viernes, 21 de mayo de 2021

Resucitar al Perú desde la fe cristiana

Resucitar al Perú desde la fe cristiana

Raúl Pariamachi ss.cc.

 


“Olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, “maestra de vida”. Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (Papa Francisco, Fratelli tutti, 35).


Motivado por las palabras del papa Francisco quiero decir que la hermandad universal es el corazón de la resurrección del Perú en tiempos de pandemia. Las religiones son puestas a prueba durante la crisis: están llamadas a abandonar el lenguaje del temor y del castigo para mostrar las posibilidades del amor universal. Aprecio mucho cuando personas no creyentes se refieren a las potencialidades de la religión. Por ejemplo, Mario Vargas Llosa reconoce que “para la inmensa mayoría de los seres humanos la religión es el único camino que conduce a la vida espiritual y a una conciencia ética, sin las cuales no hay convivencia humana, ni respeto a la legalidad, ni aquellos consensos elementales que sostienen la vida civilizada”. [1] De modo que la fe cristiana tiene una responsabilidad ineludible para con el país.

En este sentido, quiero referirme al filósofo Jürgen Habermas, porque ilustra bien la actitud abierta de pensadores no religiosos que aprecian el potencial semántico de la religión. En una entrevista, habla del núcleo universalista de la ética cristiana del amor. Declara que en la crisis del coronavirus no es una cuestión trivial la apropiación post-metafísica de la idea de que “todos los creyentes forman una comunidad universal y a la vez fraternal, y que cada uno de sus miembros merece un tratamiento justo, teniendo en cuenta su individualidad única e inconfundible”. [2] Esto significa que las personas religiosas no solo pueden activar la potencia del amor universal, sino que también pueden coincidir en un mismo propósito con personas que trabajan por el bien común del país desde una perspectiva secular.

El imán Hocine Drouiche ha cuestionado cómo algunos líderes religiosos usan el virus para asustar a las personas, en vez de cultivar la cultura del amor del Señor en los corazones. Relata cómo en muchos países los musulmanes, los judíos y los cristianos se volvieron hacia el mismo Dios, todos temían el mismo peligro. Desde que comenzó la crisis, se multiplicaron las acciones humanitarias. Personas de diferentes tradiciones religiosas acordaron poner la vida humana en primer lugar. Y se pregunta: ¿no era justamente éste el objetivo fundamental de todas las religiones? “A pesar del daño que ha hecho, el shock del Coronavirus podría ser útil dentro del islam para una mayor humanización y hermandad humana en este mundo”. [3] Vemos que todos estamos llamados a remar juntos en la misma barca.

1. Una respuesta ética

En medio de esta pandemia, el cristianismo católico está exigido a reconocerse como una religión en respuesta a la crisis, [4] colaborando con todas las personas de buena voluntad para resucitar al Perú ahora. Esta tarea solidaria, ecuménica y pluralista supone una respuesta ética, política y mística. Cuando hablo de ética me refiero a una forma de vida. Markus Gabriel señala que una de las debilidades sistémicas de la ideología dominante es la creencia errónea de que el progreso científico y tecnológico por sí solo puede impulsar el progreso humano y moral. Propone una nueva Ilustración: “Todo el mundo debe recibir una educación ética para que reconozcamos el enorme peligro que supone seguir a ciegas a la ciencia y a la técnica”. [5] El papa Francisco aclara que no se ignoran los avances en la ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y el bienestar, sino que “junto a tales progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad” (Fratelli tutti, 20).

Quiero fijarme en un aspecto de la respuesta ética, en relación con los estilos de vida. Un notable historiador de la Iglesia destaca el habitus de los cristianos de los primeros siglos, como la encarnación de una forma de vida que hizo posible afrontar los problemas del mundo con una actitud caracterizada por la esperanza. [6] Por su parte, Francisco nos exhorta a que no descuidemos “la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida” (Fratelli tutti, 166). En esta línea, para resucitar al Perú es importante que recuperemos las virtudes públicas, entendidas como “unas disposiciones coherentes con la búsqueda de la igualdad y la libertad para todos”. [7] Me refiero claramente a la responsabilidad, la solidaridad o la tolerancia, pero también a otras que aparentemente serían meramente privadas, como el cuidado, la humildad o la paciencia. Qué duda cabe de que el cuidado de unos por otros ha reaparecido como un paradigma del desarrollo moral de las personas y los pueblos. Por algo el Papa señala que “hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas” (Fratelli tutti, 64). Las interpelaciones de la pandemia son también una invitación a las virtudes de la humildad y la paciencia.

