jueves, 2 de febrero de 2023

El camino de la Iglesia

El camino de la Iglesia

Algunos aspectos teológicos de una Iglesia sinodal

 


Raúl Pariamachi ss.cc.

 

Habiendo transcurrido ya más de un año desde la apertura del proceso del Sínodo 2021-2024, quiero exponer algunos aspectos teológico-pastorales que considero clave en el actual empeño por una Iglesia sinodal en salida hacia las periferias.

1. ¿Por qué “sinodalidad”?

Más de una vez, en diversos diálogos, nos hemos preguntado por qué hablar ahora de “sinodalidad”. ¿Por qué el papa Francisco, en uno de los discursos más trascendentales de su pontificado, ha dicho que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” o que “lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra sínodo”? [1] ¿Se trata de una moda?

Podemos explorar algunas fuentes en busca de respuestas. Aquí algunas muestras: el propio Francisco ha dicho hace poco que la sinodalidad no es una moda organizacional, sino “la dimensión dinámica de la comunión eclesial fundada por la comunión trinitaria, que, apreciando simultáneamente el sensus fidei de todo el santo pueblo fiel de Dios, la colegialidad apostólica y la unidad con el Sucesor de Pedro, debe animar la conversión y reforma de la Iglesia a todo nivel” [2]. Cabe destacar aquí que la sinodalidad aparece como una dimensión dinámica de la comunión del pueblo de Dios.

Por su parte, la Comisión Teológica Internacional nos ha ofrecido una referencia teológica más comprehensiva al considerar que la sinodalidad “indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” [3]. En este caso, quiero enfatizar que se trata del modo de vivir y actuar de la Iglesia, de un estilo que determina su manera de caminar como pueblo de Dios.

Finalmente, en el Documento preparatorio del Sínodo 2021-2024 se advierte que el proceso sinodal se desarrolla dentro de un contexto histórico caracterizado por cambios epocales de la sociedad y por una etapa crucial de la vida de la Iglesia. En esta perspectiva, la sinodalidad no solo representa “el camino principal para la Iglesia”, sino que -al mismo tiempo- la opción de caminar juntos “es un signo profético para una familia humana que tiene necesidad de un proyecto compartido, capaz de conseguir el bien de todos” [4]. Se nota claramente la doble orientación sinodal (ad intra y ad extra).

Por mi parte, considero que la sinodalidad propuesta por el papa Francisco emerge como un correctivo crítico de una aplicación insuficiente de la eclesiología de comunión, posterior al Concilio Vaticano II, que ha venido generando un malestar en el cuerpo de la Iglesia que peregrina en una época signada por la autonomía, la diversidad y la inclusión, entre otros hechos que desafían al conjunto de la Iglesia.

2. La dignidad de los bautizados

En el discurso antes citado, el papa Francisco aprecia el valor de la institución del sínodo de los obispos; al respecto, indica que debemos seguir por este camino: “El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión” [5]. Vemos entonces cómo Francisco realiza una ampliación de la sinodalidad desde el ámbito del sínodo de los obispos (solo los obispos) hacia todos los ámbitos de la Iglesia universal (todos los fieles), atendiendo a las exigencias del mundo actual.

La dignidad bautismal es el cimiento de esta Iglesia sinodal. El leitmotiv del papa Francisco señala que, por la unción del Espíritu (cf. 1 Jn 2, 20) en el bautismo, la totalidad de los fieles no puede equivocarse cuando cree: esta propiedad se manifiesta en el sentido de la fe (sensus fidei) del pueblo. Cada bautizado -dice el Papa- es un discípulo misionero, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe: “Sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones” [6].

El sentido de la fe (sensus fidei) es una categoría clave, en la medida que exige la escucha activa de todos los fieles, en el amplio horizonte de la revolución copernicana en la autocomprensión de la Iglesia, en la que la noción teológica de pueblo de Dios subraya la igual dignidad de todos los hijos de Dios y destaca la pertenencia común a la comunidad eclesial, previa a toda diferenciación de condición, carisma o servicio [7].

