La tendencia comunitaria en la vida
religiosa
Raúl Pariamachi ss.cc.
En el
equipo teológico de la Confer nos hemos preguntado por las tendencias de la vida religiosa en el Perú. Cuando
hablamos de “tendencias” estamos pensando en las expectativas y las iniciativas
–de las congregaciones– que van orientadas hacia un valor; atendemos más a las prácticas
visibles que a los ideales en sí mismos. Habrá que añadir que una tendencia
positiva es también una reacción a una tendencia negativa.
Entre las
fuerzas congregacionales hemos mencionado la tendencia comunitaria, que dinamiza
la vida religiosa. No es fácil sistematizar la tendencia comunitaria, porque
esta atraviesa los niveles locales, provinciales y generales, al mismo tiempo
que influye en las comunidades locales entendidas como orantes, fraternas y
apostólicas; además de que determina la práctica de la castidad, la pobreza y
la obediencia.
En la
presentación de la tendencia comunitaria hablaré por experiencia propia y
ajena. La experiencia propia se basa en mi servicio como provincial de mi
congregación en el Perú en los últimos nueve años. La experiencia ajena se
refiere a mis contactos con religiosos y religiosas de diversas congregaciones
dentro y fuera del país. Por supuesto, nada de lo dicho significa que mis
palabras tengan un valor indiscutible.
1. Los niveles de la vida en común
Vamos a
empezar con una vista a la tendencia comunitaria en los niveles locales,
provinciales y generales, tratando de decir algo sobre las tendencias positiva
y negativa con respecto a la vida en común.
1.1. El nivel local
La
tendencia comunitaria se hace más visible en el nivel local, además de que es
el lugar en el que más nos movemos y el que más nos afecta para bien o para
mal. Cada vez más congregaciones toman decisiones para tener estructuras
comunitarias mínimas, comenzando porque en una misma casa vivan al menos tres
hermanos o hermanas. Este principio de realidad tan sencillo ha costado mucho,
dado que en la mayoría de los casos ha supuesto cerrar otra casa y otra obra. Ha
sido más difícil todavía cuando se ha tenido que dejar una presencia de
inserción o de periferia.
La
tendencia negativa se justifica con diferentes argumentos. Voy a repasar solo
tres. “La prioridad es la misión”: esto es cierto, pero se olvida que en la
vida religiosa el sujeto de la misión es la comunidad, somos enviados por la
comunidad y en comunidad. “Hacemos comunidad con el pueblo o con la gente”: no
cabe duda de que la comunidad es todo el pueblo de Dios a cuyo servicio
estamos, pero reconozcamos que “el pueblo” o “la gente” se pueden convertir en
un pretexto para actuar solos sin el acompañamiento de los hermanos o las hermanas
de la congregación. “El número de personas no asegura nada”: esto es cierto,
pero se olvida que para que cualquier forma de vida funcione bien es necesario
un mínimo de condiciones que la hagan viable.
La pregunta
de fondo en las congregaciones ha sido y sigue siendo: ¿es viable la vida
religiosa en comunidades locales con solo dos hermanos o hermanas, más todavía
cuando están en lugares alejados y viven en situaciones difíciles? La respuesta
depende del significado que los religiosos y las religiosas otorgan a la vida
comunitaria local. Me parece que las congregaciones que no se han atrevido a
tomar medidas para asegurar las estructuras comunitarias mínimas, en realidad tienen
una visión reducida del valor de la vida comunitaria para el presente y el
futuro de la misión profética de la vida religiosa. Espero que conforme
avancemos en esta charla podamos apreciar que no se trata solo de estar juntos
y llevarse bien, sino de la comunión en la misión.
1.2. El nivel provincial
La
tendencia comunitaria es visible también en el nivel de la provincia, región o
delegación. Un criterio creciente en las congregaciones es que las comunidades
locales y las respectivas obras no sean islas dentro de una comunidad mayor,
sino que todos se sientan responsables de todo, de algún modo y cada vez más. En
algunos casos, esto ha supuesto una suerte de reingeniería en las estructuras y
las funciones.
