domingo, 21 de junio de 2015

Eucaristía y economía

Eucaristía y economía

Raúl Pariamachi ss.cc.


Mi breve intervención en este panel quiere ser un aporte a la reflexión sobre los desafíos éticos en la economía para un Perú globalizado desde la perspectiva de la ética cristiana. Por lo tanto, de alguna manera voy a combinar filosofía, teología y economía. ¿Qué puede ofrecer una ética inspirada en el seguimiento de Cristo a la búsqueda de una economía orientada a la justicia social en un país globalizado?

1.         Algunas observaciones previas

Tengo la impresión de que muchas de las personas que se declaran cristianas en el Perú suelen desconocer las implicancias éticas de su fe en Jesucristo en el ámbito de la vida económica. Por supuesto, no dudo que cuando leen las parábolas del juicio final, del buen Samaritano o del pobre Lázaro sientan que su fe en Jesucristo exige la práctica del amor al prójimo, preferentemente al pobre, al sufriente y al olvidado. Sin embargo, dudo que saquen todas las consecuencias de tal amor para la vida económica de su país. Quisiera comenzar entonces con algunas observaciones previas.

Una primera observación –quizás bastante obvia– es que si bien es cierto que la fe en Jesucristo no puede ser reducida a ninguna ética (ni siquiera cuando se dice que lo más importante es el amor al prójimo) [1], también es verdad que la ética es una dimensión constitutiva de la fe cristiana, en la medida en que la adhesión a la persona y al mensaje de Jesucristo supone un estilo de vida conforme a los valores evangélicos. Cabe advertir que la ética cristiana no se limita al ámbito de la familia, la sexualidad o la bioética, sino que atañe también al ámbito de la vida política, económica y ecológica.

Una segunda observación es que junto a éticas con referencias religiosas –como la ética cristiana– conviven éticas sin referencias religiosas que defienden la legitimidad de una ética civil o ética laica, al punto que se hace imprescindible el diálogo con ellas. Por ejemplo, se suele clasificar a la ética cristiana dentro de las “éticas de máximos” que proponen un ideal de vida buena según un sistema de valores, a diferencia de las “éticas de mínimos” que postulan un ideal de sociedad justa según un sistema de principios que garanticen que cada sujeto realice libremente su propio ideal de vida buena [2]. Al menos en el caso específico de la ética cristiana esto no significa que como “ética de máximos” deba limitarse a la vida privada sin repercusiones en la vida pública.

Una tercera observación es que si bien la ética cristiana aplicada al ámbito social comprende tanto el nivel fundante de las motivaciones como el nivel deliberativo de la conciencia y el nivel directivo de las normas, se debería subrayar que la especificidad de esta ética cristiana estriba en que se trata de una ética humana abierta a la trascendencia. Es una ética que está motivada por la praxis de Jesús, animada por la confianza en Dios, inspirada por los valores evangélicos, iluminada por la palabra del Señor y orientada por el amor a la humanidad, que consideramos válida para la vida humana [3].

Quizás sea oportuno citar las palabras de un conocido autor:

“No es simplemente correcto pensar que el bien y el mal moral se constituyen como tales por un precepto divino. Tener tal precepto era la peculiaridad histórica de Israel. Cristianamente, habría que decir que las acciones humanas son buenas en la medida en que sean agápicas. Y tal bondad puede pensarse que les es autónoma, pues el amor brota de la humanidad y es para la humanidad. El cristiano puede decir bien eso, con tal de que añada que ese mismo amor, últimamente, viene de Dios; a esta última radicación en lo Absoluto habrá que atribuir la fuerza de la exigencia del “¡Ama!”, y por ello puede hablarse de teonomía.” [4]

A continuación voy a presentar una visión de lo que la fe cristiana puede ofrecer al nivel de las motivaciones éticas para la construcción de una economía justa en el país, a partir de la eucaristía como fuente y cima de la vida cristiana.

