(Segunda parte)
Raúl Pariamachi
ss.cc.
Decía que el fenómeno de la
pandemia es un hecho biopolítico que debemos discernir como personas creyentes;
quisiera retomar los tres aspectos que dejé anotados, en relación con los
modelos de Dios, la experiencia eclesial y la solidaridad global.
3.1. Modelos de Dios
En su novela La Peste, Camus
relata la tragedia de la peste bubónica que azotó a Orán. Entre los personajes
figura el padre Paneloux, un jesuita erudito que tuvo a cargo el sermón de
clausura de la semana de oración. El padre trató de demostrar el origen divino
de la peste y el carácter punitivo del azote. En alusión a las plagas de
Egipto, predicó que Dios pone a sus pies a los orgullosos y a los ciegos. Cuando
la peste se agudizó, el sacerdote teólogo decidió integrarse al equipo
sanitario. Una escena clave es cuando presencia la terrible agonía de un niño, cuyos
gritos lo hicieron caer de rodillas. Meses después predicó otro sermón. Ya no
se le vio tan seguro, afirmó que no había que intentar explicarse el
espectáculo de la peste, sino aprender de ella. Con respecto a Dios había unas
cosas que se podían explicar y otras que no. Si es justo que el libertino sea
fulminado, el sufrimiento de un niño no se puede comprender. Había que empezar a
avanzar entre las tinieblas y procurar hacer el bien. Camus concluye que “la religión
del tiempo de peste no podía ser la religión de todos los días”. [1]
Las reacciones y las
explicaciones de un creyente ante la pandemia hacen evidente su modelo de Dios.
No se trata solo de una imagen de Dios, sino de un modelo en el sentido de un
constructo complejo que integra imágenes, metáforas y conceptos sobre Dios. El
modelo plantea una serie de preguntas acerca de Dios: ¿qué forma de amor
sugiere este modelo de Dios?, ¿qué actividad, trabajo o doctrina está asociado
al mismo?, ¿qué implicancias se derivan con respecto a la conducta de los seres
humanos? Cuando un creyente dice que el Covid-19 es un castigo de Dios por los
pecados del mundo, se puede reconstruir no solo la imagen que tiene de Dios,
sino su modelo en un sentido más integral y complejo. [2]
Por supuesto, también intervienen otros factores biográficos, psicológicos y
culturales.
Es innegable que la Biblia usa el
lenguaje del castigo divino, sea contra los adversarios de Israel (Ex 11,1-5) o
contra el pueblo de Israel (2Cro 7,12-14); incluso en el Nuevo Testamento se reitera
que Dios castiga o corrige (paideúō) a los que ama (Hb
12,5-7). La lectura crítica de la Biblia exige asumir que es palabra de Dios en
palabras humanas, que los autores inspirados escribieron desde su tiempo,
lenguaje y cultura. Esto explica que dentro de la Biblia se perciba una
evolución en la comprensión de la revelación de Dios, como en el caso del
castigo divino; por ejemplo, Job cuestiona que el sufrimiento sea siempre un
castigo de Dios. Por lo demás, el lenguaje sobre Dios usa la analogía como una
interacción entre la semejanza y la diferencia. Se dice que Dios es padre
(semejanza), pero no un padre simplemente humano (diferencia), sino padre en
grado superlativo. No se puede llevar la analogía al absurdo diciendo: como un
padre castiga a su hijo porque lo ama, así Dios nos castiga porque nos ama. En
cualquier caso, Dios es un padre que no castiga con el mal, sino que ama sin
límites. [3]
Es cierto que en la tradición de
la Iglesia se ha utilizado el lenguaje del castigo de Dios aplicado a los males
en el mundo: en los padres de los primeros siglos, los papas y los santos, así
como en las revelaciones privadas. Es el caso de la tercera profecía de Fátima.
Al respeto, es relevante advertir el desarrollo tanto en la enseñanza de la
Iglesia como en la religiosidad de los pueblos, en asuntos doctrinales y en temas
morales. [4]
Es evidente que el imaginario del castigo divino tuvo un rol pedagógico para
vivir la fe en otras épocas, pero es insostenible en el presente siglo. Ya Tomás
de Aquino decía: “En el Nuevo Testamento hay algunos carnales que no llegan aún
a la perfección de la ley nueva, a los cuales fue preciso inducir a las obras
de virtud con el temor de los castigos y con algunas promesas temporales”. [5]
Vale aclarar que en la misma tradición tenemos contraejemplos sobre el castigo
divino.
