domingo, 19 de abril de 2020

Creyentes en tiempos de pandemia (3)


Creyentes en tiempos de pandemia
(Tercera parte)

Raúl Pariamachi ss.cc.




El segundo punto se refiere a la experiencia eclesial en tiempos de pandemia; es decir, el desafío de un nuevo modo de ser Iglesia, pues resulta evidente que las consecuencias del Covid-19 se harán sentir en todos los ámbitos de la vida humana.


3.2. La experiencia eclesial

Uno de los hechos más significativos de esta pandemia ha sido el cierre de las iglesias, que ha generado reacciones contrapuestas en los últimos días. Sabemos que el cierre afecta a un elemento esencial de la vida eclesial como es la comunión de los fieles, expresada en el encuentro físico para la celebración de la fe, la oración, la formación o el servicio. Por lo tanto, en un primer momento vimos cómo se cancelaban las agendas pastorales de las parroquias, los movimientos y las comunidades. Sin embargo, al poco tiempo se produjo la multiplicación de la transmisión de celebraciones de misas, adoraciones, reflexiones y rosarios a través de las redes sociales. Por supuesto, esta participación online se intensificó con la celebración de la semana santa. Ha sido como si este cierre temporal de los templos hubiese despertado a la Iglesia que vive en las casas, por lo que se ha hablado mucho de Iglesia doméstica. Tal vez como pocas veces hemos podido intuir qué significa que la parroquia sea -en cierto sentido- “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y sus hijas”. [1]

Han llamado la atención las críticas a las transmisiones, de parte de algunas personas de “dentro” y de “fuera” de la Iglesia católica. Las críticas que provienen de dentro rechazan la prolongación mediática de un sistema clerical que refuerza la pasividad de los laicos, donde el sacerdote es el protagonista y los laicos son los espectadores. Se olvida que no es posible abandonar el servicio de la celebración de la fe, mientras se trabaja en la reforma de la Iglesia. Se desconocen además las iniciativas que hubo para la participación más activa de los laicos, dentro de unas condiciones limitadas. Las críticas que provienen de fuera expresan más bien el malestar del sector más secularizado del país, sin que se pueda descartar alguna molestia por la visibilización inesperada de la Iglesia católica en las redes sociales.

En todo caso, más allá de las posiciones a favor o en contra de las transmisiones, será oportuno situar el hecho como un ejemplo de la respuesta que ha dado la Iglesia en el campo de las celebraciones litúrgicas (sin olvidarse que hubo otras actividades de la pastoral social), al punto que en este momento muchas comunidades eclesiales están planificando la pastoral en las eventuales condiciones de una prolongada emergencia sanitaria. En efecto, es posible que el aislamiento social obligatorio se extienda por algunas semanas más y es probable que el restablecimiento de las reuniones lleve algunos meses. De seguro que en las comunidades se aprovecharán los recursos virtuales para las reuniones, la formación bíblica, la catequesis sacramental, la consejería espiritual o la asistencia social, entre otras cosas. Pero más allá de las circunstanciales limitaciones para el encuentro físico, cabe preguntarse si acaso estamos asistiendo a un cambio más profundo en la Iglesia, en un planeta alterado por esta epidemia. Muchos compartimos la intuición de que el fenómeno mundial del Covid-19 hará más actuales las orientaciones programáticas del papa Francisco para la conversión pastoral de una Iglesia misionera en salida hacia las periferias humanas. Al respecto, quisiera simplemente recordar un principio, un criterio y una prioridad para la vida de la Iglesia.

El principio de la reforma de la Iglesia. La Iglesia debería estar en continua reforma (es ecclesia semper reformanda). De hecho, el papa Francisco destaca que el Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de la Iglesia. [2] En el momento actual cabe advertir que toda reforma eclesial se genera en una tensión positiva entre el regreso a las fuentes y los signos de los tiempos. Así mismo, tenemos que considerar que toda reforma se realiza interviniendo en tres niveles al mismo tiempo: en los contenidos de conciencia colectiva (visiones), en la forma de las relaciones internas (relaciones) y en las estructuras y las funciones en las que se expresa el cuerpo social (estructuras). [3] Por lo tanto, cuando hablamos de reforma de la Iglesia no hablamos de un maquillaje de la piedad popular, sino de cambios radicales que afectan todos los niveles de su vida.

El criterio de la pastoral en la Iglesia. Un criterio clave de la transformación de la Iglesia es la pastoralidad, que supone una relación constitutiva entre el testimonio del Evangelio y sus destinatarios, receptores o interlocutores, teniendo en cuenta su historia y su cultura. [4] Esto significa que el criterio de la pastoral sugiere la cuestión de quiénes son a partir de ahora los destinatarios reales de la evangelización de la Iglesia. ¿Las parroquias, los movimientos y las comunidades seguirán siendo los mismas después de esta pandemia? No desconocemos las iniciativas que ha tenido la Iglesia durante esta crisis; sin embargo, también es verdad que el Covid-19 ha puesto en evidencia nuestras teologías arcaicas, nuestra esclerosis litúrgica o nuestras apatías sociales. Como ha dicho el cardenal Baltazar Porras (Venezuela), “si la iglesia del postcoronavirus vuelve a ser la de antes, no tiene futuro”. [5]

La prioridad de los pobres y la Tierra. Escuchar los clamores de los pobres y de la Tierra es la prioridad pastoral de la Iglesia. Ya se pueden prever las consecuencias socioeconómicas del Covid-19, especialmente sobre las familias más pobres; de hecho, una reciente encuesta revela que los ingresos del 66% de hogares peruanos se han perdido (35%) o se han reducido considerablemente (31%). [6] Se anuncia que la pandemia dejará por lo menos 500 millones de nuevos pobres en el mundo (35 millones en América Latina). [7] Por otra parte, vamos tomando conciencia de que “la pandemia del coronavirus nos revela que el modo como habitamos la Casa Común es pernicioso para su naturaleza”. [8] Nunca es tan actual la insistencia que hace el papa Francisco sobre la interrelación entre los pobres y la Tierra; [9] sabemos que la pandemia afectará de una manera particular a los más débiles del planeta.

La historia de la Iglesia en tiempos de pandemia, muestra que las tragedias sanitarias repercutieron en la vida cristiana: en su espiritualidad cotidiana, en las relaciones hacia dentro y hacia fuera, en su teología y su pastoral, en el modo de ser Iglesia.

Continuará…



[1] Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici sobre la vocación y la misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo (1988), n. 26.
[2] Cf. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (2013), n. 26.
[3] Cf. Serena Noceti, “Estructuras para una Iglesia en reforma”, en Concilium 377 (2018), 541.
[4] Cf. Christoph Theobald, “La osadía de anticipar el futuro de la Iglesia”, en Concilium 377 (2018), 461.
[8] Leonardo Boff, “Coronavirus: autodefensa de la propia Tierra”, en Víctor Codina y otros, Covid19 (MA-Editores, 2020), 38.
[9] Cf. Francisco, Carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común (2015), n. 48.

2 comentarios:

  1. Es cierto, debemos transformar nuestra pastoral y segur mejorando nuestra relación con nuestra casa común. excelente documento Raúl.

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  2. La importancia de mirar hacia adelante será una señal de reforma en nuestra Iglesia, por tanto, veo necesario que la Fe se la piense y motive a vivirla más fuerte desde la familia, que atraviese las fronteras de las estructuras.

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