2.         Eucaristía y economía

En efecto, el papa Benedicto XVI escribió en su encíclica Deus caritas est que la mística de la eucaristía tiene un carácter social: La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás, el amor a Dios y el amor al prójimo están realmente unidos; en la eucaristía “el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros” (n. 14). Es así que la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece –dice el Papa–, en la comunión eucarística va incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. En la misma línea, en su exhortación Sacramentum caritatis se refirió a la eucaristía como misterio que se ha de creer, celebrar y vivir, al punto que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. Esto quiere decir que la eucaristía mueve al cristiano a hacerse pan partido para los demás y a trabajar por un mundo más justo y fraterno: “Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “denles de comer” (Mt 14, 16)” (n. 88). De hecho, “la eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf. Mt 25, 40)” (CCE 1397).

En seguida trataré de ensayar ciertas repercusiones éticas para la vida económica tomando como punto de partida algunos elementos bíblico-dogmáticos de la eucaristía, también reiterando determinados principios éticos.

La eucaristía es el memorial de la vida entregada de Jesucristo, del sacrificio de su cuerpo y su sangre: Jesús es el pan que se parte para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51). En la eucaristía se despliega la lógica del relato cristiano, según esta la raíz del deseo no es la carencia sino el exceso del amor compartido tal como se descubre en la vida de Jesús. Un teólogo ha dicho que vivimos como en el cruce de dos relatos sobre el mundo: la eucaristía y el mercado (en el sentido de que narran historias de hambre y consumo) [5]. Cabe decir entonces que la lógica eucarística del don –dar sin recibir– deberá cuestionar la lógica mercantil del intercambio –dar a cambio–. No se trata de satanizar el mercado por sí mismo, sino de advertir sobre el peligro de que su lógica implacable invada todos los ámbitos de la vida humana, en una especie de colonización de la ética, la política, la religión, la cultura y el arte. El mercado dejado a su propia lógica termina convertido en una suerte de nuevo dios Cronos que se traga a sus hijos.

En su carta encíclica Caritas in veritate, el papa Benedicto XVI sostuvo que la caridad en la verdad ubica al ser humano frente a la sorprendente experiencia del don (advirtiendo que la lógica del don no excluye la justicia): “La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común…” (n. 36).

Se debe reiterar entonces la orientación ética cristiana de que una economía justa está configurada por la satisfacción de las necesidades humanas, del ser humano que es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social (cf. GS 63). En este sentido, la Iglesia enseña que el progreso económico está puesto al servicio del ser humano, bajo su control (cf. GS 64-65) [6]. Jesús dijo que el sábado está hecho para el ser humano, no el ser humano para el sábado; podemos parafrasearlo diciendo que la economía está hecha para el ser humano, no el ser humano para la economía.

La eucaristía es el banquete pascual de la comunión en el cuerpo de Cristo, cuya condición de posibilidad es la vida abundante ofrecida por Jesús (cf. Jn 10, 10). Pero la abundancia de la eucaristía es inseparable de la kénosis (descentramiento). De tal modo que por la participación en la comida eucarística se produce en los cristianos un radical descentramiento, al ser configurados con la vida de Jesús y al ser incorporados al cuerpo de Cristo. La eucaristía convierte al creyente en el cuerpo de Cristo [7], en una comunidad solidaria con todos sus miembros. En cambio, el relato del mercado pretende hacer creer que la persecución individual del propio interés revertirá milagrosamente en el beneficio de todos (¿chorreo?), que las necesidades del hambriento serán atendidas por el cuidado providencial del mercado, una “escatología” en la que la abundancia para todos estaría a la vuelta de la esquina. Estaríamos entonces ante una especie de novela contemporánea de la multiplicación de los panes y los peces, vista al revés.

Benedicto XVI denunció en su Caritas in veritate que “el hambre causa todavía muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico epulón” (CV 27), al tiempo que anuncia que dar de comer a los que tienen hambre (cf. Mt 25, 35.37.42) es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su Fundador sobre la solidaridad y el compartir.