Es probable que parezca razonable
aplicar la lógica del castigo a las acciones de Dios, como en el caso de una
pandemia. Si Dios es justo sería lógico que premie con bienes y que castigue
con males. Lo haría para advertirnos, corregirnos o curarnos. Como el padre
sádico que azota a su hijo mientras le dice: “¡Esto me duele más a mí que a
ti!”. Ante la pregunta de qué es el castigo divino en la lógica de Dios, el
cardenal Ratzinger contestó: “Dios no nos hace el mal; ello iría contra la
esencia de Dios, que no quiere el mal”. [6]
Las causas de todos los males que aquejan al planeta radican en el sistema
natural o en la acción humana. Cuando hablamos de pecado es clave saber que nos
referimos a la connotación religiosa de los actos humanos, que tienen sus
consecuencias en las personas y el ecosistema.
Es saludable que los cristianos
nos neguemos a interpretar la pandemia en términos de pecado, culpa y castigo,
sumando el horror religioso al pánico social de nuestros tiempos. El hecho de
que algunos sigan entendiendo la enfermedad como castigo divino es señal de una
religión inmadura. Es perverso manipular una tragedia para defender ciertas
posiciones contra el aborto, la eutanasia, la violencia o la llamada ideología de
género. Sostener que la pandemia es castigo de Dios es “ignorar el mensaje
bíblico de la misericordia de Dios e invertir el mensaje gozoso del Evangelio
convirtiéndolo en un mensaje de amenaza, instrumentalizar a Dios como garante
de las propias representaciones morales y decir más sobre sí mismo y la propia
imagen de los valores y de Dios que sobre el Dios del anuncio cristiano”. [7]
Más todavía, en algunos casos se ha transitado de lo ideológico a lo psicótico.
En realidad, el tema del castigo
divino lleva a otro en el que no vamos a entrar ahora: ¿Por qué Dios permite el
mal en el mundo? (se busca el imposible de un mundo finito sin mal). No tenemos
una respuesta apodíctica para esto, sino solo un simple balbuceo desde la fe. Lo
que sí sabemos es que en medio de las tragedias humanas nunca se dejó de oír el
Shemá Israel o el Padre nuestro, como una expresión sublime de la
confianza absoluta en el Dios de la vida. El grito de Jesús en la cruz es el
grito de la humanidad a Dios, al mismo tiempo que el signo de la solidaridad de
Dios que compartió nuestra condición: el Verbo que se hizo carne (Juan), el
Siervo doliente (Isaías) y el Mesías crucificado (Pablo). Es el mismo Jesús
que, en la mañana del primer día de la semana, se levanta del reino de la
muerte.
Continuará…
[1] Albert Camus, La
Peste (Barcelona: Penguin Random House, 2020), edición para Kindle.
[2] Cf. Sallie McFague, Modelos de
Dios. Teología para una era ecológica y nuclear (Santander: Sal Terrae, 1994),
14.
[3] El profeta Isaías dice que Dios ama
como una madre: ¿acaso una madre olvida al hijo de sus entrañas? Pues, aunque
una madre olvidara a su hijo, Dios no se olvidaría de ti (Is 49,15).
[4] Entre los más clásicos bastaría con
citar las opiniones autorizadas de Gregorio Nacianceno, Jerónimo, Agustín,
Vicente de Lerins y Tomás de Aquino, sin mencionar las de los teólogos
modernos.
[5] Tomás de Aquino, Suma teológica
I-II, q. 107, a. 1, ad. 2.
[7] Frank Sanders, “El sida: ¿castigo de
Dios? Sobre la sobrecarga metafísica de un fenómeno biológico”, en Concilium
321 (2007), 386.
Las Conferencias Episcopales, las Conferencias de Religios@s,las Asociaciones de Laic@s de nuestros países actúan de forma inpronta en sus declaraciones de reflexión crítica de la Pandemia que sostenga al pueblo creyente según contextos sociales y culturales de cada país.GRACIAS POR TU ANÁLISIS SERENO Y ESPERANZADOR.
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