viernes, 24 de abril de 2020

Creyentes en tiempos de pandemia (4)


Creyentes en tiempos de pandemia
(Cuarta y última parte)

Raúl Pariamachi ss.cc.



Finalmente, el tercer punto se refiere al desafío mundial de la epidemia del Covid-19; por lo tanto, a la misión de la Iglesia ecuménica de promover una conciencia planetaria sobre la urgencia de la solidaridad como respuesta a la crisis.


3.3. La solidaridad global

Algunos se han preguntado por qué sobrevivió el cristianismo en el mundo antiguo. Entre varios factores, viene al caso destacar el habitus de los cristianos, comprendido como un comportamiento visible que permitía afrontar con esperanza los problemas en el mundo. El cristianismo se configuró como una religión en respuesta a las crisis, al punto de orientarse al bienestar de la ciudad. Esta virtud se encarnaba en una forma de vida caracterizada por la paciencia. En el siglo II Tertuliano escribió que la diaconía social de las comunidades cristianas a favor de los pobres, los huérfanos y las viudas, hacía que los paganos exclamaran: “¡Miren cómo se aman unos a otros!” (Apología 39, 7). Esta admiración crecía al ver que la solidaridad se extendía a los de fuera de la Iglesia. [1] Por lo tanto, cabe que en el siglo XXI nos preguntemos por el habitus de los cristianos durante y después de la pandemia.

La pandemia está cuestionando en buena medida las “virtudes” del orden capitalista, como la producción sin límites, el consumo sin límites y la ganancia sin límites, que sabemos van de la mano con la indiferencia ante los clamores de los pobres y de la Tierra. El Covid-19 ha puesto en evidencia que el modelo de desarrollo social en el que vivimos se está agotando, al punto que se habla de la agudización de la triple crisis del capitalismo: sanitaria, económica y climática; al respecto, el presidente de Francia reconoció que la pandemia ha revelado que la salud pública no es una carga onerosa sino un bien precioso que debe quedar fuera de las leyes del mercado. En este sentido, es curioso que quienes minimizaron el Estado en nombre del libre mercado, ahora exijan que el Estado salve hasta a las empresas privadas. Es urgente recuperar las virtudes públicas, como la responsabilidad, el cuidado, la humildad, la paciencia y la solidaridad. Entendemos que el aislamiento o el distanciamiento son urgentes por ahora, pero no son suficientes para construir una sociedad distinta.

Paolo Costa ha dicho que la ciencia puede ayudarnos a superar la crisis de la pandemia solo en un cincuenta por ciento: “La otra mitad depende de nuestra capacidad para atesorar esa sabiduría (secular o religiosa, no importa) que nos ha enseñado durante milenios que los seres humanos tienen dentro de ellos, y gracias a su capacidad para tejer relaciones, recursos suficientes para desarrollar lo mejor de sí mismos”. [2] En lo que nos toca, la tradición cristiana ha cultivado una sabiduría religiosa expresada en el potencial humanizador de la Iglesia, que se debería actualizar en la conciencia de que somos seres de relación, que estamos llamados a cuidar unos de otros. No es casual que Jürgen Habermas diga que, en la crisis del Covid-19, no es una cuestión trivial la idea religiosa de que todos formamos una comunidad universal y fraternal, donde cada uno de sus miembros merece un trato justo. [3]

Se dice que la visión del mundo que creó la crisis no puede ser la misma que nos saque de la crisis; así como no podemos seguir con el estilo de vida de la producción, el consumo y la ganancia sin límites, tampoco podemos continuar con el aislamiento de los países, sino que tenemos que caminar hacia una solidaridad mundial y una gobernanza mundial, que permitan enfrentar una crisis global con una respuesta global. La solidaridad cívica de los ciudadanos ante esta pandemia, debería tener su correlato en una solidaridad global a diferentes niveles. En esta línea, Yuval Noah Harari ha sugerido al menos cinco acciones: compartir información confiable entre las naciones; coordinar la producción mundial y la distribución equitativa de equipo médico esencial; enviar médicos, enfermeras y expertos a los sectores más afectados; constituir una red de seguridad económica mundial para salvar a los países más afectados; y formular un acuerdo mundial sobre la preselección de viajeros, que permita que un pequeño número de personas esenciales sigan cruzando las fronteras. [4]

