martes, 31 de enero de 2017

La misericordia del papa Francisco

La misericordia del papa Francisco [1]
Un enfoque pragmático

Raúl Pariamachi ss.cc.

“La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”
(Papa Francisco, Misericordiae vultus 10)

El asunto que se me ha propuesto gira en torno a la misericordia en el magisterio del papa Francisco. Mi acercamiento al tema no será conceptual, sino desde un enfoque pragmático; es decir, no me detendré aquí a explicar en qué consiste la misericordia en la enseñanza del Papa, sino que más bien trataré de mostrar las consecuencias prácticas (doctrinales y pastorales) de la misericordia como principio clave de su magisterio. Me concentraré en la Exhortación Evangelii gaudium (EG), la Encíclica Laudato si’ (LS) y la Exhortación Amoris laetitia (AL).

1.         Exhortación Evangelii gaudium

El primer número de la EG ofrece la clave de su lectura. El Papa dice que quiere dirigirse a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. Esto implica que el documento tiene una doble finalidad: reflexiva y programática. De modo que leer la EG solo desde su aspecto reflexivo sería perder de vista que el Papa presenta una serie de principios, criterios y aplicaciones para la marcha de la Iglesia. Justamente este enfoque deja apreciar el lugar de la misericordia en su programa.

a)         Los límites humanos

Francisco hace un llamado a la transformación de la Iglesia a partir de la imagen de una Iglesia en salida misionera; al respecto, recoge el tema de la conversión pastoral de la que se habló en Aparecida (cf. 365-372). La comunicación del Evangelio se realiza desde el corazón del mensaje de Jesús: “En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (EG 36). Quisiera detenerme ahora en lo que dice el Papa a propósito del hecho de que la misión se encarna en los límites humanos (cf. EG 40-45).

El Papa parte del principio de que la Iglesia necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad. Los cambios culturales exigen que se preste atención al desafío de expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Y sostiene: “A veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo” (EG 41). Francisco no se refiere solo a la doctrina, sino también a las costumbres y a las normas (cf. EG 43). Dice que en su constante discernimiento, la Iglesia puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas arraigadas en el tiempo pero que no prestan el mismo servicio de antes. De modo parecido, existen normas que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ahora ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces para la vida.

En este contexto el Papa se refiere a que santo Tomás de Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y por los Apóstoles al Pueblo de Dios “son poquísimos”; citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos posteriormente por la Iglesia deberían exigirse con moderación “para no hacer pesada la vida a los fieles” y convertir nuestra religión en una esclavitud, siendo que “la misericordia de Dios quiso que fuera libre” (Suma teológica I-II, q. 107, art. 4). Francisco dice que esta advertencia tiene una enorme actualidad: “Debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos” (EG 43). La misericordia aparece aquí como un criterio para el cambio en la Iglesia, que explica lo dicho sobre la doctrina, las costumbres y las normas.

El papa Francisco habla también de los límites de las circunstancias personales. Al respecto, pide a los pastores que no olviden que la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas o suprimidas por una serie de condicionantes (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 1735). Por lo tanto –dice el Papa–, “sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (EG 44); con una notable sensibilidad pastoral pide que se considere que un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de una persona que vive sin enfrentar graves dificultades.

Esta vez aparece la misericordia como un criterio del acompañamiento pastoral de las personas. Esto se refuerza cuando Francisco en seguida recuerda a los sacerdotes que el confesionario no es una sala de torturas sino el lugar de la misericordia de Dios que estimula a hacer el bien posible (cf. EG 44); un poco más adelante dirá también que la Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un remedio y un alimento para los débiles (cf. EG 47). El carácter programático de lo expuesto hasta aquí reaparecerá en la Exhortación Amoris laetitia más adelante.

b)        El clamor de los pobres

En el capítulo dedicado a la dimensión social de la evangelización, el Papa dice que la Iglesia escucha el clamor por la justicia porque está guiada por el Evangelio de la misericordia (cf. EG 188). Más adelante añade: “El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno” (EG 193). Es inevitable asociar este estremecimiento de las entrañas tanto con el rahamim hebreo como con el splágjna griego de la Biblia, sobre todo cuando san Lucas lo aplica a Jesús, al buen samaritano o al padre compasivo.

