lunes, 23 de noviembre de 2015

Una brújula para la Iglesia

Una brújula para la Iglesia
Cincuenta años después del concilio Vaticano II

Raúl Pariamachi ss.cc.

El próximo 8 de diciembre se cumplen cincuenta años de la clausura del concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965), el acontecimiento eclesial más importante del siglo pasado. Retomando una imagen usada por su antecesor Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI dijo que los documentos del Concilio son “una brújula que permite a la barca de la Iglesia avanzar mar adentro, en medio de tempestades o de ondas serenas y tranquilas, para navegar segura y llegar a la meta” [1]. Por su parte, el pontificado del papa Francisco viene mostrando la posesión de la herencia conciliar en la Iglesia.

El proceso de recepción del concilio Vaticano II ha sido complejo, precisamente debido a su trascendencia eclesial. La historia de los concilios de la Iglesia muestra que los concilios más relevantes han tenido recepciones difíciles. La enseñanza fundamental del concilio de Nicea (325) tuvo que ser confirmada por concilios posteriores; sabemos que durante los cincuenta años que siguieron, no pocos obispos abrazaron el arrianismo (condenado por Nicea). La importancia del concilio de Trento (1545-1563) se desplegó en las décadas posteriores, en la medida en que sus decisiones se aplicaban [2]. Como dice Faggioli, la mejor manera de reflexionar sobre el estado del catolicismo en el siglo XXI es tomar posesión del evento que modeló la Iglesia de un modo que es comparable solo con el impacto del concilio de Trento en el catolicismo europeo [3].

Considero que estamos en condiciones de imaginar la ruta seguida por la Iglesia bajo la orientación de la brújula conciliar, sin evitar el conflicto de las interpretaciones en el camino. Con este propósito, quiero presentar por lo menos cinco binomios que nos permitan reconocer los puntos alcanzados por el Concilio y ponderar sus repercusiones en la teología y la pastoral de la Iglesia. Me mueve la convicción compartida de que los cambios más significativos en el catolicismo tienen sus raíces en el concilio Vaticano II, calificado como el nuevo pentecostés para la Iglesia en el mundo.

1.         Pastoral y doctrina

Un primer binomio es pastoral y doctrina, que estuvo anunciado por el discurso de apertura; cuando el papa Juan XXIII señaló que la tarea principal del Concilio no era la discusión de un determinado tema de la doctrina, repitiendo difusamente la enseñanza de la Iglesia –que para esto no era necesario un concilio–, sino que se esperaba un paso adelante en la profundización de la doctrina, que tendría que ser expuesta a través de las fórmulas literarias del pensamiento moderno, considerando que una cosa es la sustancia de la antigua doctrina y otra la manera de formular su expresión: a esto se deberá prestar atención según las exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral, “mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas” [4].

Como en tantos otros temas, el Concilio es un punto de llegada y de partida. En este caso, la búsqueda de un estatuto propio de la teología pastoral colaboró en la mejor comprensión de la pastoral en la Iglesia. En efecto, el concepto de pastoral se desarrolló desde el trabajo del sacerdote como funcionario de la Iglesia y del Estado, pasando por la actividad del pastor con la asistencia de los laicos en la Iglesia, hasta la acción de toda la Iglesia que se realiza a sí misma en el mundo (justamente para acentuar estos cambios algunos prefirieron hablar de teología práctica) [5]. Por supuesto, después del Vaticano II la teología pastoral continuó su desarrollo en distintos países, estimulada especialmente por sus conexiones antropológicas, socioculturales y sociopolíticas [6].

Se suele calificar el Vaticano II como un concilio pastoral. Todavía para algunos esto significa esencialmente que no definió ningún dogma. En cambio, se ha reconocido que el carácter predominantemente pastoral del Concilio consiste al menos en estos tres puntos: La Iglesia mostró una actitud de apertura y de diálogo en relación con el mundo. Los padres conciliares se preocuparon por mostrar la doctrina de la Iglesia en respuesta a la realidad de las mujeres y los hombres del siglo XX. Los documentos del Concilio se elaboraron como resultado de una circularidad dialéctica entre la doctrina y la pastoral. Espero que más adelante la exposición de los siguientes binomios permita profundizar en esta fecunda circularidad evangélica entre doctrina y pastoral.

La recepción del Concilio cristalizó en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (1968). La teología de la liberación desarrolló la función de la teología como una reflexión crítica de la praxis a la luz de la palabra de Dios: la práctica era vista como el punto de partida y el punto de llegada de la teología [7]. Los obispos aplicaron el método del ver, juzgar y actuar para reflexionar sobre la Iglesia en la transformación de América Latina a la luz del Concilio, legándonos la opción por los pobres como el fruto más maduro del árbol conciliar en el Continente. Las décadas siguientes mostraron la validez de la vinculación entre doctrina y pastoral en la Iglesia. La conferencia de Aparecida (2007) se ubicó en la misma línea.

El Sínodo de la Familia ha mostrado las consecuencias positivas de la posesión de la herencia conciliar animada por el Papa, quien tuvo la iniciativa de convocar a una asamblea extraordinaria (2014) para tratar específicamente sobre los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización y a una asamblea ordinaria (2015) para hablar de la vocación y la misión de la familia en el mundo contemporáneo. Los padres sinodales han sido conscientes de la necesidad de detenerse en los problemas reales y de poner en relación los principios y las aplicaciones [8]. No obstante, el Sínodo ha mostrado también en algunos casos que todavía cuesta partir de los desafíos de la misma realidad, porque se prefiere el camino deductivo de la doctrina a la pastoral.

2.         Escritura y teología

Un segundo binomio es Escritura y teología. En el Vaticano II desembocaron el movimiento bíblico, la renovación litúrgica y el renacimiento patrístico, reivindicando el retorno a las fuentes. En esta corriente se consolidó una comprensión de la revelación desde la perspectiva de Dios que quiso revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad a los seres humanos en la historia, para invitarlos a la amistad (cf. DV 2), dejando definitivamente atrás la imagen de un depósito estático de verdades reveladas. En este marco se presentan a la Escritura y la Tradición como la fuente de la revelación, aunque el Concilio se extiende en los contenidos, la inspiración y la interpretación, así como el lugar de la sagrada Escritura en la vida de la Iglesia.

Entre los diferentes tópicos bíblicos, quisiera subrayar que los padres conciliares reiteran el carácter divino-humano de la Escritura (palabra de Dios en palabra humana), destacando las consecuencias en la interpretación de la misma: para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, el intérprete de la Escritura “debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras” (DV 12). Resulta necesario entonces descubrir la intención de los autores bíblicos y leer la Escritura con el mismo Espíritu con que fue escrita [9]. Este doble principio orientará el estudio católico de la Biblia, así como los vínculos entre exégesis y teología, bajo la famosa frase de que “el estudio de la Escritura ha de ser como el alma de la teología” (DV 24).

De hecho, el espaldarazo del Concilio impulsó el avance en los estudios bíblicos; no solo en el desarrollo de los métodos de exégesis: diacrónicos y sincrónicos (retórico, narrativo y semiótico), sino además en la extensión de los acercamientos bíblicos desde las tradiciones históricas, las ciencias humanas y las situaciones sociales; por ejemplo, en los casos de la lectura liberacionista o la interpretación feminista [10]. La fecundidad de los estudios bíblicos repercutió en la acción pastoral de la Iglesia, especialmente visible en el hecho de que la Biblia fue puesta en las manos de los fieles que empezaron a leerla en la comunidad de base. No obstante, estamos lejos de una lectura crítica desde la base, que se refleja en la lectura fundamentalista de algunos en la Iglesia.

