La misericordia del papa Francisco [1]
Un enfoque pragmático
Raúl Pariamachi ss.cc.
“La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”
(Papa Francisco, Misericordiae
vultus 10)
El asunto
que se me ha propuesto gira en torno a la misericordia en el magisterio del
papa Francisco. Mi acercamiento al tema no será conceptual, sino desde un
enfoque pragmático; es decir, no me detendré aquí a explicar en qué consiste la
misericordia en la enseñanza del Papa, sino que más bien trataré de mostrar las
consecuencias prácticas (doctrinales y pastorales) de la misericordia como
principio clave de su magisterio. Me concentraré en la Exhortación Evangelii gaudium (EG), la Encíclica Laudato si’ (LS) y la Exhortación Amoris laetitia (AL).
1. Exhortación Evangelii gaudium
El primer
número de la EG ofrece la clave de su lectura. El Papa dice que quiere
dirigirse a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa
evangelizadora marcada por la alegría e indicar caminos para la marcha de la
Iglesia en los próximos años. Esto implica que el documento tiene una doble
finalidad: reflexiva y programática. De modo que leer la EG solo desde su
aspecto reflexivo sería perder de vista que el Papa presenta una serie de
principios, criterios y aplicaciones para la marcha de la Iglesia. Justamente
este enfoque deja apreciar el lugar de la misericordia en su programa.
a) Los límites humanos
Francisco
hace un llamado a la transformación de la Iglesia a partir de la imagen de una
Iglesia en salida misionera; al respecto, recoge el tema de la conversión
pastoral de la que se habló en Aparecida (cf. 365-372). La comunicación del
Evangelio se realiza desde el corazón del mensaje de Jesús: “En este núcleo
fundamental lo que resplandece es la
belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y
resucitado” (EG 36). Quisiera detenerme ahora en lo que dice el Papa a
propósito del hecho de que la misión se encarna en los límites humanos (cf. EG
40-45).
El Papa
parte del principio de que la Iglesia necesita crecer en su interpretación de
la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad. Los cambios culturales
exigen que se preste atención al desafío de expresar las verdades de siempre en
un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Y sostiene: “A veces,
escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben,
debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al
verdadero Evangelio de Jesucristo” (EG 41). Francisco no se refiere solo a la
doctrina, sino también a las costumbres y a las normas (cf. EG 43). Dice que en
su constante discernimiento, la Iglesia puede llegar a reconocer costumbres
propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas arraigadas en
el tiempo pero que no prestan el mismo servicio de antes. De modo parecido,
existen normas que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ahora
ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces para la vida.
En este
contexto el Papa se refiere a que santo Tomás de Aquino destacaba que los
preceptos dados por Cristo y por los Apóstoles al Pueblo de Dios “son
poquísimos”; citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos
posteriormente por la Iglesia deberían exigirse con moderación “para no hacer
pesada la vida a los fieles” y convertir nuestra religión en una esclavitud, siendo
que “la misericordia de Dios quiso que fuera libre” (Suma teológica I-II, q. 107, art. 4). Francisco dice que esta
advertencia tiene una enorme actualidad: “Debería ser uno de los criterios a
considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación
que permita realmente llegar a todos” (EG 43). La misericordia aparece aquí
como un criterio para el cambio en la Iglesia, que explica lo dicho sobre la
doctrina, las costumbres y las normas.
El papa
Francisco habla también de los límites de las circunstancias personales. Al
respecto, pide a los pastores que no olviden que la imputabilidad y la
responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas o suprimidas por una
serie de condicionantes (cf. Catecismo de
la Iglesia Católica 1735). Por lo tanto –dice el Papa–, “sin disminuir el
valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las
etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a
día” (EG 44); con una notable sensibilidad pastoral pide que se considere que
un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a
Dios que la vida exteriormente correcta de una persona que vive sin enfrentar graves
dificultades.
Esta vez
aparece la misericordia como un criterio del acompañamiento pastoral de las
personas. Esto se refuerza cuando Francisco en seguida recuerda a los
sacerdotes que el confesionario no es una sala de torturas sino el lugar de la
misericordia de Dios que estimula a hacer el bien posible (cf. EG 44); un poco
más adelante dirá también que la Eucaristía no es un premio para los perfectos,
sino un remedio y un alimento para los débiles (cf. EG 47). El carácter
programático de lo expuesto hasta aquí reaparecerá en la Exhortación Amoris laetitia más adelante.
b) El clamor de los pobres
En el
capítulo dedicado a la dimensión social de la evangelización, el Papa dice que
la Iglesia escucha el clamor por la justicia porque está guiada por el Evangelio
de la misericordia (cf. EG 188). Más adelante añade: “El imperativo de escuchar
el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las
entrañas ante el dolor ajeno” (EG 193). Es inevitable asociar este
estremecimiento de las entrañas tanto con el rahamim hebreo como con el splágjna
griego de la Biblia, sobre todo cuando san Lucas lo aplica a Jesús, al buen
samaritano o al padre compasivo.
