Cuestiones de hermenéutica
Raúl Pariamachi ss.cc.
La
celebración de los 50 años de la clausura del concilio ecuménico Vaticano II es
una oportunidad para preguntarnos por el modo correcto de comprender este
evento. Partiré de un discurso del papa Benedicto XVI que revela el problema
hermenéutico del Concilio. En la parte principal presentaré algunas cuestiones
que –a mi entender– tienen que discutirse al momento de interpretar el Vaticano
II, sin pretender llegar a respuestas cerradas. Finalmente, esbozaré algunas
conclusiones que van a dejar abierto el diálogo. Pretendo trazar un mapa
hermenéutico para moverse en el tema.
1. El problema
hermenéutico
El
problema hermenéutico conciliar nació con el propio Vaticano II. Al respecto,
es sintomático que a los meses de su clausura, la Congregación para la Doctrina
de la Fe advirtiera sobre los abusos en la interpretación de la doctrina del
Concilio [1].
En
el Sínodo de los Obispos de 1985, congregado por los 20 años de la clausura del
Vaticano II, se subrayó que en la recepción del Concilio hubo luces y sombras [2].
Por una parte, se destacaba que muchísimos fieles recibieran el Concilio con
fervor de alma. Por otra parte, se lamentaba la lectura parcial que algunos hacían
del Concilio, así como la interpretación superficial de su doctrina en diferentes
sentidos.
En
su primer discurso navideño a la curia romana, el papa Benedicto XVI aludió a
la conmemoración de los 40 años de la clausura del concilio Vaticano II [3].
Señaló que en muchas partes de la Iglesia la recepción del Concilio se había
hecho de modo difícil [4]. El
problema radicaría en la interpretación del Vaticano II, al punto de haberse
entablado una lucha entre hermenéuticas contrarias:
“Por una parte
existe una interpretación que podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad
y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de
comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte,
está la “hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la continuidad
del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en
el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto
del pueblo de Dios en camino” [5].
El
Papa indica que la hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar
en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar. Explica que esta
posición contrapone los textos y el espíritu del Concilio. Los textos como
tales no serían todavía la auténtica expresión del espíritu, sino el resultado
de “componendas” (concesiones que se hicieron para lograr la unanimidad, a
cambio de reconfirmar cosas antiguas inútiles). En estas componendas no se
reflejaría el espíritu del Concilio, sino solo en los impulsos hacia lo nuevo
que subyacen en los textos. Benedicto XVI aclara que el problema radica en que así
queda un amplio margen para la respuesta acerca de cómo se define entonces “el verdadero
espíritu”, dejando espacio a posturas arbitrarias.
La
hermenéutica de la reforma encuentra su sentido en los discursos conciliares de
Juan XXIII en la apertura (11.10.1962) y de Pablo VI en la clausura
(07.12.1965). El Papa explica que esta hermenéutica se expresa de modo
inequívoco cuando Juan XXIII dice que el Concilio quiere transmitir la
doctrina, sabiendo que la tarea no consiste solo en guardar este tesoro
–preocupados solo por la antigüedad–, sino también en dedicarse a estudiar lo
que exige nuestra época (considerando que una cosa son las verdades de la fe
cristiana y otra distinta el modo de enunciarlas, pero conservando el mismo
sentido y significado). Benedicto XVI destaca que el programa propuesto es
sumamente exigente, como exigente es la síntesis de fidelidad y dinámica.
El
Papa señala que Pablo VI aludió entonces a una motivación específica por la que
la hermenéutica de la discontinuidad podría parecer convincente. Se refiere a
que el Concilio debía dedicarse especialmente al asunto de la antropología,
debía interrogarse acerca de la relación entre la Iglesia y el mundo actual, debía
determinar de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la edad moderna. Benedicto
XVI explica que el Vaticano II debía definir de modo nuevo las relaciones entre
la fe y las ciencias, entre la Iglesia y el Estado moderno y entre la fe y las
religiones; al hacer esto, el Concilio distinguió entre los principios
permanentes y las aplicaciones concretas, al punto que es adecuado hablar de un
conjunto de continuidad y discontinuidad a diferentes niveles.