En las décadas posteriores al Concilio también hemos sido testigos de una suerte de conflicto sobre la aplicación de los principios hermenéuticos en el caso de la Biblia. Al respecto es ilustrativa la crítica de Ratzinger sobre el hiato entre exégesis y teología, específicamente entre el método histórico-crítico y la hermenéutica de la fe en la Iglesia. En una conferencia en 1988 [11] decía que una lectura cuidadosa de la Dei Verbum permite hallar la síntesis entre exégesis y teología, pero no como algo inmediatamente evidente, por lo que la recepción postconciliar dejó de lado la parte teológica [12]. Quienes piensan distinto insisten en que la teología debe partir del sentido objetivo de los textos bíblicos para interpretar los nexos que unifican la palabra de Dios en la historia [13].

Los desafíos vislumbrados por el Concilio están vigentes en la vida de la Iglesia, tanto en el ámbito académico como en el campo pastoral. En el ámbito académico sigue pendiente una clarificación de las relaciones entre exégesis y teología, que a mi entender pasa por los nexos entre hermenéutica bíblica y hermenéutica dogmática (esta segunda algo retrasada con respecto a la primera); en realidad, la cuestión está conectada además con las relaciones entre teología académica y magisterio eclesial. En el campo pastoral, en varios casos es preciso superar la utilización acrítica de la Biblia como mero recurso para la catequesis y la enseñanza; sabiendo que la animación bíblica en la Iglesia supone la promoción de un estudio crítico y una lectura pastoral de la Biblia.

3.         Catolicidad y ecumenismo

Un tercer binomio es catolicidad y ecumenismo [14]. Entre los mayores méritos del Concilio se cuentan su comprensión cada vez más amplia de la catolicidad de la Iglesia, junto con su decidido compromiso por el diálogo con otros cristianos y otros creyentes. La debatida afirmación conciliar de que la Iglesia de Cristo (establecida y organizada en este mundo como una sociedad) “subsiste en la Iglesia católica”, va de la mano con que “fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica” (LG 8). Podría decirse ilustrativamente que el clásico axioma “fuera de la Iglesia no hay salvación” se entiende cada vez mejor en sentido no excluyente sino inclusivo.

Los padres conciliares declararon, en referencia a los hermanos “separados”, que “justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia católica” (UR 3). El empeño ecuménico avanzó en el tiempo postconciliar, en alguna medida con el diálogo doctrinal hacia la búsqueda de la unidad visible en la misma fe, pero sobre todo en la colaboración en las acciones que están orientadas al bien común, como las iniciativas ecuménicas por la justicia, la paz y la integridad de la creación [15]. En la senda del Concilio, el papa Francisco ha escrito que “el ecumenismo es un aporte a la unidad de la familia humana” (EG 245).

El Concilio declaró que la Iglesia no rechaza nada de lo que, en otras religiones, hay de santo y verdadero: exhorta a sus hijos a que “reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen” (NA 2). El fenómeno de la globalización de las religiones y las experiencias de la inculturación del mensaje cristiano han motivado el diálogo interreligioso después del Concilio (también aquí cabe enfatizar la colaboración con objetivos de carácter social). La cuestión controvertida en la Iglesia ha sido la conciliación de la afirmación de Cristo como el único salvador del género humano con el reconocimiento de las otras religiones como caminos de salvación por sí mismas (el pluralismo religioso) [16].

En realidad el Concilio va más allá cuando, hablando de la asociación del género humano al misterio pascual de Cristo, dice que esto vale no solo para los cristianos, sino para todos los seres humanos de buena voluntad (en su corazón actúa la gracia de modo invisible), “debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22). Justamente en esta línea se entiende que el Concilio, en un acto sin precedentes, reconociera que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa, además de que esta doctrina tiene sus raíces en la revelación (cf. DH 9) [17]. No es casual que los padres conciliares quieran dirigirse de este modo no solo a los católicos sino a todas las personas.

En las décadas siguientes al Vaticano II hemos sido conscientes progresivamente de que se trataba del primer concilio de una Iglesia global (que es distinta a una Iglesia internacional), entendida la globalización como la extensión de los fenómenos, procesos y sistemas sociales más allá de las barreras territoriales. Se han extendido por el planeta tanto las denominaciones cristianas y las tradiciones religiosas como las posturas sobre la reivindicación del Estado laico y la privatización de la religión, acompañadas de otras actitudes como la increencia, el agnosticismo o la indiferencia. En este contexto, se hace necesario aprender del Concilio que, sin dejar de expresar la identidad de la fe católica, supo reconocer la verdad más allá de la frontera visible de la Iglesia.

4.         Iglesia y mundo

Un cuarto binomio es Iglesia y mundo. Se suele decir que el Concilio habló de la Iglesia ad intra y ad extra, sabiendo que hasta cierto punto se trata de dimensiones que pueden ser distinguidas pero no separadas. Por una parte, los documentos conciliares se refieren a la naturaleza de la Iglesia, la revelación, la liturgia y la pastoral, así como a la identidad de sus diferentes miembros (otro binomio relevante es pueblo y jerarquía, que no me es posible comentar aquí). Por otra parte, tratan sobre la presencia, la vocación y la misión de la Iglesia en el mundo, abordando temas como la situación del ser humano y los problemas del mundo actual. De hecho, el carácter pastoral del Vaticano II radica en la relación clave entre Iglesia y mundo que advirtió el Concilio.

Se suele decir que la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual es como el paradigma del magisterio pastoral del Concilio (S. Madrigal). La compleja historia de su elaboración es significativa al respecto [18]. El primer esquema de trabajo trataba sobre el orden moral cristiano, siendo rechazado por los padres porque estaba más centrado en lo ad intra que en lo ad extra. Se preparó un nuevo esquema que titulaba La presencia de la Iglesia en el mundo moderno (esquema XVII), que también sería rechazado por enfocarse más en la teoría que en la práctica. Entonces es cuando se comenzaría a gestar la actual Gaudium et spes (esquema XIII), que después de intensos debates sería aprobada como el último acto magisterial del Concilio [19].

Los prolongados debates en el aula conciliar, que llevaron a la Gaudium et spes, ofrecen una visión del desafío que supuso para el Concilio plantear las relaciones entre Iglesia y mundo. Los padres conciliares no querían una constitución dogmática sobre el orden moral cristiano sino una constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (una diferencia clave). Los padres detectaron que las expectativas de la gente no estaban centradas en el enfoque ad intra sino en el enfoque ad extra (esta será la perspectiva que conducirá a la constitución pastoral). Los padres se preocuparon porque la parte práctica fuera tan consistente como la parte teórica, tratando de distinguir entre las afirmaciones doctrinales (principios) y los problemas concretos (aplicaciones).

La recepción de la constitución pastoral no ha sido sencilla. Ya en el discurso de clausura, el papa Pablo VI dijo que el Concilio no se había desviado sino se había vuelto hacia el mundo, en coherencia con la índole pastoral que escogió como programa [20]. En la recepción se discutió al menos sobre esto: Si bien todos reconocieron los aciertos del Concilio en la revisión de las relaciones entre Iglesia y mundo, dado que la Iglesia tiene algo que ofrecer y que recibir del mundo, algunos pensaron que se había sido demasiado optimista [21]; también se discutió sobre la hermenéutica de las aseveraciones pastorales, discrepando sobre la relaciones entre la descripción de la situación concreta, la doctrina de carácter obligatorio y la aplicación de los principios generales [22].

