Eucaristía y economía
Raúl Pariamachi ss.cc.
Mi
breve intervención en este panel quiere ser un aporte a la reflexión sobre los
desafíos éticos en la economía para un Perú globalizado desde la perspectiva de la ética cristiana. Por lo tanto, de alguna
manera voy a combinar filosofía, teología y economía. ¿Qué puede ofrecer una
ética inspirada en el seguimiento de Cristo a la búsqueda de una economía
orientada a la justicia social en un país globalizado?
1. Algunas observaciones
previas
Tengo
la impresión de que muchas de las personas que se declaran cristianas en el
Perú suelen desconocer las implicancias éticas de su fe en Jesucristo en el
ámbito de la vida económica. Por supuesto, no dudo que cuando leen las
parábolas del juicio final, del buen Samaritano o del pobre Lázaro sientan que
su fe en Jesucristo exige la práctica del amor al prójimo, preferentemente al
pobre, al sufriente y al olvidado. Sin embargo, dudo que saquen todas las
consecuencias de tal amor para la vida económica de su país. Quisiera comenzar
entonces con algunas observaciones previas.
Una
primera observación –quizás bastante obvia– es que si bien es cierto que la fe
en Jesucristo no puede ser reducida a ninguna ética (ni siquiera cuando se dice
que lo más importante es el amor al prójimo) [1],
también es verdad que la ética es una dimensión constitutiva de la fe
cristiana, en la medida en que la adhesión a la persona y al mensaje de
Jesucristo supone un estilo de vida conforme a los valores evangélicos. Cabe
advertir que la ética cristiana no se limita al ámbito de la familia, la
sexualidad o la bioética, sino que atañe también al ámbito de la vida política,
económica y ecológica.
Una
segunda observación es que junto a éticas con referencias religiosas –como la
ética cristiana– conviven éticas sin referencias religiosas que defienden la
legitimidad de una ética civil o ética laica, al punto que se hace imprescindible
el diálogo con ellas. Por ejemplo, se suele clasificar a la ética cristiana
dentro de las “éticas de máximos” que proponen un ideal de vida buena según un
sistema de valores, a diferencia de las “éticas de mínimos” que postulan un
ideal de sociedad justa según un sistema de principios que garanticen que cada sujeto
realice libremente su propio ideal de vida buena [2]. Al
menos en el caso específico de la ética cristiana esto no significa que como “ética
de máximos” deba limitarse a la vida privada sin repercusiones en la vida
pública.
Una
tercera observación es que si bien la ética cristiana aplicada al ámbito social
comprende tanto el nivel fundante de las motivaciones como el nivel
deliberativo de la conciencia y el nivel directivo de las normas, se debería
subrayar que la especificidad de esta ética cristiana estriba en que se trata
de una ética humana abierta a la trascendencia. Es una ética que está motivada
por la praxis de Jesús, animada por la confianza en Dios, inspirada por los
valores evangélicos, iluminada por la palabra del Señor y orientada por el amor
a la humanidad, que consideramos válida para la vida humana [3].
Quizás
sea oportuno citar las palabras de un conocido autor:
“No es
simplemente correcto pensar que el bien y el mal moral se constituyen como
tales por un precepto divino. Tener tal precepto era la peculiaridad histórica
de Israel. Cristianamente, habría que decir que las acciones humanas son buenas
en la medida en que sean agápicas. Y
tal bondad puede pensarse que les es autónoma,
pues el amor brota de la humanidad y es para la humanidad. El cristiano puede
decir bien eso, con tal de que añada que ese
mismo amor, últimamente, viene de Dios; a esta última radicación en lo
Absoluto habrá que atribuir la fuerza de la exigencia del “¡Ama!”, y por ello
puede hablarse de teonomía.” [4]
A
continuación voy a presentar una visión de lo que la fe cristiana puede ofrecer
al nivel de las motivaciones éticas para la construcción de una economía justa
en el país, a partir de la eucaristía como fuente y cima de la vida cristiana.