En un hermoso texto Francisco evoca que cuando el apóstol san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir “si corría o había corrido en vano”, el criterio clave de autenticidad que recibió fue “que no se olvidara de los pobres” (cf. Ga 2, 10). El Papa comenta que este criterio estaba orientado a que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo individualista de los paganos y que ahora tiene una enorme actualidad, cuando tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista (quizás en una alusión a nuevas formas de religiosidad, espiritualidad o misticismo que se centran exclusivamente en el “bienestar”). Francisco afirma que la belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero existe un signo que jamás debe faltar: la opción por los últimos (cf. EG 195).

Cabe recordar que el propio papa Francisco contó a los periodistas que cuando la votación en el cónclave estaba alcanzando los dos tercios requeridos para su elección y se escucharon los aplausos, el cardenal Claudio Humess se le acercó, lo abrazó, lo besó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Entonces estas palabras entraron en su mente y en su corazón. Le vino el nombre de san Francisco de Asís, el hombre de la pobreza, de la paz, de la custodia de la creación. Y mientras relataba estos hechos el Papa exclamó: “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”.

2.         Encíclica Laudato si’

En la introducción el papa Francisco dice que no quiere desarrollar esta encíclica sin acudir a un bello modelo que puede motivarnos, porque san Francisco de Asís es el ejemplo por excelencia de una ecología integral: manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres (cf. LS 10). San Francisco de Asís entraba en comunicación con todo lo creado, siendo su reacción más que una valoración intelectual o un cálculo económico, dado que estaba unido con lazos de cariño a cualquier criatura. El Papa cita a san Buenaventura, quien escribió que el Santo de Asís “lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas” (Leyenda mayor VIII, 6) [2]. Me parece importante subrayar aquí que el papa Francisco diga que esta convicción no puede ser despreciada, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan el comportamiento de los seres humanos (cf. LS 11).

Un eje que atraviesa la Encíclica es la conexión del problema natural-ambiental con el problema humano-social, particularmente con la situación de los pobres. Se trata de “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). De esta manera se evoca el estremecimiento de las entrañas que permite prestar atención al grito de la tierra y de los pobres.

El Papa aclara que quiere mostrar que las convicciones de la fe ofrecen grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los humanos (cf. LS 64). De hecho, en diferentes pasajes de la Encíclica se ubican las referencias a la ternura, la compasión y el cuidado. Al respecto, cabe destacar el sugerente capítulo final donde Francisco trata sobre la educación ecológica. En efecto, se propone una educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente. Esta educación no se remite solo a la información científica y la prevención ambiental, sino que se orienta a la crítica a los “mitos” de la modernidad y a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico. El papa Francisco considera la necesidad de replantear los itinerarios pedagógicos de la ética ecológica, de modo que se haga posible un “cuidado basado en la compasión” (LS 210). La compasión aparece entonces como el fundamento de la acción que custodia la creación, una educación que no se limita a entregar información sino que desarrolla hábitos.

3.         Exhortación Amoris laetitia

Una vez más resulta conveniente fijarse en la introducción de estos documentos. No es casual que el papa Francisco escriba aquí que la Exhortación adquiere un sentido especial en el contexto de este Año de la Misericordia, porque es una propuesta para (1) estimular a las familias a apreciar sus dones, sostener el amor y vivir los valores, como la generosidad, el compromiso y la fidelidad; y (2) alentar a todos para que sean signos de misericordia donde la vida familiar no se realiza perfectamente (cf. AL 5). Veamos cómo la misericordia está estrechamente vinculada a ambos aspectos.

a)         El amor misericordioso

En el primer caso debemos destacar que el papa Francisco remita reiteradamente a los diferentes rostros del amor cuando habla de la familia, los esposos y los hijos. El amor del matrimonio es visto en términos de amistad conyugal, mostrando que la unión de los esposos tiene las características de una buena amistad; entre estas características se menciona la búsqueda del bien del otro (cf. AL 123). Un poco después añade que en una sociedad donde se tiende a que todo esté para ser comprado, poseído y consumido, aparece la ternura como la manifestación del amor que se libera del deseo de la posesión egoísta: “El amor al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y sagrado de su ser personal, que existe más allá de mis necesidades” (AL 127).

El Papa explica que el amor conyugal no se agota dentro de la pareja, sino que se prolonga en los hijos, de tal modo que la familia se convierte en el espacio no solo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios; por tanto, aquí se enfatiza la dimensión gratuita del amor que jamás deja de sorprender: “Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen” (AL 166).