2. Cuestiones a considerar
El
discurso del Papa descubre diversos aspectos de la problemática hermenéutica del
Vaticano II. Me parece necesario presentar algunas cuestiones que permitan
ubicarse en la conversación eclesial sobre la interpretación del Concilio.
2.1. La recepción con sentido
eclesial
En
principio, la interpretación del Concilio se ubica en el marco de su recepción.
En un clásico artículo Congar escribía que la recepción es “el proceso mediante el cual un cuerpo eclesial hace
verdaderamente suya una determinación que él no se ha dado a sí mismo,
reconociendo en la medida promulgada una regla que conviene a su vida” [6].
El autor precisa que la recepción no concede legitimidad a una decisión
conciliar, sino que reconoce que lo decidido responde al bien de la Iglesia. Se
podría decir que la recepción aporta la “credibilidad” a una decisión legítima.
La
recepción es una manifestación del sentido de la fe (sensus fidei) de los fieles. El Concilio enseña que la totalidad de
los fieles que tienen la unción del Santo no puede equivocarse en la fe. Es una
propiedad que se expresa en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo,
cuando desde los obispos hasta el último de los laicos muestran estar
totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral [7].
La
recepción de un concilio debe ser vista como un proceso con sentido eclesial (sentire cum Ecclesia), un camino de aceptación,
de consentimiento, de asimilación por infiltración de una determinación
doctrinal recibida de la autoridad legítima de la Iglesia (“este proceso se distingue
de la obediencia formal porque es activo y porque comporta incluso un juicio sobre
la cosa recibida” [8]). Al respecto, el Sínodo
de los Obispos (1985) sostuvo que una recepción profunda del Vaticano II exige
–entre otras tareas– conocer, asimilar y afirmar el Concilio, unirlo a la
propia vida [9].
Existe
una diversidad de opiniones sobre el proceso de recepción del Concilio [10].
Se pueden clasificar las actitudes ante el Concilio como de rechazo o de
aceptación (esta última en línea de superación o con actitud de reforma o con
nostalgia de restauración). En cualquier caso, quiero enfatizar que este
proceso de recepción es –al mismo tiempo– una interpretación de textos y un
movimiento de renovación [11].
Será
oportuno retomar parte de las conclusiones de Sesboüé sobre la recepción, con
vistas a iluminar el caso del Vaticano II. En efecto, el autor afirma que la
recepción es un acontecimiento que se inscribe dentro de una duración más o
menos larga, aunque tenga un final. Llega un momento en que un concilio se
convierte en objeto de posesión “apacible” para todos aquellos que lo han
recibido. De manera que tal concilio ya no es objeto de recepción, pero será
siempre objeto de una hermenéutica [12].
Cabe preguntarse, ¿el concilio Vaticano II continúa en estado de recepción?
2.2. El espíritu y la letra
del Concilio
Se
ha convertido en un lugar común referirse al espíritu y a la letra del Concilio.
Un principio especial de la hermenéutica de los concilios es que se debe
entender como una unidad el espíritu y la letra de un concilio: solo se puede
interpretar cada afirmación concreta teniendo presente el espíritu del conjunto;
el espíritu del todo solo se desprende de una interpretación concienzuda de
cada texto concreto [13].
“Por
consiguiente, no es posible practicar una exegesis literal y legalista de los
textos conciliares, sin dejarse empujar por el espíritu de ellos. Y tampoco se puede
acentuar entusiásticamente el llamado espíritu del concilio en detrimento de
los textos concretos que han emanado de éste. Por consiguiente, no basta una
fidelidad textual que no pase de eso. La fidelidad pura al texto llevaría a la
aporía, al callejón sin salida, pues casi siempre es posible oponer un texto a
otro. Sólo se puede averiguar el espíritu del conjunto y, con ello, el sentido
del texto concreto rastreando la historia del texto en cuestión y captando en
ella la intención del concilio, la renovación de toda la tradición, que es
tanto como decir la renovación de lo católico para nuestro tiempo” [14].