En un hermoso
texto Francisco evoca que cuando el apóstol san Pablo se acercó a los Apóstoles
de Jerusalén para discernir “si corría o había corrido en vano”, el criterio
clave de autenticidad que recibió fue “que no se olvidara de los pobres” (cf. Ga
2, 10). El Papa comenta que este criterio estaba orientado a que las
comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo individualista de los
paganos y que ahora tiene una enorme actualidad, cuando tiende a desarrollarse
un nuevo paganismo individualista (quizás en una alusión a nuevas formas de
religiosidad, espiritualidad o misticismo que se centran exclusivamente en el “bienestar”).
Francisco afirma que la belleza misma del Evangelio no siempre puede ser
adecuadamente manifestada por nosotros, pero existe un signo que jamás debe
faltar: la opción por los últimos (cf. EG 195).
Cabe
recordar que el propio papa Francisco contó a los periodistas que cuando la
votación en el cónclave estaba alcanzando los dos tercios requeridos para su
elección y se escucharon los aplausos, el cardenal Claudio Humess se le acercó,
lo abrazó, lo besó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Entonces estas
palabras entraron en su mente y en su corazón. Le vino el nombre de san Francisco
de Asís, el hombre de la pobreza, de la paz, de la custodia de la creación. Y mientras
relataba estos hechos el Papa exclamó: “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para
los pobres!”.
2. Encíclica Laudato si’
En la
introducción el papa Francisco dice que no quiere desarrollar esta encíclica
sin acudir a un bello modelo que puede motivarnos, porque san Francisco de Asís
es el ejemplo por excelencia de una ecología integral: manifestó una atención
particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres (cf. LS 10). San Francisco
de Asís entraba en comunicación con todo lo creado, siendo su reacción más que
una valoración intelectual o un cálculo económico, dado que estaba unido con
lazos de cariño a cualquier criatura. El Papa cita a san Buenaventura, quien
escribió que el Santo de Asís “lleno de la mayor ternura al considerar el
origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más
despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas” (Leyenda mayor VIII, 6) [2].
Me parece importante subrayar aquí que el papa Francisco diga que esta
convicción no puede ser despreciada, porque tiene consecuencias en las opciones
que determinan el comportamiento de los seres humanos (cf. LS 11).
Un eje que
atraviesa la Encíclica es la conexión del problema natural-ambiental con el
problema humano-social, particularmente con la situación de los pobres. Se
trata de “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”
(LS 49). De esta manera se evoca el estremecimiento de las entrañas que permite
prestar atención al grito de la tierra y de los pobres.
El Papa aclara
que quiere mostrar que las convicciones de la fe ofrecen grandes motivaciones
para el cuidado de la naturaleza y de los humanos (cf. LS 64). De hecho, en diferentes
pasajes de la Encíclica se ubican las referencias a la ternura, la compasión y
el cuidado. Al respecto, cabe destacar el sugerente capítulo final donde
Francisco trata sobre la educación ecológica. En efecto, se propone una
educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente. Esta educación no
se remite solo a la información científica y la prevención ambiental, sino que se
orienta a la crítica a los “mitos” de la modernidad y a recuperar los distintos
niveles del equilibrio ecológico. El papa Francisco considera la necesidad de
replantear los itinerarios pedagógicos de la ética ecológica, de modo que se haga
posible un “cuidado basado en la compasión” (LS 210). La compasión aparece entonces
como el fundamento de la acción que custodia la creación, una educación que no
se limita a entregar información sino que desarrolla hábitos.
3. Exhortación Amoris laetitia
Una vez más
resulta conveniente fijarse en la introducción de estos documentos. No es
casual que el papa Francisco escriba aquí que la Exhortación adquiere un
sentido especial en el contexto de este Año de la Misericordia, porque es una
propuesta para (1) estimular a las familias a apreciar sus dones, sostener el
amor y vivir los valores, como la generosidad, el compromiso y la fidelidad; y (2)
alentar a todos para que sean signos de misericordia donde la vida familiar no
se realiza perfectamente (cf. AL 5). Veamos cómo la misericordia está estrechamente
vinculada a ambos aspectos.
a) El amor misericordioso
En el
primer caso debemos destacar que el papa Francisco remita reiteradamente a los
diferentes rostros del amor cuando habla de la familia, los esposos y los
hijos. El amor del matrimonio es visto en términos de amistad conyugal,
mostrando que la unión de los esposos tiene las características de una buena
amistad; entre estas características se menciona la búsqueda del bien del otro
(cf. AL 123). Un poco después añade que en una sociedad donde se tiende a que
todo esté para ser comprado, poseído y consumido, aparece la ternura como la
manifestación del amor que se libera del deseo de la posesión egoísta: “El amor
al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y sagrado de su ser
personal, que existe más allá de mis necesidades” (AL 127).
El Papa
explica que el amor conyugal no se agota dentro de la pareja, sino que se
prolonga en los hijos, de tal modo que la familia se convierte en el espacio no
solo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de
Dios; por tanto, aquí se enfatiza la dimensión gratuita del amor que jamás deja
de sorprender: “Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes
de que lleguen” (AL 166).
