domingo, 3 de mayo de 2015

La tendencia comunitaria en la vida religiosa

La tendencia comunitaria en la vida religiosa

Raúl Pariamachi ss.cc.


En el equipo teológico de la Confer nos hemos preguntado por las tendencias de la vida religiosa en el Perú. Cuando hablamos de “tendencias” estamos pensando en las expectativas y las iniciativas –de las congregaciones– que van orientadas hacia un valor; atendemos más a las prácticas visibles que a los ideales en sí mismos. Habrá que añadir que una tendencia positiva es también una reacción a una tendencia negativa.

Entre las fuerzas congregacionales hemos mencionado la tendencia comunitaria, que dinamiza la vida religiosa. No es fácil sistematizar la tendencia comunitaria, porque esta atraviesa los niveles locales, provinciales y generales, al mismo tiempo que influye en las comunidades locales entendidas como orantes, fraternas y apostólicas; además de que determina la práctica de la castidad, la pobreza y la obediencia.

En la presentación de la tendencia comunitaria hablaré por experiencia propia y ajena. La experiencia propia se basa en mi servicio como provincial de mi congregación en el Perú en los últimos nueve años. La experiencia ajena se refiere a mis contactos con religiosos y religiosas de diversas congregaciones dentro y fuera del país. Por supuesto, nada de lo dicho significa que mis palabras tengan un valor indiscutible.

1.         Los niveles de la vida en común

Vamos a empezar con una vista a la tendencia comunitaria en los niveles locales, provinciales y generales, tratando de decir algo sobre las tendencias positiva y negativa con respecto a la vida en común.

1.1.      El nivel local

La tendencia comunitaria se hace más visible en el nivel local, además de que es el lugar en el que más nos movemos y el que más nos afecta para bien o para mal. Cada vez más congregaciones toman decisiones para tener estructuras comunitarias mínimas, comenzando porque en una misma casa vivan al menos tres hermanos o hermanas. Este principio de realidad tan sencillo ha costado mucho, dado que en la mayoría de los casos ha supuesto cerrar otra casa y otra obra. Ha sido más difícil todavía cuando se ha tenido que dejar una presencia de inserción o de periferia.

La tendencia negativa se justifica con diferentes argumentos. Voy a repasar solo tres. “La prioridad es la misión”: esto es cierto, pero se olvida que en la vida religiosa el sujeto de la misión es la comunidad, somos enviados por la comunidad y en comunidad. “Hacemos comunidad con el pueblo o con la gente”: no cabe duda de que la comunidad es todo el pueblo de Dios a cuyo servicio estamos, pero reconozcamos que “el pueblo” o “la gente” se pueden convertir en un pretexto para actuar solos sin el acompañamiento de los hermanos o las hermanas de la congregación. “El número de personas no asegura nada”: esto es cierto, pero se olvida que para que cualquier forma de vida funcione bien es necesario un mínimo de condiciones que la hagan viable.

La pregunta de fondo en las congregaciones ha sido y sigue siendo: ¿es viable la vida religiosa en comunidades locales con solo dos hermanos o hermanas, más todavía cuando están en lugares alejados y viven en situaciones difíciles? La respuesta depende del significado que los religiosos y las religiosas otorgan a la vida comunitaria local. Me parece que las congregaciones que no se han atrevido a tomar medidas para asegurar las estructuras comunitarias mínimas, en realidad tienen una visión reducida del valor de la vida comunitaria para el presente y el futuro de la misión profética de la vida religiosa. Espero que conforme avancemos en esta charla podamos apreciar que no se trata solo de estar juntos y llevarse bien, sino de la comunión en la misión.

1.2.      El nivel provincial

La tendencia comunitaria es visible también en el nivel de la provincia, región o delegación. Un criterio creciente en las congregaciones es que las comunidades locales y las respectivas obras no sean islas dentro de una comunidad mayor, sino que todos se sientan responsables de todo, de algún modo y cada vez más. En algunos casos, esto ha supuesto una suerte de reingeniería en las estructuras y las funciones.

Lo dicho es la reacción a la costumbre de las comunidades locales de reivindicar una mal entendida autonomía dentro del cuerpo provincial. Como cuando la comunidad local acumula sus excedentes económicos anuales sin ponerlos en común, haciendo que en una provincia existan comunidades ricas y pobres; cuando un párroco religioso aduce como pretexto su obediencia al obispo para desatender las orientaciones de su provincia; cuando una directora religiosa apela sin razón al cumplimiento de las normas del Estado para saltar las decisiones de su provincia sobre el colegio.

La tendencia comunitaria a nivel provincial se puede observar en estos hechos. La preocupación porque en la provincia se conozca la vida de las comunidades locales y de las obras apostólicas, sin que existan presencias intocables (de las que no se habla en voz alta). Por supuesto, esta dinámica ha facilitado el discernimiento a diferentes niveles sobre el presente y el futuro de las obras apostólicas. Al mismo tiempo, se ha avanzado en el principio de la movilidad de los religiosos y las religiosas sin que nadie se eternice en una obra (aunque existe el peligro de pasar al otro extremo).