Aplicando
el principio al caso del Vaticano II quiere decir que su interpretación tiene
que considerar tanto el proceso histórico como el resultado doctrinal del
Concilio: el espíritu del
acontecimiento y la letra de los
documentos [15]. Esta relación
hermenéutica entre el acontecimiento y los documentos no es sencilla, como se
aprecia en el discurso de Benedicto XVI. Existen quienes entienden el espíritu
de modo arbitrario y practican una interpretación que fomenta la ruptura con la
tradición eclesial, pero existen también quienes manipulan la letra para
oponerse a la reforma de la Iglesia. En todo caso, parece pertinente recordar
que un especialista sobre el Concilio ha escrito que sería paradójico temer que
el reconocimiento de la importancia del Vaticano II como un acontecimiento
global pudiera restar importancia a los documentos del Concilio [16].
Una
buena expresión de este empeño hermenéutico conciliar es la publicación de la investigación
histórica dirigida por Alberigo [17],
cuyo contrapunto (espíritu-letra) sería el comentario teológico dirigido por Peter
Hünermann y Bernd-Jochen Hilberath [18];
dice el especialista Christoph Theobald que esta investigación y este
comentario introducen un giro hermenéutico en el proceso de recepción del Concilio [19].
2.3. La reforma de la Iglesia
La
interpretación del Vaticano II deberá tener en cuenta el objeto y el método del
Concilio según las orientaciones dadas por los papas Juan XXIII y Pablo VI
(recogidas en los textos conciliares), a las que subyace el binomio doctrina-pastoral,
como también la relación entre “dinámica” y “fidelidad” –en palabras de
Benedicto XVI– con miras a la reforma siempre necesaria de la Iglesia.
Para
comprender el Concilio es esencial el discurso de apertura de Juan XXIII [20].
El Papa determina que el supremo interés del Concilio es que el sagrado
depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez
más eficaz. En seguida precisa que no se trata solo de estudiar este precioso
tesoro –como si solo preocupara su antigüedad– sino también de dedicarse a la
labor que exigen estos tiempos. Por lo tanto, la tarea principal del Concilio no
es la discusión de uno u otro tema de la doctrina de la Iglesia, repitiendo la
enseñanza de los Padres y los teólogos; para esto no era necesario un Concilio,
dice el Papa. Se espera un paso adelante: la profundización y la exposición de
la doctrina según las exigencias de nuestra época, sabiendo bien que:
“Una cosa es
la substancia de la antigua doctrina, del depositum
fidei, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse
gran cuenta –con paciencia, si necesario fuese– ateniéndose a las normas y
exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral” [21].
En su discurso de clausura el papa
Pablo VI afirmaba que la antigua historia del samaritano había sido la pauta de
la espiritualidad del Concilio. En tal sentido, agregaba que la riqueza
doctrinal del Vaticano II se había volcado a servir al ser humano en todas sus
condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades. El Papa aclara
que de este modo la Iglesia ha respondido al carácter pastoral del Concilio [22].
Usando
una palabra querida por el papa Juan XXIII, se suele hablar del Concilio como
de un aggiornamento (una puesta al
día de la Iglesia) de carácter pastoral. Queda claro que el carácter pastoral
del Concilio no debe ser entendido desde la contraposición entre la pastoral y
la doctrina, en el sentido de una serie de aplicaciones prácticas que se
desprenden de principios teológicos (ambos ámbitos vistos por separado), sino más
bien desde la interrelación entre lo doctrinal y lo pastoral: la profundización
y la exposición de la doctrina que se propone el Concilio se hace desde la
perspectiva pastoral, teniendo en vistas la reforma de la Iglesia y el diálogo
con el mundo. Como señala Madrigal, aquí el magisterio pastoral significa “una
formulación positiva de la doctrina de la fe que está preocupada por buscar un
lenguaje que llegue a la gente de hoy” [23].
El
aggiornamento de la Iglesia se
realiza en la síntesis de renovación y tradición. Es indispensable reconocer
que el Concilio produjo cambios en la Iglesia, en su doctrina y su pastoral,
por lo que sí es legítimo hablar de etapa preconciliar y etapa posconciliar
(una discontinuidad dentro de la continuidad). Al mismo tiempo, es necesario
rechazar la visión del Concilio como una ruptura entre Iglesia preconciliar e
Iglesia posconciliar. Este asunto sigue en debate, aquí basta recordar que el
Concilio sacó a luz cosas nuevas de la doctrina y la tradición, de acuerdo
siempre con las antiguas [24].