Un plan para resucitar al Perú en época de pandemia promoverá una educación ética, desde las familias, las escuelas, las iglesias, etc. No me refiero aquí a una educación en valores mal entendida como un adiestramiento moral, sino una modelación de los comportamientos a través del discernimiento ante dilemas morales. Entre otras cosas, podemos cuestionarnos si las catequesis se reducen al adoctrinamiento acrítico o se abren a un discernimiento ético, que capacite a los bautizados para ejercer la ciudadanía en el país y el mundo. Los cristianos tendríamos que estar en la primera línea de la construcción de un mejor país. Como ha escrito Miguel Giusti: “Si hemos de pensar en razones que nos permitan celebrar el bicentenario de una patria genuinamente común, deberíamos imaginar que la sociedad sea capaz de hacer un cambio radical de la jerarquía de valores que la sostiene o de fundar un nuevo pacto social en el que se dé prioridad a la atención de la salud, a la educación pública, a las condiciones de vivienda digna y a un desarrollo más equitativo o solidario”. [8]

2. Una respuesta política

La misión de resucitar al Perú desde la fe requiere también de una respuesta política, que hunda sus raíces en el Evangelio. Judith Butler considera que el virus en sí no discrimina, porque coloca a todos en riesgo de enfermarse, perder a alguien cercano y vivir en un mundo de amenaza real; sin embargo, la inequidad socioeconómica sí hace que el virus discrimine. [9] Se ha repetido que esta crisis ha desnudado la precariedad de los sistemas de salud pública, de educación, empleo, vivienda, infraestructura y formalización en el país, sobre todo como consecuencia de la corrupción, el clientelismo, la ineficiencia, el mercantilismo y el populismo de los líderes políticos (aunque también de tecnócratas y de empresarios). [10] El fenómeno es más grave, porque no se trata solo de unos políticos de turno (del ejecutivo y del legislativo), sino de un problema sistémico. Lamentar esta situación no quiere decir renunciar a la política. En palabras del papa Francisco, tenemos que asumir que para resucitar al Perú “hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común” (Fratelli tutti, 154).

Más allá de las discusiones, deseos o vaticinios sobre el agotamiento del capitalismo, [11] es urgente la rehabilitación de la política en el Perú. La política que se necesita tiene al menos las siguientes características: una política que no se somete a los dictámenes de la economía ni al paradigma de la tecnocracia, que regula el mercado según la orientación al bien común. Una política que trabaja a largo plazo, sin caer en la tentación permanente de servir a los fines electorales; que en nuestro caso significa -entre otras cosas- asegurar un proyecto de nación. Una política que convoca a los más diversos sectores y a los más variados saberes, superando la tendencia a la autosuficiencia que termina desconociendo a los diferentes actores sociales (cf. Fratelli tutti, 177-179). Si la respuesta a esta crisis sanitaria no ha sido la más adecuada, se debe a que -en buena medida- la política de las últimas décadas ha carecido de estos rasgos. Por lo tanto, como Iglesia tenemos que recuperar el principio de que la buena política es una de las formas más preciosas del amor cuando busca el bien común. El compromiso ciudadano de las mujeres y los hombres de fe, durante y después de la pandemia, tendrá que incidir en la política en sus distintas formas, desde la participación vecinal hasta la militancia partidaria, siendo como la levadura del amor en la masa de la política.

La respuesta política, para resucitar al Perú desde la fe, se enriquece mucho más con una visión integral del amor. El amor se expresa no sólo en las relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones de carácter cívico y político. El papa Francisco habla en su encíclica social de la actividad del amor político. De forma plástica sostiene que es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento; que es caridad ayudar a un anciano a cruzar el río, y también es caridad construirle el puente; que es caridad ayudar a otro con comida, y también es caridad crearle una fuente de trabajo (cf. Fratelli tutti, 186). Esta caridad en la política es siempre un amor preferencial por los últimos, de modo que el núcleo del verdadero espíritu de la política sea la mirada que percibe la dignidad del pobre (cf. Fratelli tutti, 187). Cabe preguntarnos en qué medida esta perspectiva del amor político se integra en los planes pastorales de diócesis, parroquias, escuelas, comunidades y movimientos de la Iglesia católica.