Viene al
caso señalar que además Francisco insiste mucho en la educación de los hijos,
planteando de modo provocador el tema del desarrollo moral y la formación
ética. En esta línea, recuerda que la familia es el ámbito de la socialización
primaria, en tanto que es el lugar donde el niño aprende a colocarse frente al
otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir,
“es una educación para saber “habitar”, más allá de los límites de la propia
casa” (AL 276). Por supuesto el hogar es también el lugar de la transmisión de
la fe cristiana, de tal manera que la familia se convierte en sujeto de la
acción pastoral, de la solidaridad con los pobres o la custodia de la creación,
a partir de la práctica de la misericordia en sus variadas formas (cf. AL 290).
b) La misericordia pastoral
En el
segundo caso es preciso fijarse en que un eje transversal de la Exhortación es
el cuidado pastoral en términos de integración, acompañamiento y
discernimiento. En el capítulo que presenta perspectivas pastorales, el papa
Francisco habla de acompañar después de las rupturas a los separados, los
divorciados y los abandonados; por ejemplo, dice que es importante hacer sentir
a las personas divorciadas que viven en nueva unión, que “no están
excomulgadas” (AL 243). Sin embargo, para apreciar mejor el papel de la
misericordia en el magisterio de Francisco, resultará ilustrativo detenerse en
el capítulo octavo, donde se refiere al discernimiento en las situaciones así
llamadas “irregulares”, a partir de la lógica de la misericordia pastoral (cf.
AL 291-312).
La
comprensión del referido capítulo pasa por reconocer sus antecedentes en la
Relación Final de Sínodo de los Obispos sobre la Familia (2015), especialmente
en sus números 84, 85 y 86, que serán retomados en los números 299 y 300 de la
Exhortación. Me parece que los principales elementos son el criterio de la
integración como clave del acompañamiento, el discernimiento de las formas de
exclusión que deben ser superadas en la Iglesia, la distinción entre los
diferentes casos (se remite a la Familiaris
consortio 84), la atención a las enseñanzas de la Iglesia y a las
orientaciones del Obispo, el hecho de que la imputabilidad y la responsabilidad
de una acción pueden quedar disminuidas o suprimidas a causa de diferentes factores
(se remite al Catecismo de la Iglesia Católica 1735) y la consideración de que
el discernimiento no puede prescindir de las exigencias de verdad y de caridad
del Evangelio. Por su parte, el papa Francisco pondrá el énfasis en la reflexión
de la Iglesia sobre los condicionamientos atenuantes.
Por
supuesto, una comprensión exacta del razonamiento papal exige la lectura atenta
de todo el capítulo. No obstante, aquí será suficiente con prestar atención
cuando, dirigiéndose especialmente a los pastores, dice que “a causa de los
condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una
situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo
sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también
se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la
ayuda de la Iglesia” (AL 305). En la nota a pie de página, precisa que, en
ciertos casos, “podría ser también la ayuda de los sacramentos” (AL nota 351).
Es más, se refiere directamente a los sacramentos de la Reconciliación y de la
Eucaristía (repite lo dicho en la EG 44 y 47).
El Papa
advierte que para evitar cualquier interpretación desviada, recuerda que de
ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del
matrimonio; pero, al mismo tiempo, insiste en que se debe acompañar con
misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que
se van construyendo día a día (cf. AL 308). Cuando los pastores proponen el
ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia a los fieles, deben
ayudarles también a asumir “la lógica de la compasión” (AL 308) con los
frágiles, evitando persecuciones o juicios severísimos. De manera brillante
Francisco escribe que “esto nos otorga un marco y un clima que nos impide
desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas delicados, y
nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor
misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a
esperar, y sobre todo a integrar” (AL 312). ¡La práctica de la misericordia en
toda su potencia!
Las
orientaciones del papa Francisco están siendo asumidas por algunos obispos. Es
el caso de los obispos de la Región Pastoral de Buenos Aires [3],
quienes han publicado sus “Criterios básicos para la aplicación del capítulo VIII
de Amoris laetitia”, sin dejar dudas
de que en determinados casos la Exhortación “abre la posibilidad del acceso a
los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía” (Punto n. 5). El hecho es
que el Papa está desplegando las consecuencias prácticas –cosa que he tratado
de mostrar aquí– del principio de que la lógica de la compasión debe predominar
en la Iglesia, para “realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos
viven en las más contradictorias periferias existenciales [Misericordiae vultus 15]” (AL 312).
[1] Ponencia en la Semana de Estudios Vicentinos (5 de
septiembre del 2016).
[2] El lugar de la misericordia es clave en la vida de
san Francisco. Las referencias son muchas y diversas, basta recordar lo que dice
en su testamento espiritual sobre el origen de su conversión: “El Señor me dio
de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en
efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor
mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y,
al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en
dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y
salí del siglo” (Testamento 1-3).
[3] Esta publicación se realizó el mismo día de mi
exposición, por lo que el dato ha sido agregado para este artículo; en
referencia a este documento, el papa Francisco ha escrito que “no hay otras
interpretaciones” (cf. L’Osservatore Romano,
12-13 settembre 2016, p. 7).
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