2.4. El diálogo con el mundo
La
cuestión del diálogo de la Iglesia con el mundo –entablado en el Vaticano II– es
otra clave para interpretar el Concilio; como se dijo, el Concilio tenía que
determinar de un modo nuevo la relación entre la Iglesia y el mundo.
Viene
al caso fijarse en que el papa Pablo VI –en su discurso de clausura– señaló que
el Concilio había tenido vivo interés por el estudio del mundo moderno, al
punto de sugerir a algunos la sospecha de un excesivo relativismo al mundo
exterior. En seguida añade que la religión del Dios que se ha hecho humano se
ha encontrado con la religión del ser humano que se hace Dios; sin embargo, no
se ha producido un choque, sino que una simpatía ha penetrado todo: una
corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo
moderno. La Iglesia conciliar ha querido ofrecer su enseñanza sobre una serie
de puntos que comprometen la conciencia y la actividad del ser humano, adoptando
el diálogo para escuchar atentamente y hacerse entender.
“Todo esto y todo
cuanto podríamos decir sobre el valor humano del Concilio, ¿ha desviado acaso
la mente de la Iglesia en Concilio hacia la dirección antropocéntrica de la
cultura moderna? Desviado, no; vuelto, sí. Pero quien observa este prevalente
interés del Concilio por los valores humanos y temporales no puede negar que
tal interés se debe al carácter pastoral que el Concilio ha escogido como
programa y deberá reconocer que ese mismo interés no está jamás separado del
interés religioso más auténtico (…)” [25].
Se
ha sostenido que la constitución pastoral Gaudium
et spes sobre la Iglesia en el mundo actual es el paradigma de un
magisterio prevalentemente pastoral [26].
Ratzinger señaló que el documento es una especie de Antisyllabus [27].
En otra parte, el mismo autor declaró que el concilio Vaticano II tenía razón
al propiciar una revisión de las relaciones entre Iglesia y mundo, porque
existen valores que pueden hallar un lugar en la visión de la Iglesia, aunque hayan
surgido fuera de ella. No obstante, “demostraría no conocer ni a la Iglesia ni
al mundo quien pensase que estas dos realidades pueden encontrarse sin
conflicto y llegar a mezclarse sin más” [28]. En
esta línea, cabe recordar que en su discurso navideño Benedicto XVI decía que
algunos habían subestimado las tensiones interiores y las reales contradicciones
de la propia edad moderna.
Por
su parte, Kasper cree que en la hermenéutica de las aseveraciones pastorales se
debe distinguir entre la base doctrinal de obligatoriedad general, la
descripción de la situación concreta y la aplicación de los principios
generales a la situación pastoral que se ha descrito de modo concreto, admitiendo
que la Iglesia no tiene una autoridad moral o una competencia especial para
juzgar la situación concreta [29].
Se
podría concluir entonces que la reforma de la Iglesia que propone el Concilio
se realiza en un proceso de discontinuidad en la continuidad a diferentes
niveles, donde se conserva la sustancia de las verdades de la fe y se buscan
nuevas expresiones de cara a la vida de la Iglesia y a la situación del mundo;
al mismo tiempo que se distingue entre los principios permanente y las
aplicaciones concretas.
2.5. La hermenéutica del
texto conciliar
Una
última cuestión que quisiera abordar es la que se refiere en sentido estricto a
la interpretación de los documentos del Concilio, tomando como referencia un
principio del Sínodo de los Obispos de 1985:
“La interpretación
teológica de la doctrina del Concilio tiene que tener en cuenta todos los
documentos en sí mismos y en su conexión entre sí, para que de este modo sea
posible exponer cuidadosamente el sentido íntegro de todas las afirmaciones del
Concilio, las cuales frecuentemente están muy implicadas entre sí. Atribúyase
especial atención a las cuatro constituciones mayores del Concilio, que son la
clave de interpretación de los otros decretos y declaraciones” [30].