2. Eucaristía y economía
En
efecto, el papa Benedicto XVI escribió en su encíclica Deus caritas est que la mística de la eucaristía tiene un carácter
social: La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás, el
amor a Dios y el amor al prójimo están realmente unidos; en la eucaristía “el
agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y
por nosotros” (n. 14). Es así que la contraposición usual entre culto y ética
simplemente desaparece –dice el Papa–, en la comunión eucarística va incluido a
la vez el ser amados y el amar a los otros. En la misma línea, en su
exhortación Sacramentum caritatis se refirió
a la eucaristía como misterio que se ha de creer, celebrar y vivir, al punto
que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. Esto
quiere decir que la eucaristía mueve al cristiano a hacerse pan partido para
los demás y a trabajar por un mundo más justo y fraterno: “Cristo sigue
exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “denles
de comer” (Mt 14, 16)” (n. 88). De hecho, “la
eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la
verdad el Cuerpo y la Sangre
de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres,
sus hermanos (cf. Mt 25, 40)” (CCE 1397).
En
seguida trataré de ensayar ciertas repercusiones éticas para la vida económica tomando
como punto de partida algunos elementos bíblico-dogmáticos de la eucaristía,
también reiterando determinados principios éticos.
La
eucaristía es el memorial de la vida entregada de Jesucristo, del sacrificio de
su cuerpo y su sangre: Jesús es el pan que se parte para la vida del mundo (cf.
Jn 6, 51). En la eucaristía se despliega la lógica del relato cristiano, según esta
la raíz del deseo no es la carencia sino el exceso del amor compartido tal como
se descubre en la vida de Jesús. Un teólogo ha dicho que vivimos como en el
cruce de dos relatos sobre el mundo: la eucaristía y el mercado (en el sentido
de que narran historias de hambre y consumo) [5]. Cabe
decir entonces que la lógica eucarística del don –dar sin recibir– deberá
cuestionar la lógica mercantil del intercambio –dar a cambio–. No se trata de
satanizar el mercado por sí mismo, sino de advertir sobre el peligro de que su
lógica implacable invada todos los ámbitos de la vida humana, en una especie de
colonización de la ética, la política, la religión, la cultura y el arte. El
mercado dejado a su propia lógica termina convertido en una suerte de nuevo
dios Cronos que se traga a sus hijos.
En
su carta encíclica Caritas in veritate,
el papa Benedicto XVI sostuvo que la caridad en la verdad ubica al ser humano frente
a la sorprendente experiencia del don (advirtiendo que la lógica del don no
excluye la justicia): “La actividad económica no puede resolver todos los
problemas sociales ampliando sin más la lógica
mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común…” (n. 36).
Se
debe reiterar entonces la orientación ética cristiana de que una economía justa
está configurada por la satisfacción de las necesidades humanas, del ser humano
que es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social (cf. GS
63). En este sentido, la
Iglesia enseña que el progreso económico está puesto al
servicio del ser humano, bajo su control (cf. GS 64-65) [6]. Jesús
dijo que el sábado está hecho para el ser humano, no el ser humano para el sábado;
podemos parafrasearlo diciendo que la economía está hecha para el ser humano,
no el ser humano para la economía.
La
eucaristía es el banquete pascual de la comunión en el cuerpo de Cristo, cuya
condición de posibilidad es la vida abundante ofrecida por Jesús (cf. Jn 10,
10). Pero la abundancia de la eucaristía es inseparable de la kénosis (descentramiento). De tal modo
que por la participación en la comida eucarística se produce en los cristianos
un radical descentramiento, al ser configurados con la vida de Jesús y al ser
incorporados al cuerpo de Cristo. La eucaristía convierte al creyente en el
cuerpo de Cristo [7], en una comunidad
solidaria con todos sus miembros. En cambio, el relato del mercado pretende
hacer creer que la persecución individual del propio interés revertirá milagrosamente
en el beneficio de todos (¿chorreo?), que las necesidades del hambriento serán
atendidas por el cuidado providencial del mercado, una “escatología” en la que
la abundancia para todos estaría a la vuelta de la esquina. Estaríamos entonces
ante una especie de novela contemporánea de la multiplicación de los panes y
los peces, vista al revés.
Benedicto
XVI denunció en su Caritas in veritate
que “el hambre causa todavía muchas
víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa
del rico epulón” (CV 27), al tiempo que anuncia que dar de comer a los que
tienen hambre (cf. Mt 25, 35.37.42) es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde
a las enseñanzas de su Fundador sobre la solidaridad y el compartir.
