a más de 170 jefes
de estado en la apertura de la asamblea general. Ha sido una excelente ocasión
para que el Papa reitere las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia a
los líderes del mundo. Por mi parte, subrayaría su concepto de “derecho del
ambiente”, en el sentido de que el mismo ambiente comporta límites éticos que
la acción humana debe respetar; así como su manera de vincular el clamor de la
tierra con el clamor de los pobres. Francisco dijo ser consciente de su grave
responsabilidad al respecto: “Alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que
anhelan soluciones urgentes y efectivas”.
Sin duda
también hubo críticas. A algunos no les ha gustado su insistencia en los
derechos de los inmigrantes en el país o su crítica al modelo de desarrollo en
el planeta; a otros les ha molestado su defensa de la vida humana desde la
misma concepción hasta la muerte natural o su visión de la familia interpretada
como excesivamente tradicional. Por supuesto, no me es posible analizar estas
críticas aquí.
Francisco
ha dejado su huella en el cuarto país con más católicos en el mundo, que vive
dramáticamente los problemas de esta nueva época; ha sido el Papa samaritano
que se hizo prójimo de todos para ser testigo de la misericordia de Dios.