Viene al caso evocar el principio ético cristiano de que una economía justa debe regirse por el criterio del destino común de los bienes económicos, que deberán llegar a todos en forma equitativa, bajo la guía de la justicia y el acompañamiento de la caridad (cf. GS 69) [8]. En estos tiempos en que se habla tanto de la inclusión social, es lamentable que la sociedad se siga asemejando más a la mesa anti-eucarística del epulón (donde el pobre Lázaro tenía que contentarse con las sobras), una mesa excluyente que constituye una negación de la mesa eucarística de Jesús, donde caben todos.

La eucaristía es la anticipación de la consumación del reino de Dios, el banquete escatológico (cf. Mt 26, 29); como se recoge bellamente en la tradición: en el banquete pascual se recibe una prenda de la vida eterna (pignus futurae gloriae). En la eucaristía el reino de Dios irrumpe en la historia con un mensaje de esperanza y una exigencia de justicia: el pobre no puede esperar. Es precisamente en el misterio de la eucaristía donde encuentran su pleno sentido el anuncio y la denuncia que se orientan hacia la realización de la nueva creación y la nueva humanidad en Cristo. La praxis eucarística aparece aquí como una crítica de la idolatría del mercado que demanda el sacrificio de las víctimas [9], de los mitos del progreso, de la productividad sin límite, del lucro sin freno, que atentan contra la convivencia humana y la supervivencia planetaria. La dimensión utópica de la eucaristía rememora el dolor de los crucificados en el mundo, abre nuevas posibilidades en tiempos de crisis y detiene el avance de una economía desbocada.

La orientación escatológica de la historia que se significa en la eucaristía conecta con la clásica afirmación del concilio Vaticano II de que la espera de una tierra nueva al final de los tiempos no debe debilitar sino más bien avivar la preocupación por cultivar la tierra presente, donde va creciendo el cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo futuro (cf. GS 39) [10].

Volviendo a la encíclica del papa Benedicto, me gustaría subrayar que la búsqueda del progreso humano integral se enfrenta al desafío de la interdependencia planetaria. El Papa considera que los seres humanos tienen que ser los protagonistas, no las víctimas, de la globalización económica. Una globalización bien gestionada ofrece la posibilidad de una redistribución de la riqueza a escala planetaria, pero mal gestionada aumentará la pobreza y la desigualdad, contagiando con una crisis a todo el mundo. La globalización debe ser orientada hacia metas de humanización solidaria (cf. CV 42) [11].

3.         Brevísimas aplicaciones prácticas

Finalmente, quiero simplemente enumerar algunas aplicaciones prácticas que se derivan de lo dicho sobre las repercusiones de la eucaristía para la ética de la economía, dejando abierto el diálogo posterior.

a) La globalización económica favorece el acceso del país a nuevas tecnologías, mercados y finanzas. No obstante, conlleva el peligro de la productividad sin límite y el lucro sin freno. La indiferencia ante los efectos de la contaminación sobre las personas a raíz de la explotación minera en La Oroya y el intento del Gobierno de facilitar la venta de tierras comunales para incentivar la inversión privada sin consulta a las comunidades nativas, son ejemplos de que muchas veces en el Perú los derechos de las personas, los pueblos y las culturas son subordinados a los intereses de las empresas transnacionales. La Iglesia está desafiada a elevar su voz en diferentes instancias de la vida pública para abogar por una regulación ética de la actividad económica en el país [12].

b) El crecimiento económico en el Perú ha sido positivo en los últimos años. Sin embargo, su ambigüedad radica en que el país adolece de una deficiente distribución de la riqueza, de modo que el crecimiento económico no se traduce en desarrollo humano. Los viajes a Miami por el fin de semana, la proliferación de nuevos centros comerciales o la construcción de más edificios en Lima, contrastan con las viviendas precarias en los márgenes de la ciudad, el endeudamiento de quienes apenas reciben un salario mínimo o la pobreza extrema de un amplio sector de la población. Vivimos en un siglo fascinante y cruel, ¿fascinante para quién? y ¿cruel para quién? La Iglesia está desafiada a exigir la búsqueda de una economía más justa en solidaridad con los más pobres.