Viene
al caso evocar el principio ético cristiano de que una economía justa debe
regirse por el criterio del destino común de los bienes económicos, que deberán
llegar a todos en forma equitativa, bajo la guía de la justicia y el
acompañamiento de la caridad (cf. GS 69) [8]. En
estos tiempos en que se habla tanto de la inclusión social, es lamentable que
la sociedad se siga asemejando más a la mesa anti-eucarística del epulón (donde
el pobre Lázaro tenía que contentarse con las sobras), una mesa excluyente que
constituye una negación de la mesa eucarística de Jesús, donde caben todos.
La
eucaristía es la anticipación de la consumación del reino de Dios, el banquete
escatológico (cf. Mt 26, 29); como se recoge bellamente en la tradición: en el
banquete pascual se recibe una prenda de la vida eterna (pignus futurae gloriae). En la eucaristía el reino de Dios irrumpe
en la historia con un mensaje de esperanza y una exigencia de justicia: el
pobre no puede esperar. Es precisamente en el misterio de la eucaristía donde
encuentran su pleno sentido el anuncio y la denuncia que se orientan hacia la
realización de la nueva creación y la nueva humanidad en Cristo. La praxis
eucarística aparece aquí como una crítica de la idolatría del mercado que demanda
el sacrificio de las víctimas [9], de
los mitos del progreso, de la productividad sin límite, del lucro sin freno,
que atentan contra la convivencia humana y la supervivencia planetaria. La
dimensión utópica de la eucaristía rememora el dolor de los crucificados en el
mundo, abre nuevas posibilidades en tiempos de crisis y detiene el avance de
una economía desbocada.
La
orientación escatológica de la historia que se significa en la eucaristía
conecta con la clásica afirmación del concilio Vaticano II de que la espera de
una tierra nueva al final de los tiempos no debe debilitar sino más bien avivar
la preocupación por cultivar la tierra presente, donde va creciendo el cuerpo
de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo futuro
(cf. GS 39) [10].
Volviendo
a la encíclica del papa Benedicto, me gustaría subrayar que la búsqueda del
progreso humano integral se enfrenta al desafío de la interdependencia
planetaria. El Papa considera que los seres humanos tienen que ser los
protagonistas, no las víctimas, de la globalización económica. Una
globalización bien gestionada ofrece la posibilidad de una redistribución de la
riqueza a escala planetaria, pero mal gestionada aumentará la pobreza y la
desigualdad, contagiando con una crisis a todo el mundo. La globalización debe
ser orientada hacia metas de humanización solidaria (cf. CV 42) [11].
3. Brevísimas aplicaciones
prácticas
Finalmente,
quiero simplemente enumerar algunas aplicaciones prácticas que se derivan de lo
dicho sobre las repercusiones de la eucaristía para la ética de la economía,
dejando abierto el diálogo posterior.
a)
La globalización económica favorece el acceso del país a nuevas tecnologías,
mercados y finanzas. No obstante, conlleva el peligro de la productividad sin
límite y el lucro sin freno. La indiferencia ante los efectos de la
contaminación sobre las personas a raíz de la explotación minera en La Oroya y el intento del
Gobierno de facilitar la venta de tierras comunales para incentivar la
inversión privada sin consulta a las comunidades nativas, son ejemplos de que
muchas veces en el Perú los derechos de las personas, los pueblos y las
culturas son subordinados a los intereses de las empresas transnacionales. La Iglesia está desafiada a
elevar su voz en diferentes instancias de la vida pública para abogar por una
regulación ética de la actividad económica en el país [12].
b)
El crecimiento económico en el Perú ha sido positivo en los últimos años. Sin
embargo, su ambigüedad radica en que el país adolece de una deficiente
distribución de la riqueza, de modo que el crecimiento económico no se traduce
en desarrollo humano. Los viajes a Miami por el fin de semana, la proliferación
de nuevos centros comerciales o la construcción de más edificios en Lima,
contrastan con las viviendas precarias en los márgenes de la ciudad, el
endeudamiento de quienes apenas reciben un salario mínimo o la pobreza extrema
de un amplio sector de la población. Vivimos en un siglo fascinante y cruel,
¿fascinante para quién? y ¿cruel para quién? La Iglesia está desafiada a
exigir la búsqueda de una economía más justa en solidaridad con los más pobres.