Después de cincuenta años se aprecian mejor los aciertos de la autocomprensión de la Iglesia en el mundo actual. Las afirmaciones conciliares relativas a una Iglesia que habla al corazón de las personas; que comparte los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas de todos los humanos, especialmente de los más pobres; que discierne los signos de los tiempos a la luz del Evangelio; que quiere responder a los interrogantes de la humanidad; que proclama que el misterio del ser humano se esclarece en el misterio del Verbo encarnado; son afirmaciones que forman parte del actual imaginario católico. Por otra parte, cabe admitir que después de medio siglo el Concilio se queda algo corto ante algunos desafíos que se presentan en esta nueva época.

5.         Pobreza y pobres

Un quinto binomio es pobreza y pobres. Es evidente que el concilio Vaticano II no hizo del binomio “pobreza y pobres” un eje de su reflexión, aunque estuvo presente. Cómo no recordar el mensaje del papa Juan XXIII, un mes antes de abrirse el Concilio, cuando dijo que “con los países subdesarrollados la Iglesia se muestra como lo que es y lo que quiere ser: la Iglesia de todos y, principalmente, la Iglesia de los pobres” [23]. Este mensaje fue como la bandera de uno de los grupos informales que aparecieron durante el Concilio, conocido como el grupo de “La Iglesia de los pobres”, que llegó a convocar a cerca de cincuenta obispos y diversos teólogos, contando con más de 500 firmas para una de sus iniciativas presentadas a la consideración del Papa [24].

El grupo de “La Iglesia de los pobres” difundió el escrito de P. Gauthier titulado “Los pobres, Jesús y la Iglesia”, con el que diferentes obispos se sintieron identificados. En una nota programática el grupo planteaba tres cuestiones: el desarrollo de los países pobres, la evangelización de los pobres y una Iglesia pobre. Durante la segunda sesión (1963), el papa Pablo VI pidió al cardenal Lercaro que examinara el material elaborado por el grupo; al año siguiente, Lercaro envió su respuesta al Papa a través del secretario de Estado. Al parecer el informe desapareció enterrado en las arenas del tiempo, sin que la propuesta tuviera mayores repercusiones en las decisiones del Concilio; sin embargo, los aportes del grupo se concentraron en la constitución pastoral.

Si bien la Iglesia de los pobres es una laguna en los documentos conciliares, que no se puede llenar con textos aislados, es imprescindible revalorar algunas afirmaciones. El Concilio advierte que la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino de pobreza y persecución de Cristo, se dice que la Iglesia reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, y se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo (cf. LG 8). En otra parte, se recuerda que los gozos y la esperanzas, las tristezas y las angustias, de los seres humanos, sobre todo de los pobres, son compartidos por la Iglesia de Cristo (cf. GS 1). Como dice Sobrino, “sin el concilio no hubiese habido Iglesia de los pobres, pero tampoco sólo con él” [25].

En una de las páginas poco conocidas de la historia del Vaticano II se cuenta que el 16 de noviembre de 1965 un grupo de cuarenta obispos celebraron la eucaristía en las catacumbas de santa Domitila, donde suscribieron el llamado Pacto de las catacumbas. Este pacto contenía trece compromisos de los obispos orientados a ser una Iglesia pobre, de los pobres y para los pobres, con consecuencias en el modo de vivir y de trabajar; por ejemplo, el punto 5 decía: “Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de padre (Mt 2, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15)” [26], entre otros temas.

Si entendemos que Juan XXIII asignó como tarea del Concilio abrirse al mundo, encontrar un lenguaje teológico apropiado y dar testimonio de una Iglesia de los pobres, tendremos que reconocer que la tercera tarea apenas está presente en sus textos [27]; como responde G. Gutiérrez, cuando se le pregunta por qué la Iglesia de los pobres no prendió en el Concilio: la tierra no estaba preparada. No obstante, obispos latinoamericanos que participaron en el Vaticano II, destacando entre ellos Manuel Larraín y Hélder Câmara, promovieron la recepción en América Latina a través de la conferencia de Medellín, que potenció diversos elementos conciliares. La realidad de la Iglesia de los pobres permitió que el Concilio se expandiera creativamente en el Continente.






[1] Benedicto XVI, Audiencia general (10 de octubre del 2015).
[2] En contraste, recordemos que cincuenta años antes de la clausura de Trento estaba empezando otro concilio en Letrán (1512-1517), que coincidió con las 95 tesis de Lutero, siendo incapaz de detectar los evidentes signos de corrupción dentro de la Iglesia.
[3] Cf. Massimo Faggioli, Vatican II. The battle for meaning, New York, Paulist Press, 2012, p. 2.
[4] Juan XXIII, Gaudet Mater Ecclesia (11 de octubre de 1962).
[5] Mientras se realizaba el Concilio, un equipo de teólogos católicos alemanes, dirigidos por Karl Rahner, empezaba a trabajar en la elaboración del Manual de Teología Pastoral (redactado entre 1964 y 1972).
[6] Véase el clásico libro de Casiano Floristán, Teología práctica. Teoría y praxis de la acción pastoral, 3ª ed., Salamanca, Sígueme, 1998.
[7] Cf. Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, Lima, CEP, 1971, pp. 15-34.
[8] Francisco, Discurso en la clausura de la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (24 de octubre del 2015): “La experiencia del Sínodo nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas, sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón”.
[9] La encíclica Providentissimus Deus de León XIII (1892) impulsó moderadamente los estudios bíblicos católicos, que serían frenados de modo considerable por el decreto Lamentabili (1907) y la encíclica Pascendi (1907) de Pío X, hasta que la encíclica Divino afflante Spiritu de Pío XII (1943) abriera definitivamente el campo de la investigación bíblica a los exégetas; cabe sumar la encíclica Sancta Mater Ecclesia de Pablo VI durante el Concilio (1964).
[10] Cf. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1992).
[11] Cf. Joseph Ratzinger, “La interpretación bíblica en conflicto”, en J. Ratzinger, Escritura e interpretación. Los fundamentos de la interpretación bíblica, Madrid, Palabra, 2003, p. 26.
[12] Como papa abordará este tema en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia (30 de septiembre del 2010), nn. 29-39.
[13] Cf. José Alemany, “¿Se da una relación problemática entre exégesis y teología dogmática?”, en Concilium 256 (1994), pp. 137-145.
[14] Uso aquí la palabra “ecumenismo” en un sentido amplio, considerando el diálogo no solo con los otros cristianos, sino también con los creyentes de otras religiones y con las personas que no siguen ninguna religión.
[15] Como bien ha dicho el cardenal Kasper, en la filantropía podemos estar unidos ahora no solo interiormente sino visiblemente (cf. Walter Kasper, Caminos hacia la unidad de los cristianos, Santander, Sal Terrae, 2014, p. 618).
[16] Consúltese en Jacques Dupuis, El cristianismo y las religiones. Del desencuentro al diálogo, Santander, Sal Terrae, 2001, pp. 114ss.
[17] Recuérdese que el empeño ecuménico y la libertad religiosa fueron dos (de los cuatro) puntos de discrepancia de Marciel Lefebvre con el Vaticano II, que acabarían en su excomunión por el papa Juan Pablo II el año 1988.
[18] Cf. Giuseppe Alberigo (dir.), Historia del concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca, 1999-2008: vol. I, pp. 212-244, 373-395; vol. II, pp. 379-394; vol. III, pp. 270-277, 344-355; vol. IV, pp. 260-308, 470-486; vol. V, pp. 124-172, 351-386.
[19] Es impresionante imaginar que durante los cuatro años del Concilio participaron, en el trabajo que llevaría a la Gaudium et spes, teólogos como Y. Congar, G. Philips, K. Rahner, B. Häring, J. Daniélou, E. Schillebeeckx y J. Ratzinger, con el protagonismo del cardenal L. J. Suenes.
[20] Pablo VI, Discurso en la última sesión pública del concilio Vaticano II (07 de diciembre de 1965).
[21] Cf. Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid, BAC, 1985, pp. 41-43.
[22] Cf. Walter Kasper, Teología e Iglesia, Barcelona, Herder, 1989, cap. 4.
[23] Juan XXIII, Radiomensaje Lumen Christi, Ecclesia Christi (11 de septiembre de 1962).
[24] Cf. Alberigo, o.c., vol. II, pp. 196-199; vol. III, 153-154; vol. IV, pp. 353-356. En el texto se lee: “Es cierto que el Concilio ha dado un lugar a los pobres y a la pobreza, sobre todo con motivo del esquema XIII. Lo hubiéramos, sin embargo, deseado más amplio, siendo los pobres el centro del misterio de Cristo. Pero lo que nos inquieta es el peligro que amenaza a la Iglesia, de una brecha con el tercer mundo”; citado por Pierre Sauvage, “Los obispos latinoamericanos en el grupo “Jesús, la Iglesia y los pobres” durante el concilio Vaticano II”, en Páginas 231 (2013), p. 38.
[25] Jon Sobrino, “La Iglesia de los pobres no prosperó en el Vaticano II. Promovida en Medellín historizó elementos esenciales en el concilio”, en Páginas 228 (2012), p. 28.
[26] Se puede leer el texto completo en Páginas 232 (2013), pp. 103-105.
[27] Cf. Gustavo Gutiérrez, “Los pobres en la Iglesia”, en Concilium 124 (1977), pp. 104s.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Un Papa samaritano en los Estados Unidos