Lo dicho es
la reacción a la costumbre de las comunidades locales de reivindicar una mal
entendida autonomía dentro del cuerpo provincial. Como cuando la comunidad
local acumula sus excedentes económicos anuales sin ponerlos en común, haciendo
que en una provincia existan comunidades ricas y pobres; cuando un párroco
religioso aduce como pretexto su obediencia al obispo para desatender las
orientaciones de su provincia; cuando una directora religiosa apela sin razón
al cumplimiento de las normas del Estado para saltar las decisiones de su
provincia sobre el colegio.
La
tendencia comunitaria a nivel provincial se puede observar en estos hechos. La
preocupación porque en la provincia se conozca la vida de las comunidades
locales y de las obras apostólicas, sin que existan presencias intocables (de
las que no se habla en voz alta). Por supuesto, esta dinámica ha facilitado el
discernimiento a diferentes niveles sobre el presente y el futuro de las obras
apostólicas. Al mismo tiempo, se ha avanzado en el principio de la movilidad de
los religiosos y las religiosas sin que nadie se eternice en una obra (aunque
existe el peligro de pasar al otro extremo).
1.3. El nivel general
Aunque la
tendencia comunitaria a nivel general es menos tangible para algunos hermanos y
hermanas, podemos observar cómo el principio de la comunión en la misión está
marcando también las dinámicas internacionales de las congregaciones. Se habla
de “interdependencia” a nivel interprovincial, internacional o intercultural,
para superar los extremos de la dependencia y la independencia en la vida
religiosa.
La
interdependencia a nivel global depende mucho del modelo de congregación,
porque existen congregaciones más centralizadas a partir de un órgano general
de toma de decisiones y congregaciones que están organizadas como federaciones
de provincias con autonomías fuertes. De cualquier modo, se percibe la urgencia
de hacer ajustes en el modelo y en algunos casos incluso de cambiar de modelo. Resulta
evidente que el factor determinante para caminar hacia una mayor
interdependencia está siendo la disminución del número de religiosos y
religiosas en muchos países.
La
interdependencia comenzó a hacerse realidad en algunas áreas, sobre todo en la
formación, al punto que tenemos casas interprovinciales de formación inicial a
nivel continental o mundial. La comunión en la misión a nivel global está
siendo complicada, particularmente en congregaciones más descentralizadas, porque
las necesidades a nivel local entran en conflicto con las necesidades a nivel
global. Finalmente, debemos sumar los procesos de reestructuración de las unidades
(provincias, regiones o delegaciones), que plantean serios desafíos al futuro de
las congregaciones.
2. Los ámbitos de la vida en común
A
continuación damos una mirada a la tendencia comunitaria de la vida religiosa
desde el punto de vista de las comunidades locales, a partir de una triple
caracterización de la comunidad local como orante, fraterna y apostólica.
2.1. La comunidad orante
La
tendencia comunitaria tiene consecuencias en la vida orante de las personas y las
comunidades. Las comunidades locales hacen esfuerzos para recuperar las prácticas
de la oración, la misa o el retiro en común, reconociendo que en casos extremos
se había abandonado la oración comunitaria cotidiana. En el fondo, renace la
convicción de que la oración común y la misión común se alimentan mutuamente.
La
recuperación de la oración común ha implicado sobreponerse a las múltiples
ocupaciones de los hermanos y las hermanas, admitiendo que no se trata tanto de
tiempo como de decisión (basta comprobar el tiempo que se utiliza en el
televisor o la internet). No han faltado frases como que “yo rezo con la gente”
o “yo ya tuve suficientes misas” (en el caso de los sacerdotes). Es verdad
también que mantener comunidades reducidas no favorece la oración comunitaria porque
se pierde el quórum si alguien no está, siendo una razón más para organizar comunidades
de al menos tres.