Espero
que no sea una perogrullada afirmar que los documentos del Vaticano II son “un
texto conciliar”, en el sentido de que representa el Magisterio de la Iglesia:
tiene la pretensión de ser una interpretación auténtica de la fe [31];
así mismo tenemos que decir que si bien doctrinalmente el Vaticano II se ubicó
en la línea de los anteriores concilios, no se encontró en la necesidad de
realizar marginaciones definitorias.
Parece
relevante detenerse en cinco características que determinan la forma que
confiere básicamente su identidad al corpus de los documentos del concilio Vaticano
II: (1) Los documentos presentan una reflexión fundamental sobre lo que es la
Iglesia en el mundo moderno, una reflexión teológica que debe iluminar la
orientación esencial de la Iglesia en su existencia histórica. (2) Los
documentos tratan de poner de relieve aquellos principios que han de posibilitar,
sostener y determinar la vida creyente y la convivencia en la Iglesia, con la
persona y la sociedad. (3) Los documentos presentan un género que contiene
normas que se refieren no solo al plano jurídico, sino a la fe, la esperanza y
la caridad. (4) Los documentos se presentan como una expresión del consenso
básico de la Iglesia católica, que está atestiguado por el colegio de los
obispos reunidos en concilio, con y bajo su cabeza (papa). (5) Por lo tanto,
desde el papa hasta el último de los fieles están obligados con este texto, que
se ha de cumplir y respetar [32].
Es
necesaria entonces una hermenéutica de los textos leídos de forma sincrónica en
toda su coherencia, considerando la intertextualidad (las relaciones entre los textos),
tomando en cuenta los géneros literarios, las estructuras propias, los modelos
retóricos, etc. En definitiva, “entre lo primero que se debe observar están la manera de expresarse en los
documentos y la intencionalidad del Concilio mismo” [33].
Finalmente,
considero que cualquier interpretación del concilio Vaticano II tiene que asumir
una posición con respecto a una de las críticas más reiteradas que se hacen a
los documentos del Concilio, en el sentido de que serían un “texto de
compromiso”, en el que conviven afirmaciones nuevas y valiosas con afirmaciones
inútiles y viejas, como resultado del “acuerdo” entre la mayoría progresista y
la minoría conservadora durante los trabajos conciliares; al punto que alguien
ha hablado de un pluralismo contradictorio (D. Grimm). Por supuesto, es
imposible entrar al detalle de este complicado asunto; aquí simplemente quería
dejar anotado que quien pretende hacerse una opinión del Concilio tiene
necesariamente que tomar una postura sobre esta crítica [34].
3. Algunos comentarios finales
Volviendo
al discurso navideño de Benedicto XVI, considero prudente recordar que la
recepción de un concilio casi siempre ha sido compleja. Se entiende que el Papa
ponga el acento en el peligro de una hermenéutica de la ruptura. No obstante,
al menos desde el contexto en el que escribo, es igualmente peligrosa una interpretación
equívoca que pretende atenuar (¿suprimir?) el propósito reformador del
Concilio. No pienso solo en el indiscutible caso de monseñor Lefebvre, sino en algunos
hermanos que se sienten en plena comunión con la Iglesia católica. La cita de
san Basilio que hace el Papa sobre el concilio de Nicea (nota 4), advierte que
la tergiversación de la recta doctrina de la fe puede hacerse por exceso o por
defecto.
Me
parece que, contra los excesivos y los defectuosos, muchos están apostando por
un equilibrio hermenéutico en base a la relación circular entre lo que se ha
llamado el espíritu y la letra del Concilio. No dudo de que tanto el Código de
Derecho Canónico (1983) como el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) sean
una expresión autorizada del espíritu y la letra del Concilio. Sin embargo, es
bueno subrayar que de ningún modo sustituyen el valor teológico de un acceso
directo a los documentos y al acontecimiento del Vaticano II como un nuevo
pentecostés para la Iglesia.
Con
la lucidez que le distingue, el Papa no ha contrapuesto a la hermenéutica de la
discontinuidad y la ruptura, una hermenéutica de la mera continuidad, sino más
bien una hermenéutica de la reforma: de la renovación dentro de la continuidad
de la Iglesia. El ejercicio de releer los textos conciliares deja la sensación
de que todavía falta mucho que hacer por la reforma de la Iglesia que estimuló
el Concilio. Me refiero a la reforma tanto en las actitudes de las personas
como en el funcionamiento de las instituciones en la Iglesia católica:
conversión pastoral con cambios estructurales.