Un Papa samaritano en los Estados Unidos

Raúl Pariamachi ss.cc.

“Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres “soñar” con plenitud de derechos para su hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.”
(Papa Francisco, Discurso al Congreso)


Mi tiempo sabático en Nueva York coincidió con la visita del papa Francisco a los Estados Unidos. He tenido la oportunidad de seguir atentamente esta visita tomando el pulso al sentir de la gente; también para mí ha sido la ocasión de apreciar la persona y el mensaje de Francisco en el país de las controversias. Me parece que con su presencia el Papa ha mostrado el rostro de una Iglesia samaritana.

¿Qué destaco de esta visita?

Mi primera impresión es que el Papa ha sabido llegar al pueblo estadounidense. En su discurso al Congreso comenzó agradeciendo por estar en “la tierra de los libres y la patria de los valientes” –citando el himno–; precisó que a través de los congresistas se dirigía a todo el pueblo, a los trabajadores, los abuelos y los jóvenes. El Papa supo tejer magistralmente los valores recibidos de Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton, con los desafíos de esta nación en la época global. Sin duda, ha sido el discurso más citado en los medios. Si me permiten una preferencia, diría que ha sido el mejor de todos, quizá porque en este tiempo he conocido mejor a los personajes citados, además porque se trata de valores universales.

Se ha destacado la preocupación del Papa por los inmigrantes. En su primer acto se presentó como “hijo de una familia de inmigrantes” (discurso en la Casa Blanca). En la catedral de Washington animó a todos los obispos a seguir sosteniendo la causa de los inmigrantes. En el Congreso dijo que los habitantes de este continente no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Se suma su encuentro con la comunidad hispana en Filadelfia, donde saludó a representantes de inmigrantes recién llegados a los Estados Unidos, a quienes pidió que no se desanimen por las dificultades y no se olviden de sus tradiciones. Viene al caso mencionar que más de once millones viven como indocumentados en este país.

Una buena muestra del movimiento de la Iglesia hacia las periferias existenciales ha sido la voluntad del papa Francisco de escoger un lugar significativo en cada ciudad: en Washington su encuentro con los sintecho en el centro caritativo de una parroquia; en Nueva York su reunión con las familias de inmigrantes en una escuela en el Harlem; en Filadelfia su visita a los presos de un instituto correccional. Cabe decir que su presencia en el encuentro interreligioso en la zona del atentado a las torres gemelas ha sido una de las más apreciadas por su significado para este pueblo.

Francisco ha hablado también al corazón de la Iglesia de los Estados Unidos. En sus encuentros ha tenido siempre una palabra para todo el pueblo de Dios, comunicando un mensaje de gratitud, compasión y esperanza. Me gustaría enfatizar sus palabras a los obispos en la catedral de Washington, donde señaló que es importante que la Iglesia en los Estados Unidos sea “un hogar humilde que atraiga por el encanto de la luz y el calor del amor”. En esta línea, se ubicó su presencia en el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, donde el Papa confirmó los valores permanentes de la familia; en la misa de clausura –ante más de un millón de fieles– dijo que nuestras familias son verdaderas iglesias domésticas, donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe.

Un último punto a destacar –entre tantos otros– es la visita del papa Francisco a la sede de la Organización de las Naciones Unidas, donde se dirigió a más de 170 jefes de estado en la apertura de la asamblea general. Ha sido una excelente ocasión para que el Papa reitere las esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia a los líderes del mundo. Por mi parte, subrayaría su concepto de “derecho del ambiente”, en el sentido de que el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe respetar; así como su manera de vincular el clamor de la tierra con el clamor de los pobres. Francisco dijo ser consciente de su grave responsabilidad al respecto: “Alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas”.

Sin duda también hubo críticas. A algunos no les ha gustado su insistencia en los derechos de los inmigrantes en el país o su crítica al modelo de desarrollo en el planeta; a otros les ha molestado su defensa de la vida humana desde la misma concepción hasta la muerte natural o su visión de la familia interpretada como excesivamente tradicional. Por supuesto, no me es posible analizar estas críticas aquí.

Francisco ha dejado su huella en el cuarto país con más católicos en el mundo, que vive dramáticamente los problemas de esta nueva época; ha sido el Papa samaritano que se hizo prójimo de todos para ser testigo de la misericordia de Dios.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Francisco en los Estados Unidos

Francisco en los Estados Unidos



Raúl Pariamachi ss.cc.



Como “una visita desafiante” ha sido calificado el viaje del papa Francisco a los Estados Unidos, quien estará en este país del 22 al 27 de septiembre, ocasión en la que también visitará la Sede de las Naciones Unidas.

Se calcula que cerca del 80% de la población estadounidense se declara religiosa (el 75% cristiana). La Iglesia católica es la primera denominación cristiana; de acuerdo a sus propias estadísticas, en este país viven 76 millones de católicos que representan el 24% de una población que sobrepasa los 300 millones. Se trata del cuarto país con más católicos en el mundo, después de Brasil (128 m.), México (98 m.) y Filipinas (81 m.). Según el CARA, los 76 millones de católicos estadounidenses se dividen en tres grupos: el primero constituye el 4%, que representa el núcleo de la comunidad católica (quienes participan en la eucaristía dominical y las actividades eclesiales); el segundo constituye el 45%, que representa al católico promedio en los Estados Unidos (quienes participan en la misa una vez al mes y tienen interés por la vida de la Iglesia); el tercero constituye el 51%, que representa la periferia de los católicos (quienes de “declaran” católicos pero en realidad están alejados de las creencias y las prácticas de la Iglesia).