Entre los
pasos dados en las congregaciones cabe destacar la inclusión constante de la
dimensión espiritual en el proyecto anual de la comunidad local, formulando
tanto objetivos como acciones que faciliten la práctica común. Los frutos
comienzan a verse: el hábito comunitario de la oración en las mañanas y en las
noches, la voluntad creciente para reservar un tiempo para el retiro
comunitario anual, un clima espiritual que anima a las personas a abrir el
corazón a Dios y a los hermanos o las hermanas, una motivación para perseverar
en la oración personal y la lectura espiritual, etc.
2.2. La comunidad fraterna
En el
ámbito específico de la comunidad fraterna es donde se están concentrando las
fortalezas y las debilidades de la tendencia comunitaria de la que venimos
hablando. Me parece que las congregaciones han tomado consciencia de que una
tendencia liberal estaría socavando las bases de la vida religiosa, que se
manifiesta –entre otras cosas– en una excesiva relativización de la vida
comunitaria. En este sentido, vemos los esfuerzos de las congregaciones por
contar con las personas, estructuras y dinámicas que faciliten la vida
comunitaria local. He sido testigo de la preocupación por que ningún hermano o hermana
viva aislado, aunque admito que no siempre se ha tenido éxito en este intento,
un hecho que interpela gravemente a nuestra identidad religiosa.
Las
resistencias a la tendencia comunitaria local se reflejan en diferentes hechos.
En principio están nuestras propias limitaciones humanas, que tenemos que
aceptar con humildad, aunque no tienen que paralizarnos. En muchos casos, las
congregaciones que están dando pasos se enfrentan con el lastre de las
costumbres de religiosos y religiosas que han organizado su vida absolutamente
al margen de sus hermanos y hermanas de la comunidad, que han hecho de la casa
un lugar al que solo llegan a dormir. No obstante, asistimos también a un
estilo de vida que consiste en “estar sin estar”, de quienes están en casa
encerrados en sus cuartos y en sí mismos, ocupados en mil cosas que nadie sabe.
La revitalización religiosa exige una conversión comunitaria.
Las
comunidades locales se están organizando de tal modo que se hagan realidad el
encuentro humano, la comunicación interpersonal y las relaciones fraternas,
sabiendo que los procesos son lentos. Al respecto, está siendo importante
integrar los continentes y los contenidos. Por una parte, el compromiso de cada
hermano y hermana de reservar tiempo para estar en las oraciones, comidas,
reuniones, jornadas y paseos, evitando que caigan por cualquier compromiso
personal o pastoral que podría dejarse. Por otra parte, la disposición de todos
y todas para que estos espacios sean una oportunidad para hacer posibles el conocimiento
mutuo, el discernimiento compartido, la revisión comunitaria; aprendiendo a superar
evangélicamente los conflictos personales.
2.3. La comunidad apostólica
En los
capítulos de las congregaciones se evidencia cada vez más la tendencia a la
comunión en la misión, que tantas veces se traduce en el llamado al trabajo en
equipo. Mi impresión es que avanzamos lento porque los apostolados se han entendido
de modo individual, además de que tenemos situaciones diversas: en algunos
casos, la comunidad atiende una misma obra (por ejemplo, tres religiosos
trabajan en la misma parroquia); en otros casos, los miembros de la comunidad
trabajan en diferentes lugares (por ejemplo, uno en la parroquia, otro en el
colegio y otro en el hospital).
En la
búsqueda de la misión en común y el trabajo en equipo no existen recetas; sin
embargo, veo que las iniciativas en las congregaciones pasan por promover
procesos de discernimiento comunitario sobre las acciones y los criterios del
servicio apostólico. Esto implica superar la tendencia a solo distribuir las
áreas o repartir las tareas; no digo que esto sea innecesario sino que es insuficiente.
Las comunidades que están avanzando son aquellas en las que se ponen las
condiciones para que todos hagan parte del proceso de conocer, discernir,
decidir, planificar y evaluar el servicio de todos, aunque teniendo en cuenta las
distintas realidades. No basta que los miembros de la comunidad trabajen en
equipo con los laicos, sino que deben tener sus propios espacios.