c) La mundialización de la economía ha agudizado la escandalosa injusticia que sufren los pobres, los excluidos y las víctimas. Esto se refleja en el círculo vicioso de la pobreza: Los niños de las familias más pobres tienen una mala alimentación y una débil salud, el apremio económico hace que obtengan un nivel de educación poco competitivo y que salgan rápidamente en busca de trabajo, de modo que siendo jóvenes tendrán que conformarse con empleos de baja especialización y de pésima remuneración. Así se van dando las condiciones que perpetúan la situación de pobreza entre las generaciones. La Iglesia está desafiada a trabajar por la promoción humana a través de iniciativas locales, nacionales y mundiales que ayuden a salir del círculo de la pobreza.

Ahora permítanme concluir con una referencia al Documento de Aparecida, que a mi entender apunta bien al desafío ético fundamental en el ámbito de la economía. Los obispos declararon: “La globalización, tal y como está configurada actualmente, no es capaz de interpretar y reaccionar en función de valores objetivos que se encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más importante de la vida humana: la verdad, la justicia, el amor y, muy especialmente, la dignidad y los derechos de todos, incluso de aquellos que viven al margen del propio mercado” (n. 61). ¡Qué bien dicho!



[1] Pienso en quienes a partir de la centralidad del amor al prójimo postulan una ética sin teología, como una ética sin trascendencia que termina siendo un cristianismo sin Dios (Cf. J. A. Estrada, Por una ética sin teología. Habermas como filósofo de la religión, Madrid, Trotta, 2004).
[2] La distinción entre “ética de máximos” y “ética de mínimos” no coincide necesariamente con la distinción entre “ética para la vida privada” y “ética para la vida pública”, como tampoco con la distinción entre “ética religiosa” y “ética secular, civil o laica”.
[3] Estos temas se pueden consultar en: A. Cortina, Ética civil y religión, Madrid, PPC, 1995. M. Vidal, La ética civil y la moral cristiana, Madrid, San Pablo, 1995. C. Gómez Sánchez, Ética y religión. Una relación problemática, Santander, Sal Terrae, 1995.
[4] J. Gómez Caffarena, ¿Qué aporta el cristianismo a la ética?, Madrid, Fundación Santa María, 1991, p. 51s.
[5] Cf. W. T. Cavanaugh, “Consumo, mercado y eucaristía”, en Concilium 310 (Abril 2005), pp. 101ss. El relato del mercado encarna una visión fundamentalmente individualista de la persona, donde la condición ordinaria para la comunicación de bienes se realiza por medio del comercio, a diferencia del relato de la eucaristía donde la abundancia del amor de Dios orienta a la persona a la solidaridad, donde el don relativiza los límites entre lo tuyo y lo mío.
[6] Benedicto XVI subrayó que el válido mensaje central de la encíclica Populorum progressio de Pablo VI (1967) radica en que el auténtico desarrollo humano debe ser integral: debe promover el desarrollo de todo el ser humano y de todos los seres humanos (cf. CV 18).
[7] San Agustín escucha la voz de Dios: “Yo soy el alimento de los que son ya grandes y robustos: crece, y entonces te serviré de alimento. Pero no me transformarás a mí en ti, como el alimento que come tu carne, sino que tú te transformarás en lo que yo soy” (Confesiones VII, 16).
[8] Cf. J. I. Calleja, Moral social samaritana. Vol. I. Fundamentos y nociones de ética económica cristiana, Madrid, PPC, 2004, pp. 120ss.
[9] Como se sabe, hablando de Dios y del dinero Jesús dice que no se puede servir a dos señores; adviértase que Jesús no habla solo de creer en dos señores, sino de servir a dos señores, porque la idolatría de la codicia hace que la persona se someta al poder del dinero.
[10] En seguida dice: “Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios” (GS 39).
[11] Con audacia Benedicto XVI habló de la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional (cf. CV 67).
[12] Cabe destacar aquí el hecho de que los obispos de la Amazonía peruana se hayan pronunciado sobre la problemática de los nativos y de su tierra, así como lo hiciera el arzobispo de Huancayo ante el tema de la contaminación en La Oroya.

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