Los desafíos del papa Francisco se entienden en doble dirección, en el sentido de que encontrará un conjunto de desafíos y al mismo tiempo de seguro planteará los suyos a la Iglesia y la sociedad de este país.

La revista Time ha publicado una edición especial titulada Francisco: el mensaje audaz del Papa llega a América, que refleja de cierto modo las expectativas mediáticas por la visita. Se destaca que Francisco es una de las figuras públicas más fascinantes y atractivas de la época global; aunque se reconoce que es un pastor de mensaje audaz y de hablar sencillo, se advierte que vendrá a un país que tiene una de las sociedades más controversiales del planeta, en la que cuestiones como la despenalización del aborto, la aprobación de la eutanasia, la legalización de la unión de personas del mismo sexo, los derechos de los inmigrantes, la corrección del modelo económico, la reorientación de la política internacional y el cuidado del ambiente están en permanente debate. Se cuentan también las polémicas en la Iglesia sobre los movimientos neoconservadores, los abusos sexuales, la comunión de los divorciados vueltos a casar, la posibilidad del matrimonio para los sacerdotes o la admisión de las mujeres a la ordenación sacerdotal.

Una muestra es la reciente portada de la revista Newsweek en la que se pregunta ¿Es católico el Papa? El artículo contrapone las actitudes del Papa a las de Salvatore J. Cordileone (el arzobispo de san Francisco), que según la revista sería un abanderado de las posiciones ultraconservadoras en la Iglesia de los Estados Unidos; se recuerda que un observador ha dicho que nada de lo que Cordileone hace es inconsistente con lo que el Papa enseña. La pregunta sugiere explorar si detrás de los gestos del papa Francisco existe una auténtica voluntad de cambio en la Iglesia.

Por otra parte, en el artículo principal de la última edición de la revista católica América –de los jesuitas–, el autor menciona que 48 millones de estadounidenses viven por debajo de la línea de la pobreza, más de 600,000 personas sin hogar deambulan por las ciudades (negros, latinos y jóvenes LGBT representan un buen porcentaje de estas personas), muchos carecen de una vivienda adecuada y más de 11 millones viven como indocumentados. Cada año los Estados Unidos generan aproximadamente 230 millones de toneladas de basura –con poco reciclaje– y la mayor parte termina en los vertederos. Se estima también que en promedio los Estados Unidos consumen 19 millones de barriles de petróleo al día; aunque representan el 4,5 % de la población mundial, consumen cerca del 20% de la energía del planeta. El autor se pregunta: De cara a estos hechos, ¿cómo podemos responder en los Estados Unidos al desafío del papa Francisco para promover una ecología integral?

El editor de la revista Time prevé que Francisco se guiará por su agenda que está reorientando a la Iglesia en tres direcciones: hacia el centro político, hacia las periferias geográficas y existenciales, y hacia el corazón del Evangelio.

En efecto, en principio se podría discutir si este papa es progresista o moderado, pero de hecho no es conservador. Lo mínimo que se puede decir es que Francisco gusta de ubicarse hacia el centro político, queriendo así mostrar que el mensaje religioso de la Iglesia también tiene sus consecuencias políticas para el bien común. Al mismo tiempo, desde su elección Francisco ha insistido en el movimiento de la Iglesia desde el centro hacia las periferias geográficas y existenciales, que se ha mostrado bien en sus gestos de cercanía a los más alejados, sufrientes y olvidados. El destino de sus primeras visitas es un buen ejemplo. Finalmente, Francisco ha destacado en todo momento la relevancia de hablar desde el corazón del Evangelio, comunicar la buena noticia de Jesús a un mundo que necesita escuchar un mensaje de esperanza y consuelo, no de condena y exclusión. El Papa ha dicho que centrarse en el Evangelio hace que se relativicen ciertas normas y costumbres que han perdido su sentido en estos tiempos.

Un hecho notable es que esta visita papal considera en el mismo periplo a Cuba y los Estados Unidos. Al respecto, el cubano-estadounidense Miguel H. Díaz ha escrito que la invitación de Francisco a encarnar la misericordia de Dios en un mundo cada vez más globalizado por la indiferencia humana y su clara reafirmación de la opción por los pobres, marginados y oprimidos constituyen un valioso desafío para las sociedades de Cuba y los Estados Unidos. Como sumo pontífice (del latín “pons” = puente + “facere” = hacer), el “constructor de puentes” llegará a Cuba y los Estados Unidos para marcar el comienzo de una nueva primavera en las relaciones humanas dentro de y entre estas dos naciones que han estado sociopolíticamente separadas.


Cuando a las cuatro de la tarde del 22 de septiembre el papa Francisco pise tierra estadounidense en Washington D.C., seguramente se habrá iniciado una visita que dará mucho que hablar. Veremos.

lunes, 27 de julio de 2015

Las identidades de los jóvenes en la vida consagrada

Las identidades de los jóvenes en la vida consagrada

Raúl Pariamachi ss.cc.

“Será en los últimos días, dice Dios,
derramaré mi espíritu sobre toda carne,
 y profetizarán sus hijos y sus hijas,
y los jóvenes tendrán visiones,
y los ancianos tendrán sueños…”
(Hechos 2, 17)

“¡Estos jóvenes no tienen identidad!”, se suele escuchar cuando algunos de ellos prefieren estar una hora en internet que en la capilla, cuando hablan de comunidad pero viven encerrados en sus cuartos, cuando están más interesados por un título profesional que por prepararse para la misión, cuando exigen más pobreza pero gastan en sus viajes de turismo o cuando pretenden hacer compatible el hacer sus votos con tener una pareja. Por supuesto, estas comprensibles reacciones podrían ser no solo injustas sino inútiles, si es que no tomamos en serio la realidad de los jóvenes. Al respecto, la pregunta clave es: ¿Cómo estas nuevas generaciones construyen sus identidades en la vida consagrada? Me propongo ofrecer algunos elementos que aporten al diálogo.

1.         Las nuevas generaciones

Considero que la noción que manejamos de generación incide en la apreciación que hacemos de las nuevas generaciones. En los años veinte –período de entreguerras– se hablaba de “relevo” generacional (generation relay), en los años sesenta –tiempos de protestas– de “brecha” generacional (generation gap) y en los años noventa –aparición de internet– de “vuelta” generacional (generation lap[1]. Los adultos nos movemos entre las nociones de relevo y de brecha cuando valoramos a los jóvenes. Unas veces vemos a los jóvenes como piezas de recambio en la maquinaria institucional: “Cuándo acaban de estudiar para que nos reemplacen en la misión”. Si no se entusiasman con nuestras obras decimos que les falta identidad. El punto es que ellos cada vez están menos dispuestos a simplemente sustituir a sus mayores. Otras veces vemos a los jóvenes como agentes de cambio en la congregación (una generación en términos de brecha, conflicto o cambio). Se escuchan quejas: “Estos jóvenes rechazan lo viejo pero no proponen algo nuevo”. La cuestión es doble: por una parte, los adultos criticamos lo que hacen los jóvenes porque desearíamos un cambio a nuestra medida; por otra parte, los jóvenes están tentados por una eterna adolescencia que posterga la decisión de hacerse adultos. La nueva visión de generación en términos de “vuelta” indica que los jóvenes adeptos a la tecnología digital tienen más capacidad de adaptación que sus mayores (estos quieren aprender de ellos). Una ponderación de este fenómeno supone que los adultos miremos la tecnología digital no solo como la herramienta externa que facilita la información y la comunicación, sino como un espacio antropológico nuevo que cambia la manera de sentir, pensar y actuar, que tiene efectos en las relaciones humanas [2]. Volveré al asunto.