Un
asunto bastante polémico del Concilio es el sentido, los alcances y los límites
del diálogo que entabló la Iglesia con el mundo moderno. Es claro que el mundo
actual es distinto del de hace 50 años. Siempre será un riesgo pecar de
ingenuidad (este mundo es lo mejor) o de temor al mundo (ataquemos o
escapemos). Lo importante es aprender a ubicarse en la sociedad como lo hizo el
Concilio, con empatía cristiana, en actitud de escucha y de diálogo, sin renunciar
a la crítica y la autocrítica (estamos “en el mundo”) que ciertamente vienen
exigidas por la fidelidad al Evangelio.
La
verdad es que estoy cada vez más convencido de que para entender la Iglesia del
siglo XXI (con sus luces y sombras) es conveniente conocer el concilio Vaticano
II. Por supuesto, no se trata de “absolutizar” el Concilio, sino de apreciarlo
bien en toda su trascendencia para la vida de la Iglesia. En mi opinión, el
Vaticano II es un “modelo” de cómo la Iglesia se auto-comprendió al nivel ad intra (hacia adentro) y al nivel ad extra (hacia afuera), en diálogo con
el mundo: Iglesia, ¿qué dices de ti misma? Por lo tanto, volver la mirada al
pasado puede ayudarnos a construir el presente y abrirnos al futuro. Después de
todo, como dijera el recordado papa Juan XXIII en su discurso de apertura: la
historia sigue siendo la maestra de la vida.
[1] Cf. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Carta a
los presidentes de las conferencias episcopales sobre los abusos en la
interpretación de los decretos del concilio Vaticano II (24 de julio de
1966).
[2] Cf. II Asamblea
Extraordinaria del Sínodo de los Obispos (1985), Relación final, I. 2-4.
[3] Cf. Benedicto
XVI, A la curia romana con motivo
de las felicitaciones navideñas (22.12.05).
[4] Remite a la descripción de san Basilio
después del concilio de Nicea (325): “El grito ronco de los que por la
discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido
confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia,
tergiversando, por exceso o por defecto,
la recta doctrina de la fe…” [el subrayado es mío] (ibid.); aunque aclara que no intenta aplicar esta descripción al
posconcilio, dice que refleja algo de lo que ha pasado.
[5] Ibid.
[6] Yves Congar,
“La recepción como realidad eclesiológica”, en Concilium 77 (1972), p. 58. Se pueden revisar otras definiciones de
“recepción” en Bernard Sesboüé, El magisterio a examen. Autoridad, verdad y
libertad en la Iglesia, Bilbao, Mensajero, 2004, pp. 80-82.
[7] Cf. Concilio
ecuménico Vaticano II, Lumen
gentium, n. 12. F. A. Sullivan distingue entre el sensus fidei (el sentido de la fe como la cualidad subjetiva del
que cree), el sensus fidelium (el
sentido de los fieles como el significado objetivo de lo que se cree) y el consensus fidelium o el sensus Ecclesia (el elemento de consenso
universal). Cf. Franco Ardusso, Magisterio eclesial. El servicio de la
Palabra, Madrid, San Pablo, 1998, p. 63.
[8] Sesboüé,
o.c., p. 80.
[9] Cf. II Asamblea
Extraordinaria del Sínodo de los Obispos (1985), Relación final, I. 5.
[10] Leer una buena síntesis hasta 1990 en Casiano
Floristán, Vaticano II. Un concilio pastoral, Salamanca, Sígueme, 1990, pp.
151-161.
[11] Cf. Hermann J. Pottmeyer, “Hacia una nueva fase de recepción del Vaticano
II. Veinte años de hermenéutica del Concilio”, en Giuseppe Alberigo y Jean-Pierre Jossua (eds.), La recepción del Vaticano II, Madrid, Cristiandad, 1987, pp. 49ss.