En
contraste con las desventajas se apreciarán las ventajas del trabajo en equipo.
La información compartida permite que todos los miembros de la comunidad
conozcan en cierta medida lo que se hace en toda la obra apostólica: trabajos,
personas y recursos. El discernimiento, la planificación y la evaluación en
común ayudan a que los miembros de la comunidad se sientan corresponsables de
lo que se hace. La conversación sobre lo que cada uno vive y hace se convierte
en un espacio donde unos reciben luces de otros. El trabajo común –en algunos campos–
facilita que los jóvenes y los mayores aprendan unos de otros. De esta manera
se favorece la continuidad de las pastorales en el tiempo, haciendo posible los
procesos de transmisión de los servicios.
3. Los votos en la vida en común
Las
implicancias de la tendencia comunitaria en la praxis de los votos religiosos
suelen ser –por decirlo así– más “subjetivas”, aunque considero que tocan la
médula de la decisión de vivir en común el seguimiento de Jesús en castidad,
pobreza y obediencia. Al respecto, quiero decir algo breve sobre cada uno de los
consejos evangélicos; en este caso, apuntando más al sentido latente que a los
hechos visibles.
La castidad
en el celibato es un carisma personal pero no solitario, en el sentido de que
permite que un hombre o una mujer se identifiquen con Jesús –célibe por el
reino de los cielos– para poder amar con todo el corazón. La castidad tiene una
dimensión que radica en amar a los hermanos o las hermanas de la comunidad y la
congregación hasta tener un solo corazón y una sola alma, superando los lazos
que nacen de la carne y de la sangre. La castidad está en el centro de la vida en
común, porque se ha decidido amar a otros y a otras más allá del atractivo
sexual, el vínculo sanguíneo o la afinidad humana. Se lucha contra el
aislamiento, la agresividad y el resentimiento, porque Jesús no vivió el
celibato de una soltería egoísta sino de una nueva comunión.
La pobreza
evangélica permite que el religioso o la religiosa se identifiquen con Jesús
para amar con todo lo que se es, se desea y se posee. La pobreza tiene también una
dimensión que se verifica en el amor a los hermanos o las hermanas de la
comunidad y la congregación hasta tenerlo todo en común, de modo que nadie se
sienta necesitado ni llame propio a lo que es de todos. El voto de pobreza supone
entonces que abracemos la práctica de la comunidad de bienes, según el ejemplo
de Jesús y el ideal de los primeros cristianos. La pobreza religiosa interpela
a los religiosos y las religiosas que administran los bienes a su modo, a
quienes llevan una suerte de doble caja o a quienes son austeros pero manejan
solos el dinero que reciben por cualquier motivo.
La
obediencia configura al religioso o la religiosa con Jesús, obediente a Dios y
servidor de todos. Quiere decir que la obediencia tiene una dimensión que se refleja
en el amor a los hermanos o las hermanas de la comunidad y la congregación hasta
llegar a ser una auténtica comunidad de corresponsabilidad y de
interdependencia, donde todos estén comprometidos en un proyecto común. Esto
significa entonces que la comunidad del religioso o la religiosa es el sujeto
primero de la autoridad y la obediencia, dispuesta a escuchar a Dios. Se
entenderá así que el discernimiento comunitario es una mediación de la
obediencia evangélica, que no perjudica sino que más bien sitúa el lugar y el valor
de la autoridad personal que ejercen los superiores y las superioras.
Para
concluir esta sintética presentación de la tendencia comunitaria, solamente
quisiera decir que estar preocupados por la calidad de la vida religiosa no es
un pecado, si es que valoramos humildemente la forma de vida que hemos elegido;
en este sentido, tengo la convicción de que la vida comunitaria (en toda la
amplitud que hemos visto) es el primer testimonio que podemos ofrecer a la
Iglesia y al mundo.
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