1.3.      El nivel general

Aunque la tendencia comunitaria a nivel general es menos tangible para algunos hermanos y hermanas, podemos observar cómo el principio de la comunión en la misión está marcando también las dinámicas internacionales de las congregaciones. Se habla de “interdependencia” a nivel interprovincial, internacional o intercultural, para superar los extremos de la dependencia y la independencia en la vida religiosa.

La interdependencia a nivel global depende mucho del modelo de congregación, porque existen congregaciones más centralizadas a partir de un órgano general de toma de decisiones y congregaciones que están organizadas como federaciones de provincias con autonomías fuertes. De cualquier modo, se percibe la urgencia de hacer ajustes en el modelo y en algunos casos incluso de cambiar de modelo. Resulta evidente que el factor determinante para caminar hacia una mayor interdependencia está siendo la disminución del número de religiosos y religiosas en muchos países.

La interdependencia comenzó a hacerse realidad en algunas áreas, sobre todo en la formación, al punto que tenemos casas interprovinciales de formación inicial a nivel continental o mundial. La comunión en la misión a nivel global está siendo complicada, particularmente en congregaciones más descentralizadas, porque las necesidades a nivel local entran en conflicto con las necesidades a nivel global. Finalmente, debemos sumar los procesos de reestructuración de las unidades (provincias, regiones o delegaciones), que plantean serios desafíos al futuro de las congregaciones.

2.         Los ámbitos de la vida en común

A continuación damos una mirada a la tendencia comunitaria de la vida religiosa desde el punto de vista de las comunidades locales, a partir de una triple caracterización de la comunidad local como orante, fraterna y apostólica.

2.1.      La comunidad orante

La tendencia comunitaria tiene consecuencias en la vida orante de las personas y las comunidades. Las comunidades locales hacen esfuerzos para recuperar las prácticas de la oración, la misa o el retiro en común, reconociendo que en casos extremos se había abandonado la oración comunitaria cotidiana. En el fondo, renace la convicción de que la oración común y la misión común se alimentan mutuamente.

La recuperación de la oración común ha implicado sobreponerse a las múltiples ocupaciones de los hermanos y las hermanas, admitiendo que no se trata tanto de tiempo como de decisión (basta comprobar el tiempo que se utiliza en el televisor o la internet). No han faltado frases como que “yo rezo con la gente” o “yo ya tuve suficientes misas” (en el caso de los sacerdotes). Es verdad también que mantener comunidades reducidas no favorece la oración comunitaria porque se pierde el quórum si alguien no está, siendo una razón más para organizar comunidades de al menos tres.

Entre los pasos dados en las congregaciones cabe destacar la inclusión constante de la dimensión espiritual en el proyecto anual de la comunidad local, formulando tanto objetivos como acciones que faciliten la práctica común. Los frutos comienzan a verse: el hábito comunitario de la oración en las mañanas y en las noches, la voluntad creciente para reservar un tiempo para el retiro comunitario anual, un clima espiritual que anima a las personas a abrir el corazón a Dios y a los hermanos o las hermanas, una motivación para perseverar en la oración personal y la lectura espiritual, etc.

2.2.      La comunidad fraterna

En el ámbito específico de la comunidad fraterna es donde se están concentrando las fortalezas y las debilidades de la tendencia comunitaria de la que venimos hablando. Me parece que las congregaciones han tomado consciencia de que una tendencia liberal estaría socavando las bases de la vida religiosa, que se manifiesta –entre otras cosas– en una excesiva relativización de la vida comunitaria. En este sentido, vemos los esfuerzos de las congregaciones por contar con las personas, estructuras y dinámicas que faciliten la vida comunitaria local. He sido testigo de la preocupación por que ningún hermano o hermana viva aislado, aunque admito que no siempre se ha tenido éxito en este intento, un hecho que interpela gravemente a nuestra identidad religiosa.

Las resistencias a la tendencia comunitaria local se reflejan en diferentes hechos. En principio están nuestras propias limitaciones humanas, que tenemos que aceptar con humildad, aunque no tienen que paralizarnos. En muchos casos, las congregaciones que están dando pasos se enfrentan con el lastre de las costumbres de religiosos y religiosas que han organizado su vida absolutamente al margen de sus hermanos y hermanas de la comunidad, que han hecho de la casa un lugar al que solo llegan a dormir. No obstante, asistimos también a un estilo de vida que consiste en “estar sin estar”, de quienes están en casa encerrados en sus cuartos y en sí mismos, ocupados en mil cosas que nadie sabe. La revitalización religiosa exige una conversión comunitaria.

Las comunidades locales se están organizando de tal modo que se hagan realidad el encuentro humano, la comunicación interpersonal y las relaciones fraternas, sabiendo que los procesos son lentos. Al respecto, está siendo importante integrar los continentes y los contenidos. Por una parte, el compromiso de cada hermano y hermana de reservar tiempo para estar en las oraciones, comidas, reuniones, jornadas y paseos, evitando que caigan por cualquier compromiso personal o pastoral que podría dejarse. Por otra parte, la disposición de todos y todas para que estos espacios sean una oportunidad para hacer posibles el conocimiento mutuo, el discernimiento compartido, la revisión comunitaria; aprendiendo a superar evangélicamente los conflictos personales.