3. Una respuesta mística

La voluntad de resucitar al Perú desde la fe implica también una respuesta mística, en un triple sentido. En primer lugar, en la línea de la mística de los ojos abiertos, porque como dice el papa Francisco, “la fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (Lumen fidei, 18). En este caso, se trata de tener la mirada del buen samaritano, de quien se dice que “llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino” (Lc 10, 33-34). El Papa recuerda que las palabras de Jesús en Mateo (c. 25) tienen una dimensión trascendente porque hacen reconocer a Cristo en el hermano excluido: “La fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro” (Fratelli tutti, 85). Somos invitados a beber del propio pozo de la tradición espiritual en América Latina, para entrar en un camino de conversión a Dios vivida como conversión al prójimo, porque hemos aprendido que la irrupción del pobre es la irrupción de Dios en nuestras vidas. [12]

En segundo lugar, se trata de abrazar la mística del vivir juntos, que se manifiesta en la fraternidad universal y la amistad social en nuestro siglo. En efecto, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística del vivir juntos, “porque salir de sí mismo para unirse a otros hace bien” (Evangelii gaudium, 87). Francisco dice que la fe es no sólo un camino sino también una edificación, como la preparación de un lugar en el que el ser humano pueda convivir con los otros: “La fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común” (Lumen fidei, 51). Desde este punto de vista, cabe decir que para resucitar al Perú tenemos que encarnar un espíritu sinodal (un caminar juntos). La sinodalidad se refiere a la forma de vivir y obrar de la Iglesia que expresa su comunión en el caminar juntos. Una sinodalidad que se realiza en la participación, la corresponsabilidad y la comunicación (escucha y diálogo en el discernimiento común). Frente a la pandemia actual, la sinodalidad es clave para la construcción de un ethos social fraterno: “La vida sinodal de la Iglesia se ofrece, en particular, como diaconía en la promoción de una vida social, económica y política de los pueblos bajo el signo de la justicia, la solidaridad y la paz”. [13]

En tercer lugar, apunto a una mística de la casa común, que emerge de la conciencia de un origen común, una pertenencia mutua y un futuro compartido. Me refiero básicamente a “las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo” (Laudato si’, 216). Se trata de una visión espiritual desde el paradigma ecológico. Como advirtió temprano Leonardo Boff: “La pandemia actual del coronavirus representa una oportunidad única para que repensemos nuestro modo de habitar la Casa Común, la forma como producimos, consumimos y nos relacionamos con la naturaleza”. [14] Vemos que un plan para resucitar al Perú presupone -en nuestro caso- una mística de los ojos abiertos, del vivir juntos y de la casa común, que inspire la unidad en la diversidad para superar juntos la aguda crisis. El papa Francisco nos ha animado con un plan para resucitar frente a la emergencia sanitaria, sus palabras nos invitan a la esperanza: “Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real”. [15]

[1] Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo (Lima: Alfaguara, 2012) 197.

[2] Jürgen Habermas, “Nunca habíamos sabido tanto acerca de nuestra ignorancia”, en Marcelo Alarcón (ed.), Covid-19. Vol. 2 (MA-Editores, 2020), 119s.

[3] Imán Hocine Drouiche, “El shock Coronavirus puede llevar a un acercamiento entre las religiones”, en Covid-19. Vol. 6, 35.

[4] Cf. Raúl Pariamachi ss.cc., Religión y pandemia. Una perspectiva teológica (Lima: CEP-IBC, 2020), 41-45.

[5] Markus Gabriel, “El orden mundial previo al virus era letal”, en Covid-19. Vol. 8, 98.

[6] Cf. Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio romano (Salamanca: Sígueme, 2017), 59-62.

[7] Victoria Camps, Virtudes públicas (Madrid: Espasa-Calpe, 1990), 22.

[8] Miguel Giusti, “Tiempo detenido”, en Proyecto Especial Bicentenario de la Independencia del Perú, 25 ensayos desde la pandemia para imaginar el Perú bicentenario (2020), 181.

[9] Cf. Judith Butler, “El capitalismo tiene sus límites”, en Giorgio Agamben y otros, Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias (ASPO, 2020), 60.

[10] Cf. Alberto Vergara, Ciudadanos sin República. De la precariedad institucional al descalabro político, 2ª. Ed. (Lima: Planeta, 2018), véase el prólogo a la segunda edición.

[11] Consultar las posiciones de Slavoj Žižek (“Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de Kill Bill y podría conducir a la reinvención del comunismo”, en Sopa de Wuhan, 21-28) y de Byung-Chul Han (“La emergencia viral y el mundo de mañana”, en Sopa de Wuhan, 97-111).

[12] Cf. Gustavo Gutiérrez, Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo (Lima: IBC-CEP, 1983), 49.

[13] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2 de marzo del 2018), n. 119.

[14] Leonardo Boff, “La fuerza de los pequeños”, en Covid-19. Vol. 1, 50.

[15] Papa Francisco, La vida después de la pandemia (Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2020), 50.