El malestar al que me refería tiene su origen en que las comunidades eclesiales se han configurado (con validación teológica, pastoral y canónica) más desde la dignidad de los ordenados que desde la dignidad de los bautizados. Si deseamos avanzar como Iglesia resulta imprescindible visibilizar las consecuencias del bautismo, superando la imagen de Iglesia donde unos enseñan y otros solo aprenden, unos disciernen y otros solo obedecen, unos celebran y otros solo escuchan; haciendo posible una Iglesia en la que todos enseñan, aprenden, disciernen, obedecen y celebran en el caminar juntos.

En el fondo, me parece que está en juego el hecho de que la Iglesia se encarna en el mundo en las condiciones socioculturales de cada época. En nuestros tiempos, nadie se resigna a ser súbdito, sino que todos aspiramos a ser ciudadanos; por tanto, sería insufrible una pretensión de gobernar la Iglesia según modelos feudales, monárquicos o imperiales, por parte del papa, los obispos o los párrocos. Por el bautismo todos somos hermanos y ciudadanos en la Iglesia (cf. Ef 2, 19), permeados por nuestras experiencias democráticas, aunque esto no se deba identificar con una democracia liberal.

3. La conversión de los pastores

Como hemos visto, el papa Francisco dice que la dinámica de la sinodalidad debe animar la conversión y la reforma de la Iglesia a todo nivel. En este apartado me referiré a la conversión; en el siguiente, a la reforma. Debo advertir que, aunque la conversión es una invitación para todo el pueblo de Dios, voy a concentrarme en la conversión sinodal de los pastores, que ciertamente es otro aspecto teológico clave.

Llaman la atención las actitudes de los pastores en la primera fase: receptividad, indiferencia o resistencia [8]. Mi impresión (no tengo cifras) es que una porción significativa se movió entre la indiferencia y la resistencia. El problema es que cuesta mucho reunirnos, escucharnos y abrirnos, como se lee en la síntesis sinodal del Perú [9]. En el Documento de trabajo se constata que “numerosas síntesis mencionan los temores y las resistencias de parte del clero, así como la pasividad de los laicos, su miedo a expresarse libremente y la dificultad de articular el papel de los pastores con la dinámica sinodal” [10].

En el discurso antes referido, el papa Francisco sostiene que “la sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico” [11]. Quiere decir que la sinodalidad determina el concepto y el ejercicio del ministerio ordenado en la Iglesia, una relectura que supone una conversión de corazón, mente y voluntad en los pastores.

En este sentido, el espíritu sinodal inspira en los pastores actitudes para la escucha, el discernimiento y el acompañamiento de todos los fieles, en la diversidad de vocaciones, carismas y servicios. Sin embargo, el núcleo de la conversión radica en el reconocimiento de la presencia del clericalismo como “una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia” [12], que crece como mala hierba en la cultura eclesial, siendo caldo de cultivo de los abusos sexuales, de poder y de conciencia. Los pastores tenemos que recordar siempre que no somos señores de la herencia (kléros) de Dios (cf. 1 Pe 5, 3).

Hervé Legrand ha explicado cómo “los pastores tienen una función importante en el desarrollo de los vínculos recíprocos que los vinculan a los fieles” [13], por lo que deberían ser los primeros en fomentar la sinodalidad. Señala tres correcciones: corregir la tendencia católica a privilegiar la persona de los ministros por sobre el objeto de su ministerio, dado que la ordenación es ante todo una gracia para la Iglesia; corregir la comprensión de los efectos de la ordenación que sitúan a los ministros en una posición de poder, al punto de sentirse ontológicamente diferentes a los laicos; corregir una concepción de la ordenación que sitúa a los ministros por encima o desvinculados de la ecclesia, de modo que se haga visible la inserción de los obispos y los presbíteros en la misma [14].