La clasificación de las generaciones es una tarea complicada, porque las medidas de los tiempos son cuantitativas y cualitativas. Philip Abrams decía que una generación en sentido sociológico es el período de tiempo durante el que una identidad se construye sobre la base de los significados que se encuentran socialmente disponibles; quiere decir que desde la mirada sociológica una generación puede durar varios siglos o diez años [3]. En cualquier caso, aplicaré la clasificación más utilizada (advirtiendo que los rangos son relativos porque dependen mucho de diferentes factores) [4].

Si partimos del supuesto de que en un período de cien años se detectan al menos cinco grupos generacionales, es posible distinguir por lo menos cuatro generaciones que actualmente coexisten en la vida consagrada: la generación tradicional, que comprende a las personas nacidas entre 1925 y 1945 y que tienen al momento entre 70 y 90 años; la generación babyboom (explosión demográfica postguerra), que comprende a los nacidos entre 1945 y 1965 y que tienen entre 50 y 70 años; la generación “X”, que comprende a los nacidos entre 1965 y 1985 y que tienen entre 30 y 50 años; y la generación “Y” (del nuevo milenio), que comprende a los nacidos entre 1985 y 2005 y que tienen entre 10 y 30 años más o menos. No me referiré a la generación “Z” porque considero que todavía no aparece en las comunidades de la vida consagrada [5]. Para los efectos de esta reflexión hablaré de las nuevas generaciones en la vida consagrada para referirme básicamente a dos grupos: a quienes están en las sucesivas etapas de la formación inicial (entre los 18 y los 30 años) y a quienes están en los primeros pasos de la vida apostólica (hasta los 35 años), sabiendo que los límites hacia arriba suelen moverse un poco debido a que ahora los jóvenes ingresan a la vida consagrada con más edad.

Quiero establecer ciertas relaciones entre las generaciones a modo de ilustración. Un primer ejemplo es la generación tradicional que está marcada por las guerras (es más notorio en personas que vinieron de Europa), se trata de consagrados que se distinguen por la austeridad y la disciplina. Es el grupo que menos tolera lo que considera un estilo consumista y desenfadado de las nuevas generaciones. Por su parte, los jóvenes admiran a los adultos mayores, pero no están dispuestos a vivir como ellos. Un segundo ejemplo es la generación babyboom que está marcada por las revoluciones sociales, culturales y eclesiales. Es el grupo al que más le cuesta aceptar lo que consideran comportamientos conservadores y retrógrados de las nuevas generaciones. Los jóvenes valoran el espíritu crítico de estos adultos, pero creen que viven demasiado ideologizados y no son capaces de reconocer lo nuevo y lo bueno. Un tercer ejemplo es la generación X que ha sufrido el desconcierto y el escepticismo por las revoluciones frustradas, que en cambio trajeron crisis económica y violencia social. Es el grupo que suele recelar de las posibilidades de los que llegan. Por su parte, los jóvenes conectan con las expectativas de estos adultos, pero consideran que son poco coherentes en sus vidas.

Las nuevas generaciones de la vida consagrada comparten las características de la generación @ que según Feixa expresa tres tendencias de cambio: el acceso universal a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación; la erosión de las fronteras tradicionales entre los sexos y los géneros; el proceso de globalización cultural que trae consigo nuevas formas de exclusión social a escala planetaria [6].

No debemos aplicar mecánicamente las teorías sociológicas a la vida consagrada y a las nuevas generaciones; sin embargo, observo que la caracterización que hace Feixa de la generación @ se presenta de cierto modo en los jóvenes consagrados, sobre todo a través de las dinámicas de contraposición sin exclusión: espacio local vs. espacio global, tiempo real vs. tiempo virtual, sedentarismo vs. nomadismo o tribu vs. red [7]. En efecto, los jóvenes consagrados han dejado de estar solamente en el espacio local donde viven, ahora se mueven en un espacio global (la navegación virtual y el desplazamiento físico); es evidente que esta globalización del espacio tiene consecuencias en el estilo de vida de un joven consagrado. Las nuevas generaciones experimentan también la transformación del tiempo real en tiempo virtual, en el sentido de que viven los acontecimientos lejanos como cercanos cuando se conectan a la red; de este modo la cultura de lo inmediato y de lo instantáneo repercute en la vida consagrada. Estos cambios en el espacio y el tiempo están relacionados con el paso del sedentarismo al nomadismo, que permite a un joven migrar por diferentes ecosistemas sociales y cambiar de roles sin cambiar su estatus de consagrado; paradójicamente, es posible salir de casa sin salir del cuarto. Una dinámica interesante es la que se refiere a que los jóvenes experimentan un vaivén pendular entre las tribus urbanas y las redes sociales: entre un grupo generacional donde fluye el afecto y los medios virtuales que crean vínculos humanos sin contacto físico; sabemos que esto ha instalado una tensión en el corazón de las comunidades, no solo entre los jóvenes. Es un fenómeno clave en la construcción de las identidades de las nuevas generaciones en la vida consagrada, que seguramente retomaremos más adelante.

Quiero adelantar que la relación entre generaciones es un lugar pedagógico en el que maduran las personas de todas las edades, también en este caso la vida consagrada tiene que ser escuela de comunión y misión en la nueva época [8].

2.         La identidad personal

En este apartado tendríamos que señalar algo semejante a lo dicho en el primero, que las nociones que tenemos sobre identidad inciden en la apreciación que hacemos de las nuevas generaciones. Veamos.

Siempre se estudia la realidad desde un determinado punto de vista. Al respecto, conviene distinguir aquí entre la naturaleza de la identidad y sus mecanismos creadores. En el primer caso, el espectro suele oscilar entre perspectivas fuertemente estructurales (identidad como un armazón rígido) y visiones radicalmente procesales (identidad como conjunto de procesos y de narrativas). En el segundo caso, las opciones suelen fluctuar desde los dispositivos netamente individuales (intra-psicológicos) hasta los mecanismos que obedecen a prácticas comunitarias, sociales y/o culturales (inter-psicológicas). Para ubicar las diferentes perspectivas teóricas sobre la identidad conviene imaginar un mapa con cuatro puntos cardinales, cada uno con su etiqueta: al oeste la naturaleza estructural, al este la naturaleza procesal, al sur el mecanismo intra y al norte el mecanismo inter [9]. Por ejemplo, una perspectiva monolítica sobre la identidad se ubicaría hacia el suroeste. Los enfoques que adoptaré se sitúan hacia el noreste del mapa teórico.

La tendencia en los estudios sobre la identidad personal está orientada a superar la visión tradicional, esencialista y estática de la misma. La identidad se define entonces entre la permanencia y el devenir: existen grados de permanencia y de devenir; es decir, la permanencia no es eterna y el devenir no es absoluto [10]. En la vida consagrada prima una visión tradicional de la identidad personal, se considera que si un joven permanece algunos años en la congregación es una señal de que ha construido una identidad sólida. Las sorpresas vienen cuando este mismo joven se atreve a expresar opiniones disonantes o a manifestar conductas paradójicas. Entonces los adultos tomamos más conciencia de que tenemos que ampliar nuestra mirada sobre los jóvenes.