Viene al caso señalar que además Francisco insiste mucho en la educación de los hijos, planteando de modo provocador el tema del desarrollo moral y la formación ética. En esta línea, recuerda que la familia es el ámbito de la socialización primaria, en tanto que es el lugar donde el niño aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir, “es una educación para saber “habitar”, más allá de los límites de la propia casa” (AL 276). Por supuesto el hogar es también el lugar de la transmisión de la fe cristiana, de tal manera que la familia se convierte en sujeto de la acción pastoral, de la solidaridad con los pobres o la custodia de la creación, a partir de la práctica de la misericordia en sus variadas formas (cf. AL 290).

b)        La misericordia pastoral

En el segundo caso es preciso fijarse en que un eje transversal de la Exhortación es el cuidado pastoral en términos de integración, acompañamiento y discernimiento. En el capítulo que presenta perspectivas pastorales, el papa Francisco habla de acompañar después de las rupturas a los separados, los divorciados y los abandonados; por ejemplo, dice que es importante hacer sentir a las personas divorciadas que viven en nueva unión, que “no están excomulgadas” (AL 243). Sin embargo, para apreciar mejor el papel de la misericordia en el magisterio de Francisco, resultará ilustrativo detenerse en el capítulo octavo, donde se refiere al discernimiento en las situaciones así llamadas “irregulares”, a partir de la lógica de la misericordia pastoral (cf. AL 291-312).

La comprensión del referido capítulo pasa por reconocer sus antecedentes en la Relación Final de Sínodo de los Obispos sobre la Familia (2015), especialmente en sus números 84, 85 y 86, que serán retomados en los números 299 y 300 de la Exhortación. Me parece que los principales elementos son el criterio de la integración como clave del acompañamiento, el discernimiento de las formas de exclusión que deben ser superadas en la Iglesia, la distinción entre los diferentes casos (se remite a la Familiaris consortio 84), la atención a las enseñanzas de la Iglesia y a las orientaciones del Obispo, el hecho de que la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas o suprimidas a causa de diferentes factores (se remite al Catecismo de la Iglesia Católica 1735) y la consideración de que el discernimiento no puede prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio. Por su parte, el papa Francisco pondrá el énfasis en la reflexión de la Iglesia sobre los condicionamientos atenuantes.

Por supuesto, una comprensión exacta del razonamiento papal exige la lectura atenta de todo el capítulo. No obstante, aquí será suficiente con prestar atención cuando, dirigiéndose especialmente a los pastores, dice que “a causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (AL 305). En la nota a pie de página, precisa que, en ciertos casos, “podría ser también la ayuda de los sacramentos” (AL nota 351). Es más, se refiere directamente a los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía (repite lo dicho en la EG 44 y 47).

El Papa advierte que para evitar cualquier interpretación desviada, recuerda que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio; pero, al mismo tiempo, insiste en que se debe acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día (cf. AL 308). Cuando los pastores proponen el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia a los fieles, deben ayudarles también a asumir “la lógica de la compasión” (AL 308) con los frágiles, evitando persecuciones o juicios severísimos. De manera brillante Francisco escribe que “esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar” (AL 312). ¡La práctica de la misericordia en toda su potencia!

Las orientaciones del papa Francisco están siendo asumidas por algunos obispos. Es el caso de los obispos de la Región Pastoral de Buenos Aires [3], quienes han publicado sus “Criterios básicos para la aplicación del capítulo VIII de Amoris laetitia”, sin dejar dudas de que en determinados casos la Exhortación “abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía” (Punto n. 5). El hecho es que el Papa está desplegando las consecuencias prácticas –cosa que he tratado de mostrar aquí– del principio de que la lógica de la compasión debe predominar en la Iglesia, para “realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales [Misericordiae vultus 15]” (AL 312).




[1] Ponencia en la Semana de Estudios Vicentinos (5 de septiembre del 2016).
[2] El lugar de la misericordia es clave en la vida de san Francisco. Las referencias son muchas y diversas, basta recordar lo que dice en su testamento espiritual sobre el origen de su conversión: “El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo” (Testamento 1-3).
[3] Esta publicación se realizó el mismo día de mi exposición, por lo que el dato ha sido agregado para este artículo; en referencia a este documento, el papa Francisco ha escrito que “no hay otras interpretaciones” (cf. L’Osservatore Romano, 12-13 settembre 2016, p. 7).