4. La reforma de la Iglesia

Como he recordado, la sinodalidad conlleva tanto la conversión como la reforma de la Iglesia. La sinodalidad sigue el doble principio de una Iglesia siempre reformándose (ecclesia semper reformanda) y de una reforma en la cabeza y los miembros (reformatio in capite et membris). Al respecto, cabe advertir que la naturaleza de la reforma consiste en un conjunto de continuidad y discontinuidad a diferentes niveles. Se trata entonces de aplicar la hermenéutica de la reforma a la que se refirió el papa Benedicto XVI, en la que se entrecruzan la continuidad y la discontinuidad en el proceso [15].

Los estudiosos de sociología de las instituciones y de las organizaciones coinciden en el hecho de que toda reforma se realiza interviniendo simultáneamente en tres niveles: en los contenidos de conciencia colectiva, en la forma de las relaciones internas, y en las estructuras, los procedimientos, las actividades y las funciones en los que se expresa y se mantiene el cuerpo social [16]. Aquí me enfocaré solo en el tercer nivel.

La sinodalidad circula por las estructuras eclesiales, por lo que se hace necesario revisar los organismos de la sinodalidad formal, sobre todo dentro de las iglesias locales: consejos pastorales y consejos económicos, asambleas parroquiales y sínodos diocesanos, etc. Existe un consenso entre teólogos y canonistas de que la sinodalidad exige reajustes en el derecho. La Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, “una mejor práctica de la sinodalidad favorecerá la credibilidad de una Iglesia que escucha a los fieles, preocupada por darles la palabra y por implicarles en las decisiones pastorales” [17].

Al respecto, es preciso implementar procesos de toma de decisiones en coherencia con la corresponsabilidad de todos los bautizados, a partir del clásico principio de que “lo que a todos afecta, por todos debe ser tratado y aprobado” (quod omnes tangit, ab omnibus tractari et approbari debet). Una situación problemática es el carácter solo consultivo de la participación de los fieles. Se podría avanzar en la línea de la distinción entre “elaborar una decisión” (decision-making) y “tomar una decisión” (decision-taking), de tal manera que las decisiones sean maduradas por el discernimiento de todos [18].

Por último, tendríamos que cuestionarnos sobre la forma de gobierno en la Iglesia. El propio papa Francisco ha señalado que la conversión del papado es una tarea pendiente. No es posible seguir ejerciendo la autoridad en la Iglesia con la concentración de poderes (ejecutivos, legislativos y judiciales) en una sola persona. Al mismo tiempo, es necesario cambiar la forma actual de designar a los obispos. En cualquier caso, ningún pastor debe ejercer una función sin un sistema de supervisión y de rendición de cuentas, de modo que la transparencia no dependa solo de la buena voluntad del mismo [19]. Por ejemplo, algunos pastores ejercen su función como ya no lo haría nadie en cualquier institución pública o privada, de una manera que muchas veces acaba en corrupción.

5. Un signo profético

La sinodalidad se inscribe en el conjunto del programa del papa Francisco, trazado en la Evangelii gaudium, en la que se refiere a la reforma de la Iglesia en salida misionera. En este sentido, en el itinerario sinodal iniciado el año pasado, la Iglesia está aprendiendo, a partir de la experiencia del caminar juntos, “cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión” [20].

Como hemos visto, en el Documento preparatorio se señala que el caminar juntos es un signo profético para una familia humana que necesita un proyecto compartido capaz de conseguir el bien común. Por su parte, en el discurso del 2015, el papa Francisco dice que “una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones (cf. Is 11, 12) en un mundo que… a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de poder” [21]. La sinodalidad no se reduce al dinamismo interno, sino que lleva a caminar junto a los hombres y las mujeres de nuestra época.

Me parece que una escucha que se despliega en acción es como la clave de bóveda del camino sinodal: ¿Cómo caminar junto a tantas personas que no se sienten escuchadas? Pienso en las personas tratadas como descartables, las víctimas de los abusos, los pueblos no respetados en sus culturas, los migrantes que no son ciudadanos plenos, los divorciados que se volvieron a casar o las personas identificadas como LGBTQI+.