Hannah Arendt afirma que cuando queremos decir “quién” es alguien, acabamos diciendo “qué” es ese alguien; quedamos atrapados en la descripción de cualidades que ese alguien comparte con otros como él y entonces comenzamos a describir un carácter, con el resultado de que su específica unicidad se nos escapa [11]. Esta distinción de Arendt nos recuerda que no basta con imaginar la identidad de un joven consagrado a partir de las cualidades que comparte con otros consagrados, sino que es preciso que cada joven se revele como una persona distinta y única. La identificación del joven con los valores de la vida consagrada es diferente cuando se realiza desde un mecanismo de asimilación externa que cuando se realiza desde un proceso de personalización a partir del sujeto [12]. Por su parte, Charles Taylor considera que la identidad de una persona está definida por la manera en que las cosas son significativas para ella [13]; es decir, su identidad se define por los compromisos y las identificaciones que proporcionan un marco en el que intenta determinar lo que es valioso, lo que se debe hacer y lo que aprueba. Este punto de vista sugiere mirar la identidad de los jóvenes en términos de los significados relevantes que la vida consagrada aporta a sus vidas.

Para Alasdair MacIntyre el concepto de identidad personal supone los conceptos de narración, inteligibilidad y responsabilidad, que están estrechamente relacionados [14]. La identidad narrativa muestra que un ser humano no puede estar absolutamente seguro de lo que sucederá con su vida pero anhela alcanzar una meta hacia la que avanza entre éxitos y fracasos. El hecho de narrar la vida permite que un determinado acontecimiento se haga inteligible a partir de las intenciones, las creencias y las pasiones de los agentes. El concepto narrativo del “yo” indica también que una persona es alguien que tiene que dar cuentas y alguien que puede pedir cuentas a los otros. Sin duda es una perspectiva que sugiere entender la identidad de los jóvenes consagrados como un proyecto abierto, una narración vivida con pasado, presente y futuro. Por lo tanto, se hace imprescindible el acto de narrar la propia vida, de manera que el origen y el destino de la vida se hagan comprensibles para el joven y para los demás. Así también es necesario que un joven se reconozca como sujeto de responsabilidades éticas en el contexto de la vida consagrada, asumiendo que su identidad religiosa corresponde a una forma estable de vida cristiana, que se traduce en un determinado modo de ser en el mundo.

Un aporte relevante para construir la identidad de los jóvenes, en el marco de la vida comunitaria, es la relación que establece Paul Ricoeur entre identidad y alteridad [15]. Primero distingue entre la identidad como “mismidad” y la identidad como “ipseidad”: la primera apunta a la permanencia en el tiempo y la segunda señala el hecho de ser uno mismo. Ricoeur piensa que si se entiende la identidad solo desde la “mismidad”, sucede que la “alteridad” –de cualquier otro distinto de sí mismo– no ofrecerá nada de original; en cambio, si se entiende la identidad desde la dialéctica entre “ipseidad” y “alteridad”, entonces la “alteridad” llegará a ser constitutiva de la “ipseidad”. La reconocida frase de Ricoeur “el sí mismo como otro”, sugiere que el “yo” implica al “otro”, al punto que no se puede pensar lo uno sin lo otro: el “como” de la frase no se limita a una comparación (sí mismo semejante a otro), sino que indica una implicación (sí mismo en cuanto otro). La relevancia de la alteridad para la identidad de las nuevas generaciones se manifiesta en el hecho de que un joven viene a identificarse progresivamente como un consagrado –en una determinada congregación religiosa– por medio del reconocimiento mutuo con los otros de la misma generación y los otros de las demás generaciones.

Es oportuno por lo menos mencionar que la identidad de los jóvenes se favorece con una espiritualidad de comunión entre las generaciones de la vida consagrada [16], que promueve la unidad en la diversidad de los grupos generacionales.

3.         La construcción identitaria

La identidad es un proceso de construcción abierto de manera permanente, tanto en la historia de las personas como en el devenir de las sociedades [17]. También en el caso de los consagrados la identidad debería ser vista como el resultado (estable y provisorio, individual y colectivo, subjetivo y objetivo, biográfico y estructural) de los procesos de socialización que conjuntamente construyen los individuos y definen las instituciones [18]. La construcción se realiza entonces a través del doble proceso de la identidad atribuida por los otros y la identidad incorporada por uno mismo.

La cuestión se complejiza porque aparece el asunto de las múltiples identidades en contextos diversos. Los jóvenes consagrados representan a la juventud global que se caracteriza por identidades híbridas y mundos plurales: “hibridación” como creatividad cultural a partir de múltiples fuentes y “pluralidad” como constitución de subjetividades a partir de discursos aparentemente opuestos [19]. En nuestro caso, el desafío radica en que la identidad consagrada “reclama” una prioridad en la vida de las nuevas generaciones. Al respecto, cabe señalar que desde el enfoque de la psicología cognitiva se apuesta por una integración jerárquica de las distintas formas en que un sujeto puede representarse a sí mismo en interacción con el mundo, basándose en procesos de auto-regulación [20]; por ejemplo, la identidad sexual estaría integrada en la identidad religiosa. La antropología habla de la “coherencia” como un ideal que pretende que ciertos valores rijan la vida de las personas más allá de una faceta específica; en este sentido, se admite que es posible la existencia de personas “integradas” cuando se combinan condiciones de socialización controlada, un entorno ideológico coherente y un ambiente satisfactorio de bienestar con personas que muestran formas de autocontrol elevado [21].

En su estudio sobre la crisis de las identidades, Claude Dubar parte del principio de que la identidad no es lo que permanece necesariamente “idéntico”, sino el resultado de una “identificación” contingente [22]. La hipótesis del autor es que se ha producido un cambio en la configuración de las formas identitarias, debido a que se transita de formas “comunitarias” a formas “societarias”. Las primeras suponen la creencia en la existencia de agrupaciones consideradas como sistemas de lugares y nombres pre-asignados a los individuos y que se reproducen idénticamente a lo largo de las generaciones, de manera que cada individuo tiene una pertenencia considerada como principal en tanto miembro de su comunidad y una posición singular como ocupante de un lugar en el seno de ella. Y las segundas presuponen la existencia de colectivos múltiples, variables y efímeros a los que los individuos se adhieren por tiempos limitados y que proporcionan recursos de identificación que se plantean de manera diversa y provisional, de modo que cada quien posee múltiples pertenencias que pueden cambiar en el curso de una vida. En el caso de la vida consagrada, las primeras generaciones formaron su identidad a través de formas “comunitarias”, viendo a su propia congregación como un sistema que se reproduce de generación en generación. Pienso que para muchos adultos el hecho de ser consagrados constituye su identidad predominante y a partir de allí se determinan las identificaciones secundarias. Es curioso cómo los jóvenes admiran la perseverancia y la reciedumbre de los adultos mayores, sin atender que el secreto podría estar en una identidad asociada a un sistema estable. En todo caso, la identidad de los jóvenes tendría que ser el resultado más de las elecciones personales que de las asignaciones heredadas.

El análisis de las culturas juveniles que hace Feixa sirve para comprender mejor la construcción de las identidades [23]. En el plano de las condiciones sociales, las culturas juveniles se construyen con materiales que provienen de las identidades generacionales, de género, clase, etnia y territorio. Estas se configuran a partir de una interacción básica entre culturas hegemónicas y culturas parentales. En el plano de las imágenes culturales, las culturas juveniles se traducen en lenguajes, estéticas, éticas, producciones culturales y actividades focales. Se configuran a partir de la interacción básica entre macroculturas y microculturas. Quiero realizar a continuación una aplicación libre del análisis de Feixa al caso de las nuevas generaciones en la vida consagrada.