2.3.      La comunidad apostólica

En los capítulos de las congregaciones se evidencia cada vez más la tendencia a la comunión en la misión, que tantas veces se traduce en el llamado al trabajo en equipo. Mi impresión es que avanzamos lento porque los apostolados se han entendido de modo individual, además de que tenemos situaciones diversas: en algunos casos, la comunidad atiende una misma obra (por ejemplo, tres religiosos trabajan en la misma parroquia); en otros casos, los miembros de la comunidad trabajan en diferentes lugares (por ejemplo, uno en la parroquia, otro en el colegio y otro en el hospital).

En la búsqueda de la misión en común y el trabajo en equipo no existen recetas; sin embargo, veo que las iniciativas en las congregaciones pasan por promover procesos de discernimiento comunitario sobre las acciones y los criterios del servicio apostólico. Esto implica superar la tendencia a solo distribuir las áreas o repartir las tareas; no digo que esto sea innecesario sino que es insuficiente. Las comunidades que están avanzando son aquellas en las que se ponen las condiciones para que todos hagan parte del proceso de conocer, discernir, decidir, planificar y evaluar el servicio de todos, aunque teniendo en cuenta las distintas realidades. No basta que los miembros de la comunidad trabajen en equipo con los laicos, sino que deben tener sus propios espacios.

En contraste con las desventajas se apreciarán las ventajas del trabajo en equipo. La información compartida permite que todos los miembros de la comunidad conozcan en cierta medida lo que se hace en toda la obra apostólica: trabajos, personas y recursos. El discernimiento, la planificación y la evaluación en común ayudan a que los miembros de la comunidad se sientan corresponsables de lo que se hace. La conversación sobre lo que cada uno vive y hace se convierte en un espacio donde unos reciben luces de otros. El trabajo común –en algunos campos– facilita que los jóvenes y los mayores aprendan unos de otros. De esta manera se favorece la continuidad de las pastorales en el tiempo, haciendo posible los procesos de transmisión de los servicios.

3.         Los votos en la vida en común

Las implicancias de la tendencia comunitaria en la praxis de los votos religiosos suelen ser –por decirlo así– más “subjetivas”, aunque considero que tocan la médula de la decisión de vivir en común el seguimiento de Jesús en castidad, pobreza y obediencia. Al respecto, quiero decir algo breve sobre cada uno de los consejos evangélicos; en este caso, apuntando más al sentido latente que a los hechos visibles.

La castidad en el celibato es un carisma personal pero no solitario, en el sentido de que permite que un hombre o una mujer se identifiquen con Jesús –célibe por el reino de los cielos– para poder amar con todo el corazón. La castidad tiene una dimensión que radica en amar a los hermanos o las hermanas de la comunidad y la congregación hasta tener un solo corazón y una sola alma, superando los lazos que nacen de la carne y de la sangre. La castidad está en el centro de la vida en común, porque se ha decidido amar a otros y a otras más allá del atractivo sexual, el vínculo sanguíneo o la afinidad humana. Se lucha contra el aislamiento, la agresividad y el resentimiento, porque Jesús no vivió el celibato de una soltería egoísta sino de una nueva comunión.

La pobreza evangélica permite que el religioso o la religiosa se identifiquen con Jesús para amar con todo lo que se es, se desea y se posee. La pobreza tiene también una dimensión que se verifica en el amor a los hermanos o las hermanas de la comunidad y la congregación hasta tenerlo todo en común, de modo que nadie se sienta necesitado ni llame propio a lo que es de todos. El voto de pobreza supone entonces que abracemos la práctica de la comunidad de bienes, según el ejemplo de Jesús y el ideal de los primeros cristianos. La pobreza religiosa interpela a los religiosos y las religiosas que administran los bienes a su modo, a quienes llevan una suerte de doble caja o a quienes son austeros pero manejan solos el dinero que reciben por cualquier motivo.

La obediencia configura al religioso o la religiosa con Jesús, obediente a Dios y servidor de todos. Quiere decir que la obediencia tiene una dimensión que se refleja en el amor a los hermanos o las hermanas de la comunidad y la congregación hasta llegar a ser una auténtica comunidad de corresponsabilidad y de interdependencia, donde todos estén comprometidos en un proyecto común. Esto significa entonces que la comunidad del religioso o la religiosa es el sujeto primero de la autoridad y la obediencia, dispuesta a escuchar a Dios. Se entenderá así que el discernimiento comunitario es una mediación de la obediencia evangélica, que no perjudica sino que más bien sitúa el lugar y el valor de la autoridad personal que ejercen los superiores y las superioras.

Para concluir esta sintética presentación de la tendencia comunitaria, solamente quisiera decir que estar preocupados por la calidad de la vida religiosa no es un pecado, si es que valoramos humildemente la forma de vida que hemos elegido; en este sentido, tengo la convicción de que la vida comunitaria (en toda la amplitud que hemos visto) es el primer testimonio que podemos ofrecer a la Iglesia y al mundo.

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