[12] Cf. Sesboüé, o.c., p. 117.
[13] Cf. Walter Kasper, Teología e
Iglesia, Barcelona, Herder, 1989, p. 409 (Véase el capítulo 4 sobre la
hermenéutica de las aseveraciones del Concilio).
[14] Ibid.,
409.
[15] Cabe aclarar que el “espíritu”
como “acontecimiento” considera los antecedentes, el anuncio, la antepreparación, la
convocatoria, la preparación, la apertura, los cuatro períodos y la clausura, así
como las intervenciones de los papas, la participación de los padres, las
acciones de la curia, las deliberaciones en las sesiones, el trabajo de las
comisiones, la asistencia de los observadores, los oyentes y los expertos (teólogos), el impacto en la Iglesia y en el mundo, etc.
[16] Cf. Giuseppe Alberigo, “La transición hacia una nueva era”, en Giuseppe Alberigo (dir.), Historia del concilio Vaticano II. Vol. V. Un Concilio de transición. El cuarto período y la conclusión del
Concilio, Salamanca, Sígueme, 2008, p. 569.
[17] Cf. Giuseppe Alberigo (dir.), Historia
del concilio Vaticano II, I-V, Salamanca, Sígueme, 1999-2008. Véase la
reacción crítica de Agostino Marchetto,
El concilio ecuménico Vaticano II.
Contrapunto para su historia, Valencia, Edicep, 2008.
[18] Trabajo concluido el 2005 pero todavía no
traducido del alemán.
[19] Citado por Santiago Madrigal, Unas lecciones sobre el Vaticano II y su legado, Madrid, San Pablo,
2012, p. 155.
[20] Cf. Vicente Botella, El Vaticano
II ante el reto del tercer milenio. Hermenéutica y teología, Salamanca, San
Esteban, 1999,
pp. 104-112. El discurso sería clave hermenéutica del Concilio, una llave
maestra para abrir la puerta principal del edifico conciliar –dice el autor–.
[21] Juan
XXIII, Discurso en la solemne
apertura del concilio Vaticano II (11.10.62). Escribe que en nuestros
tiempos la Iglesia “quiere venir al encuentro de las necesidades actuales,
mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas”.
[22] Cf. Pablo VI, Discurso en la última sesión
pública del concilio Vaticano II (07.12.65).
[23] Madrigal,
o.c., p. 171. El autor insiste en que esta aplicación del principio pastoral
significa tener a la vista a los destinatarios del mensaje.
[24] Cf. Concilio
ecuménico Vaticano II, Dignitatis
humanae, n. 1.
[25] Pablo
VI, Discurso en la última sesión
pública del concilio Vaticano II (07.12.65).
[26] Cf. Madrigal,
o.c., p. 182.
[27] Cf. Joseph Ratzinger, Teoría de
los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental,
Barcelona, Herder, 1985, p. 457 (Syllabus
es la denominación de una recopilación de ochenta proposiciones condenadas por
la Iglesia en el siglo XIX).
[28] Joseph Ratzinger,
Informe sobre la fe, Madrid, BAC,
1985, p. 42. Al parecer, esta visión de Ratzinger respondería a su impresión de
que –después de veinte años del Vaticano II– la Iglesia se resiente de las
exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo.
[29] Cf. Kasper, o.c., p. 412. Esto
se aplicaría particularmente para la Gaudium
et spes.
[30] II Asamblea
Extraordinaria del Sínodo de los Obispos (1985), Relación final, I. 5.
[31] Cf. Peter Hünermann,
“El ‘texto’ pasado por alto. Sobre la hermenéutica del concilio Vaticano II”,
en Concilium 312 (2005), pp. 147ss.
[32] Cf. Ibid.,
pp. 150-153.
[33] Eduardo Arens,
“Vaticano II desde la hermenéutica. Algunas dimensiones epistemológicas
indispensables”, en Pastores 22
(2012), p. 183.
[34] Únicamente a modo de referencia quiero decir que me parece
bastante equilibrada la posición de Peter Hünermann al respecto: cf. a.c., pp. 155ss. (donde el autor
ejemplifica su posición con la cuestión de la colegialidad de los obispos y el
poder primacial del papa).
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