Un joven consagrado construye su identidad a partir de las identidades que trae: generación (X, Y o Z), género (varón o mujer), clase (alta, media o baja), etnia (costeño, andino o amazónico) o territorio (local o global). Es evidente que no es posible construir la identidad personal prescindiendo de las identidades previas del joven, que se seguirán configurando en una nueva interacción entre culturas parentales y culturas hegemónicas, que en este caso serían las congregaciones religiosas y el entorno social en el que viven los jóvenes consagrados, respectivamente. La identidad de un joven consagrado también se construye teniendo en cuenta sus lenguajes (formas, contenidos y medios), estéticas (cuerpo, moda y música), éticas (sistemas de valores), producciones culturales (textos y videos) y actividades focales (ritos, diversión y ocio). Tampoco es posible construir la identidad personal si se prescinde de las culturas juveniles, que seguirán configurándose en una nueva interacción entre microculturas y macroculturas; por ejemplo, en este caso serían el grupo generacional al que pertenece el joven consagrado en su congregación y los mundos culturales plurales en los que habita el joven. El esquema no debe descuidar que la identidad religiosa es el principio integrador del proceso.

Vuelvo a la visión limitada de la tecnología digital como un instrumento externo y no como un ámbito antropológico, porque considero esencial para la comprensión de los jóvenes que entendamos mejor el lugar de la cultura digital en la construcción de sus identidades [24]. Los jóvenes consagrados –en cierta medida– pertenecen a una generación que José María Bautista ha calificado como transracional, mediática, autoconstructiva, postmaterialista e interconectada: que supera la mera razón como clave de comprensión de la vida, que crece humanamente en un mundo mediático, que construye su identidad a través de la estimulación y la automotivación, que es sensible a las nuevas expresiones de la espiritualidad, que entra en relación a través de las redes sociales, etc. Me gustaría destacar la referencia que hace Bautista a la autoconstrucción. Muchas veces los adultos planteamos la identidad acentuando la interioridad sobre la exterioridad y el ser sobre el hacer; sin embargo, uno de los impactos de la cultura global en los más jóvenes consiste en que estas dicotomías no son asimilables por ellos. Mientras los adultos decimos que se debería construir la identidad desde la interioridad, los jóvenes la construyen desde su exterioridad; digamos que ellos empiezan siendo lo que son porque aprenden a gustar a los demás. Es evidente que también para los jóvenes su identidad está en saber qué tipo de persona son, pero la diferencia radica en que ellos lo descubren a partir de su cuerpo, ropa, peinado, celular o cuarto. Quiero advertir que esto no quiere decir que los jóvenes sean incapaces de construir identidades auténticas en la vida consagrada, sino que viven los procesos desde nuevos paradigmas. Los adultos deberíamos superar los prejuicios, aproximarnos, conectar, comprender, sintonizar y acompañar.

Finalmente me permito insistir en la importancia de la relación intergeneracional para la construcción de las identidades de los jóvenes. Retomo brevemente los desafíos planteados por Pina del Core [25]. El primero es la relación: el joven consagrado construye su identidad personal a través de la relación con otros consagrados como compañeros en el seguimiento de Cristo. El segundo es la identificación y la pertenencia: el joven crece en su identificación por medio de la pertenencia a la comunidad religiosa, que deriva de la conciencia de participar de la misma vocación y de trabajar por la misma misión. El tercero es la transmisión y el aprendizaje: el joven madura en la medida que desarrolla su capacidad de crítica y de autocrítica ante la pluralidad de puntos de vista dentro de la congregación. El cuarto es el acompañamiento: el joven puede contar con el ministerio del acompañamiento por parte de los consagrados que pertenecen a otras generaciones. En cualquier caso, es necesario hacer ajustes en los procesos.



[1] Cf. Carmen Leccardi y Carles Feixa, “El concepto de generación en las teorías sobre la juventud”, en Carles Feixa, De la Generación@ a la #Generación. La juventud en la era digital, Barcelona, Ned, 2014, pp. 47s.
[2] Cf. Antonio Spadaro, Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red, Barcelona, Herder, 2014, pp. 22ss.
[3] Cf. Lecardi y Feixa, a.c., pp. 52s.
[4] Cf. Wikipedia: categoría: generaciones.
[5] Las generaciones Y y Z son las generaciones @ (arroba) y # (hashtag) de Carles Feixa.
[6] Cf. Feixa, o.c., p. 122.
[7] Cf. Feixa, o.c., pp. 122ss.
[8] Cf. Sante Bisignano, “Relación entre generaciones y fidelidad creativa. Escuela de comunión y misión”, en Jesús María Alday (ed.), De generación en generación. La relación entre generaciones en la vida consagrada, Madrid, Publicaciones Claretianas, 2007, pp. 31ss.
[9] Cf. Carles Monereo y Juan Ignacio Pozo (ed.), La identidad en psicología de la educación. Necesidad, utilidad y límites, Bogotá, Narcea, 2014, p. 13.
[10] Cf. Marda Zuluaga, Identidad y devenir, Bogotá, San Pablo, 2014, p. 33.
[11] Cf. Hannah Arendt, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 205ss.
[12] Cf. Javier Garrido, Proceso humano y Gracia de Dios. Apuntes de espiritualidad cristiana, Santander, Sal Terrae, 1996, pp. 107ss.
[13] Cf. Charles Taylor, Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 59ss.
[14] Cf. Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, 2ª ed., Barcelona, Crítica, 2004, pp. 269ss.
[15] Cf. Paul Ricoeur, Sí mismo como otro, 3ª ed., Madrid, Siglo XXI, 2006, pp. 109ss.
[16] Cf. Theo Jansen, “Hacia una espiritualidad de comunión entre las generaciones”, en Alday, o.c., pp. 125ss.
[17] Cf. Gabriela R. Cicalese, Yo soy… ¿Nosotros somos? Comunicación e identidades, Buenos Aires, San Pablo, 2010, pp. 9ss.
[18] Cf. Adriana Gewerc, “Identidades docentes en contextos turbulentos. Espacios, tiempos  afectos”, en Monereo y Pozo, o.c., pp. 197ss.
[19] Cf. Pam Nilan y Carles Feixa, “¿Una juventud global? Identidades híbridas, mundos plurales”, en Feixa, o.c., pp. 33ss.
[20] Cf. Juan Ignacio Pozo, “La construcción de la identidad en la psicología cognitiva. Del aprendizaje situado a la integración jerárquica”, en Monereo y Pozo, o.c., pp. 48ss.
[21] Cf. Jürgen Golte y Doris León, Polifacéticos. Jóvenes limeños del siglo XXI, Lima, IEP, 2011, p. 53.
[22] Cf. Claude Dubar, La crisis de las identidades. La interpretación de una mutación, Barcelona, Bellaterra, 2002, pp. 11ss.
[23] Cf. Feixa, o.c., pp. 99ss.
[24] Cf. José María Bautista, Todo ha cambiado con la Generación Y. 40 paradigmas que mueven el mundo, Vitoria, Frontera Hegian, 2010, pp. 63ss.
[25] Cf. Pina del Core, “Relación intergeneracional en la vida consagrada. Entre nuevas instancias y puntos críticos: ¿hacia qué modelos de referencia?, en Alday, o.c., pp. 83ss.