Por otra parte, asumo que ha llegado el momento de que la Iglesia católica potencie su carácter universal y su vocación ecuménica. Las iglesias locales constituyen una red global que permite que circule la información y se generen iniciativas para enfrentar la crisis de esta pandemia, que tiene repercusiones sanitarias, económicas y sociales. Al mismo tiempo, en la Iglesia existen órdenes, congregaciones o asociaciones con alcance mundial, que permiten la canalización de los aportes hacia las personas más afectadas por el Covid-19 en el planeta. La Iglesia está llamada más que nunca a interactuar con todas las personas de buena voluntad, en un ecumenismo amplio. El papa Francisco se ha puesto a la cabeza de los católicos con la creación de la comisión anticrisis, como expresión de “la preocupación y el amor de la Iglesia por el conjunto de la familia humana ante la pandemia del Covid-19”. [5]

En el siglo III una epidemia azotó a Cartago, en el norte de África. La Iglesia local venía sufriendo por hostilidades externas y conflictos internos. La comunidad cristiana respondió a la crisis no realizando actos de culto para aplacar a los dioses, sino actuando para socorrer a la gente que sufría. El obispo Cipriano se dirigió a la asamblea haciendo memoria del sermón de Jesús en la montaña (cf. Mt 5,43-48). No intentó explicar la peste, sino recordó a su gente la bendición de la misericordia: como creyentes tenían el habitus de la ayuda mutua, así que no arrojarían a las calles a sus hermanas y hermanos en la fe. Pero Cipriano sorprendió a sus oyentes, al decirles que tenían que practicar la misericordia también con sus perseguidores: una invitación a ampliar los horizontes para amar a los vecinos paganos. Esta historia muestra que el cristianismo de entonces no se asimiló a la religión “pública” (funcional al sistema), ni a la religión “privada” (asistencia entre iguales), sino se situó como una religión en respuesta a las crisis. ¿Seremos ahora una Iglesia en respuesta a la crisis?

Cierro este artículo después de tres semanas: los contagiados en el mundo han subido de 1’225,360 a 2’780,094 y los fallecidos de 66,542 a 194,456; los contagiados en el Perú han subido de 1,746 a 20,914 y los fallecidos de 73 a 572 (24 de abril). Sentimos cada vez más cerca el dolor y la esperanza de los que han visto partir a sus seres queridos, de los que esperan la recuperación de su salud, de los que salen a trabajar en condiciones riesgosas, de los que han perdido su trabajo y de los que se desplazan hacia su tierra. Como dijo el papa Francisco, “el Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar” (27 de marzo). “¡Ánimo, no tengan miedo!” (Mc 6,50).



[1] Cf. Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio romano (Salamanca: Sígueme, 2017), 86-94.
[2] Paolo Costa, “Somos frágiles, pero no indefensos: el cambio es posible”, en Víctor Codina y otros, Covid19 (MA-Editores, 2020), 76.
[3] Cf. Jürgen Habermas, “Nunca habíamos sabido tanto acerca de nuestra ignorancia”, en Antonio Spadaro y otros, Covid-19² (MA-Editores, 2020), 119s.
[4] Cf. Yuval Noah Harari, “La mejor defensa contra los patógenos es la información”, en Pablo D’Ors y otros, Covid-19³ (MA-Editores, 2020), 82s.

1 comentario:

  1. Gracias Raúl por escribir, es muy buena reflexión, ayuda a tomar conciencia de nuestra responsabilidad. Ánimo sigue escribiendo.

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