La sinodalidad está orientada a “una diakonía profética en la construcción de un ethos social fraterno, solidario e inclusivo” [22]. Por lo tanto, la vida sinodal de la Iglesia se ofrece como diaconía social “en la promoción de una vida social, económica y política de los pueblos bajo el signo de la justicia, la solidaridad y la paz” [23]. Somos conscientes de que la escucha es una prioridad en situaciones de crisis como las que vivimos en el país y el mundo. El caminar juntos debería revelarse entonces como una escuela de vida para adquirir el ethos que se necesita para practicar el diálogo con todos [24].

Quiero terminar con la referencia bíblica que inspira el Documento de trabajo para la etapa continental: “Ensancha el espacio de tu tienda, extiende los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas” (Is 54, 2). Una potente invitación a imaginar la Iglesia como la tienda del encuentro que acompañó al pueblo en su travesía por el desierto, una llamada a ensanchar la Iglesia para acoger a todos [25].



[1] Papa Francisco, Discurso por la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los obispos (17 de octubre del 2015).

[2] Papa Francisco, Videomensaje a la Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina (24-27 de mayo del 2022).

[3] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2018), n. 6.

[5] Papa Francisco, Discurso…

[6] Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 120.

[7] Cf. Carlos Schickendantz, “Una “revolución copernicana” pendiente. Reflexiones eclesiológicas entre teología y derecho”, en Concilium 390 (2021), p. 281.

[8] El cardenal Mario Grech (secretario general del Sínodo) ha dicho que las reacciones van “desde los que han aceptado realmente este desafío sinodal hasta los que lo combaten abiertamente”; con todo, las mayores dificultades no están en el episcopado, sino en el clero, especialmente los más jóvenes, quienes han rechazado con vehemencia participar en el proceso, mientras que la mayoría de los laicos han respondido con entusiasmo. https://www.religiondigital.org/vaticano/Grech-lamenta-Iglesia-combaten-abiertamente-sinodo-vaticano_0_2523947584.html (visto el 2 de febrero del 2023).

[9] Cf. Conferencia Episcopal Peruana, Síntesis sinodal nacional del Perú (2022), p. 10.

[10] Secretaría General del Sínodo, Documento de trabajo para la etapa continental. Sínodo 2021-2024. “Ensancha el espacio de tu tienda” (Is 54, 2) (2022), n. 19.

[11] Papa Francisco, Discurso…

[12] Papa Francisco, Carta al pueblo de Dios (20 de agosto del 2018).

[13] Hervé Legrand, “La sinodalidad es práctica. Un alegato a favor del aprendizaje”, en Concilium 390 (2021), p. 295.

[14] La desvinculación se nota en el hecho de que el 40% de los obispos actuales están asignados a sedes titulares que no existen, el nombramiento de obispos con mínima consulta a la iglesia local o el traslado de obispos de una sede a otra como una forma de promoción.

[15] Cf. Papa Benedicto XVI, Discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la Curia romana (22 de diciembre del 2005).

[16] Cf. Serena Noceti, “Estructuras para una Iglesia en reforma”, en Concilium 377 (2018), p. 541.

[17] Alphonse Borras, “Sinodalidad eclesial, procesos participativos y modalidades decisionales. El punto de vista de un canonista”, en Antonio Spadaro y Carlos María Galli (eds.), La reforma y las reformas en la Iglesia (Santander: Sal Terrae, 2016), p. 255.

[18] Cf. Alphonse Borras, “La sinodalidad formal en acción. Más allá de la polarización entre lo consultivo y lo deliberativo”, en Concilium 390 (2021), pp. 254ss.

[19] Cf. Carlos Schickendantz, “Mentalidades elitistas y clericalismo estructural. Algunas lecciones eclesiológicas que deja el caso chileno”, en Daniel Portillo Trevizo (ed.), Teología y prevención. Estudio sobre los abusos sexuales en la Iglesia (Santander: Sal Terrae, 2020), pp. 117-120.

[20] Sínodo de los Obispos, Documento preparatorio…, n. 1.

[21] Papa Francisco, Discurso…

[22] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad…, n. 103.

[23] La sinodalidad…, n. 119.

[24] Cf. La sinodalidad…, n. 118.

[25] Cf. Secretaría General del Sínodo, Documento de trabajo…, nn. 25-28.