c)
La mundialización de la economía ha agudizado la escandalosa injusticia que
sufren los pobres, los excluidos y las víctimas. Esto se refleja en el círculo
vicioso de la pobreza: Los niños de las familias más pobres tienen una mala
alimentación y una débil salud, el apremio económico hace que obtengan un nivel
de educación poco competitivo y que salgan rápidamente en busca de trabajo, de
modo que siendo jóvenes tendrán que conformarse con empleos de baja
especialización y de pésima remuneración. Así se van dando las condiciones que
perpetúan la situación de pobreza entre las generaciones. La Iglesia está desafiada a
trabajar por la promoción humana a través de iniciativas locales, nacionales y mundiales
que ayuden a salir del círculo de la pobreza.
Ahora
permítanme concluir con una referencia al Documento de Aparecida, que a mi
entender apunta bien al desafío ético fundamental en el ámbito de la economía.
Los obispos declararon: “La globalización, tal y como está configurada
actualmente, no es capaz de interpretar y reaccionar en función de valores
objetivos que se encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más
importante de la vida humana: la verdad, la justicia, el amor y, muy
especialmente, la dignidad y los derechos de todos, incluso de aquellos que
viven al margen del propio mercado” (n. 61). ¡Qué bien dicho!
[1] Pienso en quienes a partir de la centralidad del amor
al prójimo postulan una ética sin
teología, como una ética sin trascendencia que termina siendo un
cristianismo sin Dios (Cf. J. A. Estrada, Por
una ética sin teología. Habermas como filósofo de la religión, Madrid,
Trotta, 2004).
[2] La distinción entre “ética de máximos” y “ética de
mínimos” no coincide necesariamente con la distinción entre “ética para la vida
privada” y “ética para la vida pública”, como tampoco con la distinción entre
“ética religiosa” y “ética secular, civil o laica”.
[3] Estos temas se pueden consultar en: A. Cortina, Ética
civil y religión, Madrid, PPC, 1995. M . Vidal, La ética civil y la moral
cristiana, Madrid, San Pablo, 1995. C . Gómez Sánchez, Ética y religión. Una relación problemática, Santander, Sal Terrae,
1995.
[4] J. Gómez Caffarena, ¿Qué aporta el cristianismo a la ética?, Madrid, Fundación Santa
María, 1991, p. 51s.
[5] Cf. W. T. Cavanaugh, “Consumo, mercado y eucaristía”,
en Concilium 310 (Abril 2005), pp.
101ss. El relato del mercado encarna una visión fundamentalmente individualista
de la persona, donde la condición ordinaria para la comunicación de bienes se
realiza por medio del comercio, a diferencia del relato de la eucaristía donde
la abundancia del amor de Dios orienta a la persona a la solidaridad, donde el
don relativiza los límites entre lo tuyo y lo mío.
[6] Benedicto XVI subrayó que el válido mensaje central
de la encíclica Populorum progressio
de Pablo VI (1967) radica en que el auténtico desarrollo humano debe ser
integral: debe promover el desarrollo de todo
el ser humano y de todos los seres
humanos (cf. CV 18).
[7] San Agustín escucha la voz de Dios: “Yo soy el
alimento de los que son ya grandes y robustos: crece, y entonces te serviré de
alimento. Pero no me transformarás a mí en ti, como el alimento que come tu
carne, sino que tú te transformarás en lo que yo soy” (Confesiones VII, 16).
[8] Cf. J. I. Calleja, Moral social samaritana. Vol. I. Fundamentos y nociones de ética
económica cristiana, Madrid, PPC, 2004, pp. 120ss.
[9] Como se sabe, hablando de Dios y del dinero Jesús
dice que no se puede servir a dos señores;
adviértase que Jesús no habla solo de creer
en dos señores, sino de servir a dos
señores, porque la idolatría de la codicia hace que la persona se someta al
poder del dinero.
[10] En seguida dice: “Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin
embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la
sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios” (GS 39).
[11] Con audacia Benedicto XVI habló de la urgencia de la
reforma tanto de la
Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura
económica y financiera internacional (cf. CV 67).
[12] Cabe destacar aquí el hecho de que los obispos de la Amazonía peruana se hayan
pronunciado sobre la problemática de los nativos y de su tierra, así como lo
hiciera el arzobispo de Huancayo ante el tema de la contaminación en La Oroya.
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